La impresionante belleza de esta especie cautiva con los deslumbrantes colores de sus plumas, los cuales han fascinado a científicos durante siglos
- 5 minutos de lectura'
Ese año fuimos a Jamaica. Asumo que un buen momento laboral de mi padre pudo haber definido esa vacación, o acaso alguna de esas ventajas cambiarias que, como las olas, nos visita y se aleja. El hotel enorme me parecía algo salido de un cuento. Piletas como lagunas cristalinas que se comunicaban unas con otras y eran atravesadas por puentes debajo de los cuales se podía nadar y donde todo se volvía sombra, pequeñas islas con palmeras para treparse y descansar sobre una reposera leyendo historietas de Archie o Ricky Ricón.
Mis padres me habían comprado una máscara de buceo con su correspondiente esnórquel y me la pasaba gran parte de los días explorando las profundidades de la pileta entre los turistas. Abajo del agua había un mundo diferente en el que todo se desplazaba en cámara lenta. Yo iba recorriendo a pura patada y al ritmo de mi respiración la inmensidad de esa pileta. En la travesía me topaba con medias personas: los pies de uñas rojas de una mujer que caminaba casi en puntas como una bailarina, una barriga prominente como un manatí, el estruendo de burbujas blancas a lo lejos de algún niño que se tiraba de bomba, unas piernas que corrían en busca de una pelota. Era mi mundo de criaturas marinas. Y muy cada tanto me topaba con algún otro intrépido buceador de mi tamaño que, concentrado en mirar hacia el fondo, me chocaba.
Por las tardes nadaba en el mar con mi padre hasta una línea de boyas que delimitaba la distancia a la que podíamos alejarnos. Mi madre miraba atenta desde la playa. Mi padre le recordaba que en sus veranos de juventud nadaba con los guardavidas. Creo que era verdad. Pero mi mamá le tenía miedo al mar. La saludábamos desde lejos y yo me moría de risa. Boca bien cerrada, me decía él.
Cuando salíamos los vecinos del complejo que tenían prohibido pisar las instalaciones por tratarse de propiedad privada, se aventuraban por la orilla para acercarse a los turistas ofreciendo ganja, ganja. “¿Qué es ganja?”, pregunté. El nombre me sonaba simpático. Marihuana, me respondieron. Creo que se hicieron los modernos, pero no explicaron mucho más. Yo tendría ocho o nueve años y tampoco seguí preguntando.
Durante las noches tengo que sacarme la sal del mar, aguantar los tirones de mi madre mientras me desenreda el pelo y me viste con vestido batik que compramos unos días antes en un mercado local. Ella tiene uno parecido al mío, pero en otros colores. Supo haber una foto de esa noche en particular: mi padre, bronceado, con una remera blanca y pantalones claros, mi madre, rubísima, con vestido largo y sandalias de taco, y yo, sonriente entre ellos, sabiendo que esa noche estamos todos muy lindos. La foto estuvo en casa de mi abuela paterna apoyada contra unos libros durante años. Después le perdí el rastro.
Como buena hija única siempre encontraba alguna actividad para entretenerme. Cuando no estaba abajo del agua me gustaba perseguir a unos pavos reales que andaban sueltos por el hotel. Estaba fascinada. Caminaba detrás de ellos entre los senderos, esperando que en algún momento me regalasen una visión completa de sus colas completamente extendidas, como abanicos. Cada tanto lo hacían y me acercaba con cuidado para que no me sacaran a picotazos.
Las colas y el particular color y diseño de sus plumas fascinaron a científicos siglos antes que a mí. Los machos adultos tienen un adorno de cola de más de 150 plumas con un patrón iridiscente en forma de ojo cerca de la punta de la pluma, llamado mancha ocular u ocelo. Cada uno de estos falsos ojos está compuesto de varios colores: un centro púrpura oscuro rodeado por dos grandes espacios concéntricos de azul verdoso y bronce dorado y verdes en las bandas exteriores más estrechas. Todo parece brillar a la luz del sol. ¿El efecto? Miles de ojos que nos miran como una extraña criatura completamente aparte de ese pájaro que la arrastra.
Algunos científicos se concentraron en la forma particular en que estos colores iridiscentes reflejan la luz. Otros, como Charles Darwin, preocupados por la selección sexual de las especies, explicaron la evolución de los rasgos ornamentales según las preferencias femeninas. Un gran despliegue para atraer hembras en los tiempos de apareamiento. El viejo truco.
En las fábulas de Esopo, el pavo real le pide a la diosa Juno un deseo. Además de verse tan bello, quiere tener una linda voz. Juno fue terminante y respondió que no. Conténtate con tu suerte; no se puede ser el primero en todo.
Recuerdo que hacia el final de aquella vacación, la rutina había cambiado: menos esnórquel, más búsqueda de atisbar el milagro de los mil ojos. Casi obsesivamente. Y para una duda que tuve entonces, encontré respuesta muchísimos años más tarde. “¿Cómo es que no puede volar mejor que un pollo?”, pregunta un personaje en una novela de Toni Morrison sobre el pavo real. Demasiada cola. Todas esas joyas le pesan. Como la vanidad. Nadie puede volar con todo eso. Si quieres volar, tienes que renunciar a las cosas que te pesan.
Otras noticias de Bienestar
- 1
Escapada: el pequeño pueblo donde se refugia Serrat cuando viene a la Argentina
- 2
Horóscopo: cómo será tu semana del 5 al 11 de enero de 2024
- 3
Qué es la osteopatía y cómo ayuda a recuperar el movimiento y aliviar dolores
- 4
El método 100% natural que en pocas sesiones marca el cuerpo y reduce la celulitis