Ramón Navarro, hijo de pescadores, nacido en Pichilemu, Chile, y reconocido internacionalmente, se propuso preservar la costa de Punta de Lobos, su lugar en el mundo
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Su pasión por el mar nació desde muy pequeño: “Mi papá llegaba a casa con pescados y algas, y yo alucinaba con lo que traía: era el sustento de mi familia”, recuerda Ramón Navarro (44), el chileno que se dedica a surfear las olas más grandes del planeta para preservar la imponente costa de Punta de Lobos, su hogar en Chile.
Considerado uno de los mejores surfistas del mundo, es descendiente de nueve generaciones de pescadores. Empezó a pescar de niño junto a su padre, y aunque éste se resistía a llevarlo porque era muy chico, Ramón insistía y siempre lograba acompañarlo. Recorría las costas de Pichilemu y, en verano cuando no había colegio, se pasaba desde las 6 de la mañana hasta la última luz del sol en los “rucos” (viviendas precarias) de pescadores, conectado con el mar, desentrañando las mareas y los indicios de cada día: “Si hay olas grandes se trabaja el alga y si son pequeñas o no hay olas te enseñan a bucear y cosechar el mar”, explica.
De ahí que el cochayuyo, un tipo de alga parda comestible y rica en yodo, que abunda en los litorales subantárticos de Chile, pasó a ser fundamental en su vida: “Desde los 10 años mi viejo me mandaba a vender cochayuyo a la playa y tenía que llegar a las cinco lucas para comprarme el cuaderno y mis lápices para el colegio”, rememora y se le iluminan los ojos con gran orgullo. “Al principio me daba mucha vergüenza pero después con el tiempo gritaba feliz: ¡Cochayuyo a 100 pesos!”
Era la misión que tenía en el verano para acceder a sus útiles. “Por eso desde muy pequeño el mar pasó a ser mi sustento económico, igual que el de mi familia, pero también un lugar donde me sentía muy cómodo”, reflexiona.
Luego apareció el surf en su vida y esa pasión se volcó a este deporte que es el timón de su día a día, donde canaliza su entrañable conexión con el mar. A los 13 años un amigo le regaló una tabla quebrada en dos, que él mismo arregló y usó para aprender y competir. Cuando terminó sus estudios viajó a Hawaii, y en 2002 se convirtió en el primer surfista profesional chileno, con trece triunfos en los catorce campeonatos en que participó ese año.
A lo largo de su carrera recorrió el mundo explorando las más singulares y desafiantes marejadas. Su historial incluye importantes reconocimientos como la ola de Eddie en 2009, la más grande del campeonato Waimea Bay en Hawaii en 40 años; el último swell gigante de Fiji, de 7 metros en 2012 y 12 metros en 2018, y las cientos de olas potentísimas que dropea en Punta de Lobos, el patio de su casa.
Su rol como activista ambiental
Sus logros no son solo deportivos. Es un gran defensor de la cultura y el ambiente de la costa chilena: fue uno de los principales impulsores de la creación del Comité de Defensa de Punta de Lobos, luego de que esa playa se declarara Reserva Mundial del Surf por una organización estadounidense denominada Save The Waves. Y es un “luchador” acérrimo de causas antisalmoneras.
Recientemente, participó en el documental Corazón Salado, disponible en el canal oficial de YouTube de Patagonia, donde une la historia de los lugareños Leticia y Reinaldo Caro en un viaje por la protección de las aguas ancestrales del pueblo Kawésqar en la Patagonia Austral, amenazadas por el impacto de la salmonicultura.
“Durante una estadía más prolongada en su natal Pichilemu comprendí mejor el origen de su naturaleza –generosa y humilde– y pude conocer un lado totalmente diferente: su apasionada vocación ambientalista”, dice Greg Long, surfista californiano, en un artículo que escribió sobre Navarro. “Cada cierto tiempo te cruzás con alguien cuyas acciones y conducta te inspiran, te maravillan. Así me pasó cuando conocí a Ramón Navarro. Era pasión pura, determinación y humildad. Y eso me dejó la impresión de un carácter que recordaría para siempre”, agrega Long.
Sus triunfos en el surf, su nombre en Chile y el reconocimiento internacional son herramientas que le sirvieron para generar cambio en temas de protección del borde costero y el medioambiente, y para motivar a las nuevas generaciones a conocer y cuidar su país. Además, es uno de los cinco embajadores medioambientales en surf a nivel mundial de la marca de indumentaria Patagonia.
–¿Qué te enseñó el surf?
–Aprendizaje y humildad. Me enseñó a entenderlo y conocerlo a tal nivel que uno sabe qué día puede hacer algo y qué día no. Que mis ritmos dependen del mar y no de los tiempos modernos, con sus horarios y organización y toda esa locura que imponen las reglas encajonadas. El mar ordena mi día y determina qué puedo hacer y cuándo. En el surf de olas grandes, la palabra clave es la humildad porque si bien siempre trato de estar lo mejor preparado posible en lo que se refiere a equipo, entrenamiento físico y logística, sé que cualquier cosa puede pasar y que no tengo el control absoluto de la situación. El mar es quien tiene la última palabra siempre. Eso lo hace un deporte tan especial.
Cuando estás corriendo olas grandes hay muchos factores que pueden fallar y salirse de tu plan y de verdad hay que estar superpreparado ya que el riesgo es muy alto. He perdido amigos y muchas veces me he quedado pensando si vale la pena seguir haciéndolo. Pero después viene otra marejada y veo que las olas están ahí y mi pasión y el amor por el mar es tan grande que quiero estar nuevamente.
"La gente se está empezando a dar cuenta de que una de las cosas más importantes en la vida es tener tiempo para hacer las cosas que te apasionan"
-Ramón Navarro
–¿Alguna vez la pasaste mal realmente?
–Sí, varias veces. Es normal surfeando olas grandes que enfrentes situaciones complejas: que te caigan olas de 10 metros en la cabeza; que te revuelquen, te tiren más de un minuto debajo del agua; te golpeen contra el fondo. Me he sacado el hombro, me he roto una rodilla; me he cortado el ligamento cruzado; me he pegado varios golpes en la cara, en la espalda, en la pierna; varios accidentes. Pero como te digo… esto, más que un deporte, es un estilo de vida: una pasión que no podría dejar. Mi sueño es seguir surfeando hasta que no pueda más y ojalá pueda seguir hasta más de los 60. ¡Me alucina!.
–¿Qué te lleva a seguir a pesar de los riesgos que conlleva esta actividad?
–Creo que la adrenalina es una adicción. De verdad yo siento que lo necesito. No me puedo quedar tranquilo sabiendo que se vienen tres días de olas grandes y no voy a estar ahí. Lo paso peor estando afuera del agua que adentro. Mi cuerpo me lo pide y lo paso bien, lo disfruto. El día que deje de disfrutarlo, será el momento de retirarme.
–¿Tenés miedo?
–Obvio que sí. Aunque para mí la definición de la palabra miedo es diferente: la asocio con las inseguridades. Algunas veces porque puedo estar flojo de entrenamiento o con problemas personales que me pueden desconcentrar o sacar de la zona de comodidad y confianza, y eso me genera inseguridad. Hay días que estoy seguro y mi confianza está a un nivel súper alto y no siento esa sensación en el agua, pero a veces mi mente anda en otro lado y no me siento muy seguro y ese día no me va a ir muy bien surfeando.
–¿Esto último es lineal, lo has comprobado?
–Hay días y días. Puedo estar surfeando increíble durante una semana y de repente pum para abajo o pum para arriba. No sé si será lineal o en ondas; es como la vida… por eso siempre digo que el mar te va a poner en tu lugar y te hace una persona superhumilde. Esta es mi descripción del océano y por eso lo encuentro tan apasionante y alucinante. No hace distinción entre uno y otro: o lo entiendes o no lo entiendes. Poniéndolo en contexto con la vida y con la humanidad, para el mar da lo mismo tu billetera: el más exitoso va a ser quien más lo conozca de verdad. La riqueza está en conocerlo y vivir esos momentos que no se pueden comprar con dinero. Esa es una de las claves de por qué están creciendo tanto los deportes de outdoor, que requieren resiliencia y conexión con la naturaleza.
–¿Cómo decidiste perseguir tu sueño pese a la resistencia de tu padre en el primer momento?
–Esa pregunta me la he hecho yo mismo y no he podido llegar a una respuesta. Tenía 14 años cuando decidí dedicarme a surfear y ser profesional y vivir de esto. No sé ni de dónde, ni cómo, ni cuándo se me metió la idea en la cabeza con esa convicción tan grande. Simplemente peleé y luché por ese sueño siempre. Es difícil de explicarlo.
–¿Tenías plan B?
–Sí, porque me hacía mucho sentido lo que me decían mis padres. Si no triunfaba como surfista profesional pensaba irme a trabajar en algún restaurante en Hawaii así podía seguir surfeando o en algún crucero de olas en Indonesia, o mismo en mi pueblo. El tema del surf nunca fue una pregunta.
"El mar no hace distinción entre uno y otro: o lo entiendes o no lo entiendes. Poniéndolo en contexto con la vida y con la humanidad, para el mar da lo mismo tu billetera: el más exitoso va a ser quien más lo conozca de verdad"
-Ramón Navarro
–¿Sentís que te abrió puertas?
–Miles. Si no fuera por el surf yo seguiría siendo el hijo de un pescador. Seguramente, sería pescador de orilla igual que mi viejo y recolector de algas con la misma visión que tengo yo, pero que nadie lo escucha porque es un don nadie… y ahí es donde creo que tenemos un gran tema como sociedad. Un arriero del campo te va a contar unas historias de vida increíbles y tiene un conocimiento y una conexión con la naturaleza únicas, pero nadie lo escucha porque simplemente es una persona del campo. En cambio, escuchan al abogado o a la persona que estudió y se rigen por lo que está bien o mal según mandatos de la sociedad. Hoy en día está empezando a cambiar y la gente se está empezando a dar cuenta de que una de las cosas más importantes en la vida es tener tiempo para hacer las cosas que te apasionan.
–¿Cómo conociste a Yvon Chouinard?
–Una mañana de marzo de 1997 llegué a Punta de Lobos para surfear bien tempranito, como siempre con mi mate. Las olas estaban perfectas y había solo dos personas surfeando. Me acerqué al mirador para ver la ola y había un señor muy tranquilo, vestido como el clásico hombre de campo chileno, mirando. Su español era bien bajo y mi nivel de inglés muy flojo. Le pregunté si eran sus amigos quienes estaban surfeando y le ofrecí un mate. Entendí que él no se había metido porque las olas eran muy grandes. Al ver que los hombres surfeaban muy bien, me cambié rápido y fui al agua. Ya en el mar me di cuenta de que uno de los que esperaba una ola de 4 metros era Jerry López, leyenda del surf y mi ídolo. ¡No lo podía creer! Y su amigo era Jack Johnson. Nunca tuve idea de quién era ese señor que los acompañaba y con el que había intercambiado muy pocas palabras. Tiempo después cuando viajé por primera vez para conocer las oficinas de Patagonia en Ventura, California, descubrí que aquél hombre al que le había ofrecido un mate en Pichilemu era Yvon Chouinard.
–¿Cómo empezaste con el programa medioambiental en Punta de Lobos?
–Empecé por accidente. En 2002 en Pichilemu el gobernador de turno quería construir un emisario submarino y tirar todos los residuos en la mitad del mar, justo donde estaba la mejor ola y uno de los mejores lugares de pesca. Ya en ese tiempo era campeón nacional de surf y fui uno de los defensores de la causa por parte de los surfistas y los pescadores. Así logramos que hicieran una planta de tratamiento. También participé en las peleas en contra de la celulosa y más adelante comencé con el gran proyecto de Punta de Lobos donde llevo más de 15 años protegiendo esta ola icónica.
–¿Cómo te preparás físicamente?
–Entreno físico tres veces por semana; practico apnea, buceo, pesca. Soy una persona demasiado activa. Y mi día depende del mar: si es un día que va a haber olas grandes, me levanto a las 5 de la mañana, me tomo mis mates y como avena con frutos secos, banana y miel; un desayuno abundante y me meto al agua desde que amanece hasta las 4 de la tarde. Si la ola no está muy buena me levanto tranquilo, nunca después de las 8, voy a ver cómo está el mar y si no hay ola, voy a pescar o a bucear y después del cole de mi hijo, surfeo con él. La cocina también es mi pasión; me encanta comprar todo lo que cocino, saber de dónde viene mi alimento. Me adecuo a cómo va a estar el mar y las condiciones son las que van llevando el ritmo de mi vida y el día a día. Todo puede variar.
"Cuando estás corriendo olas grandes hay que estar superpreparado ya que el riesgo es muy alto. He perdido amigos y muchas veces me he quedado pensando si vale la pena seguir haciéndolo"
-Ramón Navarro
–Tu hijo sigue tus pasos: es fanático del surf y campeón nacional en categoría sub 12, ¿cómo vivís que siga tu legado?
–No sé si mi legado… Yo siempre quise enseñarle surf para que tenga una pasión en su vida y para que en esos años de adolescencia complicada tenga un propósito y se levante con ganas de ir a practicar deporte. Encuentro que es una manera de salvarte de este mundo loco. Por supuesto que si quiere ser profesional, lo voy a apoyar, pero si no, cumplo con mi misión de enseñarle una pasión que le va a quedar para toda la vida y me siento más que orgulloso con eso.
–Si tuvieras que darle un consejo a los jóvenes que no saben qué estudiar, que quieren perseguir una pasión pero no se sienten seguros, ¿qué les dirías?
–Alejarse de la tecnología y acercarse a la naturaleza: creo que es la clave para lo que se viene con el cambio climático. Vale más tener conocimientos sobre el medioambiente y conexión con la naturaleza que tantas cosas materiales. Volver un poco a las raíces. El tema del calentamiento global es una realidad y hay que estar preparado para eso. Si hay una pasión, seguirla siempre hasta el final. Alejado de las drogas, cerca del deporte. Me choca ver a las nuevas generaciones que quieren todo aquí y ahora y rápido; se pierde la noción de que para tener algo en la vida hay que esforzarse. Las pasiones y los logros de la vida llevan mucho trabajo y tiempo.