El médico húngaro-canadiense, Gabor Maté asegura que la sociedad actual genera patologías físicas y traumas porque se naturalizan situaciones que son dañinas; propone una crianza más activa y deshacerse de patrones
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El caldo más efervescente de la Budapest soviética, cuando una movilización estudiantil puso en jaque al régimen, cambió la historia de Gabor Maté para siempre. Hijo de sobrevivientes del Holocausto, su madre debió dejarlo al cuidado de terceros por un tiempo para planificar su huida del nazismo. Tiempo después, con 12 años emigró con su familia a Vancouver, Canadá, estudió medicina e inició la historia que lo convertiría en uno de los más desafiantes analistas del impacto de la infancia en la salud mental adulta. Adicciones, presión sanguínea alta, enfermedades coronarias, suicidio y muerte temprana fueron algunas de las variables que puso en jaque.
Acaba de lanzar un nuevo libro, El mito de la normalidad, donde analiza en una profunda investigación las causas de la enfermedad, elabora una crítica de cómo nuestra sociedad genera patologías y un camino hacia la salud y la curación. Analiza elocuentemente cómo los países occidentales que se enorgullecen de sus sistemas de salud en realidad están viendo un aumento en enfermedades crónicas y mal estado general.
A lo largo de cuatro décadas de experiencia clínica, Maté ha llegado a reconocer que la comprensión predominante de lo normal es falsa, descuidando el papel que el trauma, el estrés y las presiones de la vida moderna ejercen sobre nuestros cuerpos y mentes a expensas de la buena salud. “A pesar de toda la experiencia y sofisticación tecnológica, la medicina occidental a menudo no logra tratar a la persona en su totalidad, ignorando cómo la toxicidad de la cultura actual estresa el cuerpo, sobrecarga el sistema inmunológico y socava el equilibrio emocional”, explica.
–El subtítulo de su libro califica explícitamente a nuestra cultura de tóxica. ¿Podría ampliar esa idea?
–La sociedad en la que vivimos promueve valores que son en sí mismos traumatizantes para muchas personas. Por ejemplo, en Estados Unidos, probablemente la comunidad considerada más acaudalada de la historia, el 50% de las personas han sido diagnosticadas con algún tipo de trastorno crónico como la diabetes o la hipertensión. La ansiedad y la depresión se muestran comunes entre los jóvenes. Las afecciones autoinmunes se han multiplicado y las adicciones nos alertan en las guardias de manera cotidiana. El suicidio juvenil nunca tuvo cifras tan alarmantes. Algo no está funcionando bien.
–Usted sugiere que lo que no funciona es el concepto de normalidad.
–Con solo mirar atrás con un poco de buen criterio nos daríamos cuenta de la cantidad de estrés, vergüenza y dolor que las personas han experimentado solo por tratar de encajar con una norma de su tiempo de la que ahora nos reiríamos. Mucho de lo que pasa como normal en nuestra sociedad no es ni siquiera saludable, no es natural. Cumplir con los criterios que la cultura moderna determina como normal es, en muchos sentidos, ajustarse a requisitos que son profundamente anormales con respecto a nuestra esencia. Son insalubres y perjudiciales a nivel fisiológico, mental e incluso espiritual.
–De manera que deberíamos redefinir la normalidad.
–Considerando, como le decía, que gran parte de lo que pasa por normal no lo es; aún más, es profundamente anormal con respecto a nuestras necesidades dadas por la naturaleza. Lo normal es un mito construido a partir del modo en que nuestra cultura ha sesgado el sentido de lo que es aceptable y nos ha acostumbrado a formas de vida dañinas.
–Se ha abocado gran parte de su vida a abordar el trauma como origen de muchos de los padecimientos posteriores de los seres humanos. La mayoría de las personas consideramos que no hemos sufrido procesos traumáticos, pero usted considera que estos hechos son más comunes de lo que suponemos. ¿Es así?
–En primer lugar trauma no es lo que sucede, sino lo que pasa dentro suyo con eso que sucede. El trauma es una herida psicológica que las personas soportan. Todos tenemos emociones o sentimientos todo el tiempo que resultan significativos. Nos ayudan a pensar en el mundo que nos rodea y a saber cómo deseamos responder a lo que vivimos. La sensibilidad particular para con el estrés o la ansiedad juegan un papel clave en el desarrollo de la salud física y mental de las personas. Las emociones que se disparan frente a un hecho pueden ser diversas y no se relacionan con el tamaño del trauma. Podemos hablar de un trauma con T grande y otro con t pequeña, como experiencias más comunes y mundanas que producen estrés. En la sociedad en la que vivimos la mayoría de nosotros, debido a la naturaleza de nuestra cultura, el modo en que criamos a los niños, cómo nos relacionamos, los valores mismos que la sociedad prestigia, son traumatizantes para muchas personas. Así que es falso decir que algunos individuos son normales y otros no. Esto implicaría reconocer que alguien sin las marcas del trauma sería un caso atípico.
–Considera que gran parte de lo que vivimos como adultos tiene raíces en la niñez, incluso diagnósticos de TDH (trastorno por déficit de atención con hiperactividad) que usted mismo padece. ¿Qué podemos hacer los padres para, al menos, reducir ese impacto?
–Volver a lo natural. Reunirnos con nuestros hijos e hijas, restablecer la jerarquía en el hogar, hacer que ellos se sientan seguros y comprendidos. Recuperar su lealtad y amor. Debemos despertar nuestros instintos y regresar a lo que proponía la naturaleza: una genuina vía de contacto, seguridad y calidez. Debemos ser protagonistas de una crianza más activa.
–Ha desarrollado un enfoque terapéutico que denomina investigación compasiva, ¿puede ofrecernos detalles?
–El propósito de este método es profundizar en las historias centrales que las personas se cuentan a sí mismas: lograr que vean qué relato se están contando inconscientemente; cuáles son esas creencias, de dónde vienen; y guiarlos hacia la posibilidad de dejar ir esas historias, o dejar ir el control que tienen sobre ellos. Debemos entender por qué no está funcionando para superarlo. Una de mis intenciones con este libro es ayudar a las personas a no llegar al punto límite de una enfermedad importante para que despierten. Para que esa reacción común de indagar por qué se llegó a esa instancia se produzca antes, proactivamente.
–¿Qué tipo de estrategias se pueden implementar, si se las tiene a mano, para comenzar en ese punto previo a la enfermedad?
–Todas las acciones requieren trabajo personal. Podría empezar a preguntarse qué era lo que impulsaba ciertos comportamientos. Por ejemplo, ¿por qué he depositado tanto en el trabajo como si la vida dependiera exclusivamente de él? ¿Por qué me estresaba tanto? ¿Por qué era tan estricto con mis hijos o por qué pasaba tan poco tiempo con ellos? ¿Qué es lo que me hace sentir tan dolido cuando mi pareja no devuelve un llamado o no está atento a pequeños detalles? ¿Por qué me molesta tanto un amigo que se aparta? Es allí donde empezamos a mirar lo que nos pasó en nuestras vidas y encontramos las respuestas en nuestra historia. Sabiendo esto, sería bueno no tener que esperar al punto crítico. Luego, con las respuestas, es cuestión de deshacerse de los patrones. Eso requiere, por lo general, terapia o algún tipo de trabajo espiritual o psicológico, alguna manera diferente de cuidar de nosotros mismos. La oportunidad de hacer una indagación compasiva, mirándonos con verdadera curiosidad, pero sin juzgar, para entender qué está causando que yo viva de la forma en que lo hago y por qué no funciona para mí. Ese es un gran primer paso.
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