Costa Rica se volvió uno de los lugares elegidos por muchos argentinos para alejarse de la ciudad y cambiar su estilo de vida; qué esconde ese país
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Algo tiene, será su vibra, será su energía, serán las olas. Costa Rica tiene ese no se qué, que enamora a todos sus visitantes y los cautiva a instalarse. La mayoría de ellos proviene de las grandes ciudades en busca de un cambio de vida, rutinas más relajadas, con el objetivo de alejarse de los parámetros que puede imponer la sociedad. Son muchos los argentinos que llegan y no se van más. Según cifras de la Dirección General de Migración y Extranjería, en 2020 viajaron a aquel país un estimado de 10.707 argentinos y de ellos salieron 7884.
Algunos arrancan emprendimientos, otros dan clases de yoga y surf, también están los que incursionan en el rubro gastronómico y hotelero. Hay opciones para todos.
Antonella Giraldi (33) se fue hace siete años. Acá vivía en Villa Urquiza y tenía su rutina armada a la perfección: estudió arquitectura, después se pasó a publicidad y trabajaba en una empresa creativa. Un verano decidió irse de vacaciones a Santa Teresa, un pueblito rústico y de surfers de Costa Rica con pasaje de ida y vuelta a visitar a sus dos mejores amigas que estaban instaladas ahí, sin imaginarse que aquella estadía iba a ser la puerta de entrada a un mundo nuevo o mejor dicho, a un estilo de vida que la fascinó por completo.
Pero cuando su fecha de regreso estaba cerca, decidió extender su estadía un mes más y así, aprovechar para trabajar y aprender a surfear. Sin embargo el tiempo pasaba y esta joven aún no estaba decidida a volver, cautivada por el entorno natural y la vida relajada y a metros del mar. Durante esos días, cuenta que una de las cosas que más le llamaron la atención fue ver llegar a una familia a la playa, descalzos, vestidos relajados y muy tranquilos. “En ese momento dije, quiero eso para mi vida”, cuenta Giraldi.
En total estuvo ocho meses hasta que regresó impulsada por su familia, con la idea de retomar la rutina que había dejado antes de irse. Una vez acá, se instaló de vuelta en capital y arrancó a trabajar. Sin embargo, la sensación de malestar se apoderó de ella hasta el punto de sentir que no pertenecía a la ciudad. “Fueron meses muy duros, no me identificaba con esta vida, con la vorágine, las corridas y los mil horarios”, explica Giraldi. Pasaron cuatro meses y en lo único que pensaba era en aquellos días en Costa Rica, con eso, se llenaba un poquito el alma. Entre tantos vaivenes emocionales, se dio cuenta que le gustaría vivir allá. Una vez asumido el hecho, lo que más le costó fue comunicarle a su familia que se quería mudar a Santa Teresa, un lugar en el medio de la selva. Para su sorpresa la apoyaron. De inmediato alquiló su departamento, vendió el auto y se fue.
Una vez allá y dispuesta a empezar una vida nueva, arrancó a trabajar en restaurantes y hoteles hasta que logró abrirse por su cuenta y armar algo propio: un local de cosmética natural. En este cambio encontró paz, tranquilidad y un lugar para vivir libre, en patas y al lado de la playa. “En Buenos Aires me sentía atrapada y obligada a cumplir con mandatos que no eran de mi interés. Acá conseguí una vida equilibrada y plena sin la necesidad de estar a las corridas, además descubrí un estilo de vida distinto al que estaba acostumbrada, todo fluye, nadie juzga, estás feliz y sin estrés”, comenta la joven.
Costa Rica, pura vida
Calles de tierra, árboles, palmeras, arena blanca y agua, ¿qué más? Dejar el cemento para instalarse en la naturaleza es una de las prioridades de los migrantes y en este sentido, Giraldi cuenta que uno de sus mayores aprendizajes fue descubrir que se puede vivir simple, sin estar pendiente de lo último en consumo, “lo importante es ser feliz, tengas mucho o tengas poco”, reflexiona.
Su día arranca a las seis de la mañana, se toma un café frente al mar acompañada por algunos monos que la visitan, y se va a surfear. Después, directo a trabajar. Vive en una casa que comparte con su novio, tres perros y dos gatos, en las afueras de Santa Teresa porque les resulta más barato. “Cuando uno vive afuera forma su propia familia en el exterior”, comenta.
El caso de Patricia es similar. Creció en el barrio de Belgrano y estudió Diseño de Indumentaria, cuando se recibió, sintió que algo le faltaba, no estaba cómoda en la ciudad y creía estar triste hasta que se dio cuenta que no se identificaba con el lugar donde vivía. Así arrancó su búsqueda. El primer destino fue la Patagonia donde se instaló durante un par de años y se dedicó a vender artesanías, pero no fue suficiente, no terminaba de gustarle. Al tiempo, aterrizó en Costa Rica, cuando el país todavía era bastante desconocido.
Su primer proyecto fue un disco bar de estilo bohemio en San José, su capital, junto a un par de amigos. En paralelo también fabricaba joyería a base de semillas caracoles y cristales que vendía en la playa. Con los años, se mudó a Playa Negra donde actualmente reside y abrió su propia boutique de ropa, “Azul Profundo”, en Tamarindo, otra de las localidades emblemáticas y de las más visitadas. Desde hace 20 años también tiene una asociación para proteger a los monos, uno de los animales autóctonos.
Alejarse para encontrarse
José Ochoa un joven porteño de 21 años, estudiaba administración de empresas cuando en marzo de 2021, su hermano que estaba instalado en Costa Rica, lo incentivó a irse para allá con el argumento de que había oportunidad laboral, alojamiento y sobretodo, espectaculares olas. Motivado por la idea, le propuso a sus amigos si se querían sumar a esta aventura, dos de ellos lo siguieron. Si bien no tenían en claro el objetivo puntual del viaje, la idea era vivir una experiencia distinta y salir de su zona de confort. Largó todo y se fue.
Cuando llegaron se instalaron en Santa Teresa y cada uno se armó su rutina. Ochoa arrancó a trabajar en el rubro gastronómico, uno de los más demandados allá; al tiempo fue profesor de español en un hostel, le daba clases a extranjeros y con lo que ganaba le permitía vivir tranquilo y ahorrar.
Salir de la rutina y mirarse con perspectiva lo ayudó a tomar consciencia sobre lo que quería para su futuro y, a darse cuenta de las cosas que estaba haciendo por inercia y las que realmente quería. “Alejarme me abrió los ojos sobre una manera distinta de vivir. Me di cuenta que no me gustaba lo que estudiaba, no estaba motivado. Acá encontré un sentido”, comenta Ochoa.
Y de eso se trata, girar 360 grados. Para Rosana Gogorza, médica neuróloga, las personas migran en busca de un propósito que va más allá de las cuestiones materiales. “Hay una necesidad muy fuerte por encontrar autoconocimiento, por descubrirse y ver qué quiero ser y hacia dónde quiero ir”, explica la especialista y resalta la idea de que parte de este camino es el resultado de las constantes crisis que se viven en el país sumado a los años de encierro por la pandemia.
“Vivís en comunidad”
Animarse a ese cambio no es fácil, sobretodo cuando implica mudarse de país y adaptarse a nuevas costumbres lejos de amigos y familia. Pero si hay algo que caracteriza al lugar y de lo que más sorprendió a Giraldi es la calidez de su gente, “te hacen sentir como en casa, te abren las puertas, te ayudan”, dice. Además comenta que hay una comunidad muy grande de argentinos que entre todos se conocen y por eso aunque estés lejos de tu país, tenés un pedacito de tu cultura.
Tal como en un pueblo, todos se conocen, se saludan y hay cordialidad. La playa es el punto de encuentro, un oasis para recargar energías y conectarse con el entorno y su gente. Muchos van a la mañana antes de arrancar el día laboral, aprovechar para surfear, otros al mediodía para hacer un corte y por supuesto, los que terminan ahí la jornada. Si hay algo en lo que todos coinciden y destacan es la facilidad del lugar para hacerse amigos e interactuar. “Acá la vida es improvisada y espontánea. Estamos todos en la misma, siempre te cruzás a alguien y sino, te ponés hablar, está lleno de grupos, familias, hay un ambiente muy lindo y relajado”, comenta Ochoa.
Si bien son muchos los puntos que juegan a favor de vivir en Costa Rica, hay que tener en cuenta que su costo de vida es alto. El alquiler promedio en una casa en las afueras de Santa Teresa ronda los US$1200. Una compra semanal y completa en un supermercado está alrededor de US$150 y US$200; una salida a comer afuera puede costar entre US$25 y US$30 por persona que incluye una entrada, plato principal y una bebida o un trago.
Sin embargo, todos coinciden en que hay oferta laboral y en el caso de los que se inclinan por emprender, Giraldi explica que Costa Rica te da la posibilidad de crecer sin imponer demasiadas trabas.
Pandemia y trabajo remoto
Otra de las cuestiones fue la pandemia, la que incentivó y fomentó la necesidad de estar en contacto con la naturaleza y el aire libre, lejos de la tecnología y el encierro. En este sentido, son varios los que hicieron las valijas, agarraron la computadora y se fueron para allá a trabajar de manera remota.
Y así fue el caso de Lula Rizutto, una estudiante de economía de 21 años que aprovechó para cursar y trabajar a la distancia. “El ritmo de vida es tranquilo, no hay estrés, todo queda cerca y el día rinde. Tenés sed, vas por un coco. Tenés hambre, vas por un mango”, dice entre risas. En los baches, cruzaba a la playa para darse un chapuzón en el mar, tomar unos mates con amigos y volver a sus obligaciones. Insertarse en el verde la ayudó a conectarse con ella misma y a conocerse desde otro lugar, también a valorar lo simple y aprender a vivir con poco.
Objetivo cumplido
“Cuando estás cómodo en un lugar, no buscás a dónde moverte. Cuando te sentís incómodo, querés cambiar tu vida”, reflexiona Patricia. En Costa Rica encontró un sentido, un para qué, un lugar donde unir todos sus intereses: el amor por los animales, el diseño de ropa y el contacto con la naturaleza.
Para esta emprendedora, “la búsqueda de la felicidad está para adentro y lo de afuera es el reflejo de lo que uno encuentra en su interior”.
En Costa Rica descubrieron un lugar donde sentirse tranquilos y libres, donde todo fluye. A partir de su experiencia, Giraldi insiste en que la clave está en animarse, en probar, en romper barreras personales y aclara: “La Argentina siempre va a estar ahí, pero en la vida las oportunidades se dan una vez”.
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