Se trata de fallas en la memoria que suelen estar ligadas a la sobreestimulación de información y al estrés crónico, entre otras causas; cómo evitar estos episodios y en qué casos debemos preocuparnos
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La sensación es que está en la punta de la lengua, pero la palabra no aparece. Puede ser el nombre de una película, el de una persona, una calle o un restaurante. Pese a los esfuerzos, ese nombre parece ajeno a nuestro repertorio de recuerdos. Y la pregunta es inevitable: ¿Estaré perdiendo la memoria o es normal tener este tipo de olvidos?
A la hora de señalar causas, los especialistas afirman que el ritmo de vida acelerado, la hiperconexión, el uso excesivo de pantallas y la sobreestimulación provocada por el flujo de información permanente pueden jugar en contra. También indican que, cada vez con más frecuencia, los pacientes que consultan reconocen la necesidad de anotar al detalle todas las actividades diarias “desde comprar leche hasta pagar la tarjeta o sacar plata del cajero”.
Sin foco en el presente
“Los olvidos cotidianos se relacionan con una alta tensión emocional, mucha agitación y dispersión. Se habla de un tema y se pasa a otro pero la mente está ocupada en otra cosa, mientras se deja lo que hay que hacer. Tantos temas en la cabeza llevan a la dificultad de focalizar en una idea porque la energía está puesta en distintas representaciones en forma simultánea”, explica el psicoanalista José Abadi.
La paradoja es que “la laguna” se genera en personas jóvenes que llevan una vida sana, pero al mismo tiempo llevan un ritmo vertiginoso y agotador con demandas múltiples. “Viven en un estado de alerta permanente, sin foco en el momento presente con ansiedad por querer controlar lo que va a pasar en un mundo que nos demostró que la incertidumbre está a la orden del día”, plantea la psicoanalista Andrea Viale. Según su experiencia, el “síndrome del olvido” suele presentarse en personalidades autoexigentes en situación de estrés por la necesidad de cumplir en todos los frentes.
María Roca, coordinadora científica de la Fundación Ineco, precisa que la dificultad en la evocación de una palabra en un momento determinado es un fenómeno que se conoce como anomia en el mundo de la neurociencia. Este tipo de fallas aparecen en cualquier etapa de la vida y, la buena noticia, es que no siempre hay que alarmarse.
“En los jóvenes, los olvidos tienen que ver con temas de adquisición de la información, ya sea porque no se incorporó en la forma correcta o porque se aprendió hace mucho tiempo y no se evoca frecuentemente”, aporta Noelia Weisstaub, neurocientífica del Conicet.
La experta introduce además el concepto de interferencias entre memorias. “La adquisición de nueva información puede afectar la memoria de otros datos adquiridos previamente, esto es interferencia retrógrada. Y viceversa, cierta información ya adquirida puede impedir que se generen memorias de eventos o conocimientos más recientes, en este caso es interferencia anterógrada”, precisa. La falta de atención y el multitasking perjudican la buena consolidación de las mismas. Es que el cerebro optimiza sus recursos y, por eso, a veces ganan aquellas memorias que se aprendieron de una manera más rica o aquellas que se traen a la conciencia con mayor frecuencia.
Acción bloqueante
El desorden emocional también puede influir en la memoria de personas jóvenes y sanas. “Un paciente con ansiedad, angustia extrema o ambas puede sufrir olvidos que no reflejan una enfermedad neurológica”, afirma Conrado Estol, director del Instituto Breyna y de la Unidad de Accidentes Cardiovasculares del Sanatorio Güemes. En la misma línea, Abadi agrega que “la angustia tiene una acción bloqueante que interfiere en la fluidez del pensamiento, la concentración y el recuerdo”.
“En la etapa de mi divorcio, me olvidaba seguido la tarjeta en el cajero automático y en el banco ya me conocían de tanto volver a buscarla”, indica Roca. “Mi atención estaba puesta en otro lado y no se trataba de un problema de falta de memoria sino de un mecanismo de utilización eficiente de mis recursos”, explica la neuropsicóloga sobre su propia vivencia.
“Cuando olvidamos una conversación, el contenido de un capítulo que acabamos de ver o algo que hicimos más temprano en el día, el origen puede estar relacionado con condiciones frecuentes de la vida cotidiana como el estrés”, amplía.
La especialista hace una distinción entre el estrés como mecanismo positivo, que permite a las personas estar más alertas y lograr mayor productividad frente a los desafíos, y el distress crónico o patológico, que se caracteriza por un desequilibrio entre la demanda del ambiente y la percepción de los propios recursos, afectando el rendimiento. El estrés patológico suele tener un rol fundamental en el origen de la mayoría de los olvidos de las personas sanas. En la misma línea, la neuróloga Lorena Llobenes añade: “Cuando uno está en modo estrés, solo le presta atención a lo amenazante. Tenés pensamientos blancos o negros, y por eso podemos tener fallas”.
La falta de vitamina B12, el hipotiroidismo y los efectos secundarios de ciertas medicaciones también pueden causar problemas de memoria. “Es importante revisar la lista de remedios, sobre todo en personas de más de 70 años ya que la mezcla también puede incidir”, plantea Estol.
Un cambio de tratamiento, siempre bajo supervisión médica, puede hacer que un problema de memoria mejore notablemente. “Lo más significativo que se puede hacer para reducir el riesgo de una alteración cognitiva es el cuidado de las arterias. Es fundamental la actividad física permanente ya que está comprobado que el aumento del volumen cerebral tiene una relación lineal con el ejercicio realizado, y esto es muy importante dado que el cerebro se va achicando con el paso de los años”, afirma Estol. Otras indicaciones son no fumar ni tomar alcohol, o al menos disminuir esas prácticas lo máximo posible. Por último, el neurólogo resalta la necesidad de llevar una vida en armonía y, para lograrlo, recomienda alguna forma de meditación o mindfulness.
¿Cuándo preocuparnos?
A medida que envejecemos, el funcionamiento de nuestro cerebro va variando y no tenemos exactamente las mismas capacidades que en la juventud. Olvidar de manera ocasional algunas fechas o cometer errores puntuales en actividades rutinarias no debe ser motivo de preocupación.
“Con los años uno tiene menos memoria porque disminuyen la atención y la concentración. Es normal que cueste más encontrar la palabra ideal o que se pierdan cosas con mayor frecuencia. Ahora bien, cuando los lapsus mentales entorpecen el funcionamiento de las tareas, se experimenta desorientación o problemas para comunicarse, ahí sí ya estamos en presencia de una enfermedad de la función cognitiva”, destaca el neurólogo.
Un estudio reciente de la Universidad de Columbia en Nueva York identificó que ciertos factores inciden más que otros en la posibilidad de desarrollar un deterioro leve de la capacidad cognitiva y eventualmente una demencia senil. El nivel educativo, las actividades recreativas, el ejercicio y la genética son determinantes. Según el informe, hay una fuerte evidencia de que a mayor cantidad de años de estudio, disminuyen los riesgos de sufrir estos trastornos. Mantenerse activos física y socialmente es lo aconsejable.
La incidencia del Covid-19
Un párrafo aparte merecen los trastornos que irrumpieron como consecuencia del coronavirus. Torpeza mental, dificultad de concentración, problemas de atención y pérdida de memoria son algunos de los síntomas que se evidenciaron en pacientes que transitaron la enfermedad. El caso de María Silvia, una joven mendocina de 25 años, refleja el alcance de estas secuelas, pese a que su Covid fue leve. Un día tuvo que finalizar una llamada de trabajo debido a que no podía concentraste. Se sentía “anestesiada”. En otra ocasión, durante un debate con un colega, olvidó cuál era su opinión sobre el punto de discusión.
“Siento que nunca volví a ser la de antes”, confiesa Mónica, una arquitecta de 52 años que no pudo escapar al virus. “Me olvidaba de cosas cotidianas básicas”, relata. Si bien fue mejorando con el tiempo, hoy tiene que prestar más atención a cada actividad y no puede realizar varias tareas a la vez para mantener la concentración.
Este tipo de casos fueron analizados alrededor del mundo. En la clínica para síntomas neurológicos relacionados con el Covid-19 en el Northwestern Memorial Hospital de Chicago se estudiaron 100 pacientes de 21 estados y las conclusiones fueron publicadas por The Annals of Clinical and Translational Neurology. El 85% de los individuos experimentaron cuatro o más problemas neurológicos: confusión mental, dolores de cabeza, hormigueo, dolor muscular y mareos. Si bien la mayoría mejoró con el tiempo, hubo una amplia variación: algunas personas se recuperaron en dos meses casi en su totalidad, mientras que otras, tras nueve meses, solo lograron un 10% de recuperación.
Los expertos creen que los síntomas son causados por “una reacción inflamatoria al virus” que puede afectar tanto al cerebro como al resto del cuerpo. Saber a ciencia cierta si se trata de secuelas temporarias o permanentes es prematuro: aún es tema de debate entre expertos.
Fuera de la pandemia, los olvidos cotidianos parecen demostrar, una vez más, que el ritmo acelerado, la realización de tareas en simultáneo y el estrés -muchas veces naturalizado- perjudican nuestra calidad de vida más de lo que creemos. ¡A recordarlo!
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