El despertar de la consciencia le permite a la persona empezar a conocerse y entender cómo actua y, por qué lo hace
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Psicólogos, médicos y nutricionistas que reciben a cientos de pacientes con ganas de cambiar sus malas rutinas, sostienen que el verdadero poder para mejorar lo que comemos y cómo lo hacemos reside en nuestro cerebro. En aprender a despertar la mente consciente (no lógica o racional) para entender cómo actuamos y por qué lo hacemos. Y también en la capacidad de observar y cuestionar las creencias falsas con las que nos hemos identificado toda la vida (“Soy caderona, nací así”) que no responden a nuestra verdadera identidad.
Pinky Zuberbühler, nutricionista y wellness coach con 30 años de experiencia, explica que uno puede actuar desde tres niveles. El primero: fijarse un objetivo y cumplirlo. Por ejemplo, quiero dejar de comer harinas y sigo una dieta. El segundo: armo un plan de acción; hacer ejercicio una vez por día y no picotear a deshoras mientras trabajo en casa. “Desde estos dos niveles, quizás en el corto plazo logre bajar de peso. Pero probablemente al poco tiempo vuelva a caer en los malos hábitos conocidos”, comenta la especialista.
¿Por qué? “Porque nos proponemos metas desde un lugar inconsciente”, explica el psicólogo norteamericano Rick Hanson, estudioso del tema. “Hacer cosas a repetición de manera automática no sirve”, agrega. “Muchas veces comemos mirando la tele o el celular sin prestar atención a un sólo bocado. El cambio de hábito comienza con un despertar de consciencia que nos permite empezar a conocernos, entender cómo actuamos y, por qué lo hacemos” agrega María González Casartelli, health coach especializada en nutrición holística.
Actuar de ese modo es justamente lo que Zuberbühler llama un tercer nivel de conducta hondo y fructífero. Donde uno descubre que su verdadero ser no se corresponde con la identificación que tiene con su personalidad (“Soy el perezoso de la casa, nunca hice ejercicio” o “soy descendiente de italianos, comer pasta en abundancia está en mis genes”). La clave, dice, está en descubrir las creencias erróneas que tenemos sobre nosotros mismos. Y entender que no somos el cuento que nos hacemos. Somos mucho más que eso.
La mente crea la realidad
Joe Dispenza, científico norteamericano especializado en neuroplasticidad, da un paso más. Afirma que la mente es capaz de crear la realidad. En su libro “Deja de ser tu”, explica que siempre hemos creído que las circunstancias externas determinan lo que somos. Para él esto no es cierto: es la mente quien determina la experiencia. “Si la usamos para visualizar aquello que queremos ser (una persona más delgada, más deportista, capaz de sentarse tranquilamente a la mesa e ingerir alimentos nutritivos a consciencia), la vida nos sorprenderá de una manera impensada. Se concretará lo que anhelamos”, afirma. Explica que el pensamiento envía ondas electromagnéticas al campo cuántico que como imán responde materializando nuestro deseo.
El poder –afirma-, está en cada uno. Por supuesto que educar la mente es trabajoso. Apagar las infinitas voces repetitivas y negativas que nos torturan conlleva esfuerzo. Pero, sobre todo, ejercitación.
Para ello, en la consulta con sus pacientes Zuberbühler propone dedicar unos minutos a la meditación. “Esta nos ancla en el presente; nos permite observar y gobernar esa mente identificada con una personalidad falsa. Entonces desde nuestro verdadero ser, libre y creativo, podremos elegir transformar lo que nos hace mal en prácticas saludables”, dice.
Y lo genial para ella es que a medida que lo practicamos vamos creando nuevas huellas neuronales y por ende hábitos nuevos. Que nos asombran y estimulan. Y que están lejos de la terrible exigencia o tiranía de “ponerse a dieta”.
Un claro ejemplo de huellas neuronales que arrancan en la mente y se traducen en la conducta es la siguiente: en momentos de estrés, buscamos compulsivamente harinas que nos producen saciedad y al hacerlo segregamos una sustancia llamada dopamina que nos da placer. Si al sentir el estrés, miramos este mecanismo inconsciente y hacemos una pausa de cinco segundos, quizá podremos elegir luego salir a caminar un rato en lugar de ir a la heladera. Y así iremos construyendo rutas neuronales nuevas.
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