Los recuerdos de la infancia de una fragancia que ya no se podrá volver a comprar
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Una nota del diario El País, de España, informa que después de 86 años en el mercado, la tradicional colonia para hombres Old Spice será discontinuada. Descatalogada, es el término correcto en el mundo de las fragancias, lo que implica que terminada su fabricación dejará de figurar en los catálogos y guías de fragancias que se publican año a año y por supuesto no regresará a los comercios. Pero además, en cuanto leo el título me doy cuenta que han resumido exactamente la sensación que me generó la noticia: “¿Ha muerto el olor de padre? Cómo una generación se queda huérfana cuando un perfume clásico desaparece”.
Puedo ver el frasco blanco opaco en el que venía con la ilustración de una fragata en azul y el nombre en una tipografía manuscrita en rojo. Mi abuelo materno la guardaba en el baño y alguna vez recuerdo que me dio un envase vacío para jugar: cuando lo llenaba todavía quedaban trazos aguados del perfume. Las notas de cáscaras de naranjas y limones con especias, anises estrellados, canela, geranios, jazmines, vainas de vainilla, almizcle, maderas e inciensos fueron originalmente pensadas para mujeres, allá por 1937, en un momento en que se revivía un interés por el diseño colonial norteamericano. Sus creadores imaginaron una fragancia que apelara a todos esos aromas especiados hirviendo en una olla, al popurrí casero de la casa en tiempos de la revolución.
Recién al año siguiente lanzarían la versión masculina, que terminaría por perfumar a generaciones de hombres alrededor del mundo.
A eso debía oler mi abuelo cuando lo abrazaba. Más que nada recuerdo que su abrazo era corto pero sentido, y que me llevaba entusiasmado de la mano hasta la puerta de la heladera, en uno de cuyos cajones me esperaba lo que llamábamos “la sorpresita”. Involucraba generalmente alguna cajita de caramelos confitados en colores pastel o un chocolatín Jack. Todos los domingos el mismo ritual: su mismo entusiasmo y mi misma alegría al encontrar la golosina que ya sabía que iba a estar ahí.
Mis juegos infantiles involucraban mucho de lo que los psicopedagogos definirán como trasvasar. Para mí era fascinante la tarea de juntar agua de un balde y llenar recipientes como el envase de perfume o una vieja cafetera para después ir sirviendo ese “café” en otros recipientes más pequeños y solo para volver a vaciarlos en el balde, en una repetición interminable.
A veces el proceso se modificaba con el agregado de hojas que sacaba de las plantas de la terraza para la preparación de un té. En ese caso lo colocaba dentro de la tetera de mi juego en miniatura y sometía a los adultos (sobre todo a mi abuelo) a interminables rondas de servicio, mientras él fingía acercar la taza diminuta a su boca y beberse lo que por sus suspiros y adulaciones era claramente una delicia.
—Hhhmmm… salió riquísimo.
Era de esperarse, ya que había cortado las hojas de las plantas con cuidado y después colocado todo sobre una cocinita con un fuego imaginario. ¡No podía fallar!
Los recuerdos de mi abuelo paterno, por otro lado, son pocos. No hay voz, no hay perfume. Fue un abuelo ausente, tal vez casi tanto como lo fue como padre. Hay una foto juntos en la que caminamos de la mano por el jardín. Yo estoy en pañales dando mis primeros pasos. No hay mucho más. Escritor, hombre de radio y tanguero empedernido, supongo que hoy estaría distantemente interesado en lo que escribo y tal vez satisfecho con mis tardes en la radio. Imposible saberlo. Sigo tratando de recordar su voz, y no sé si es la que viene o la que escuché años después de su muerte en viejas grabaciones de Calle Corrientes, su programa de radio.
La gente dice que el vino tinto y el whisky son gustos adquiridos que llegan con los años. Yo agrego el pan dulce con frutas abrillantadas y probablemente también el tango. Estas noches, volviendo a casa pongo en el auto infinitas versiones de Nada, un tango de 1944 con letra de Horacio Basterra y música de José Dames. Mientras voy recorriendo de memoria las calles que me llevan de regreso pienso si el tango será parte de la herencia de mi abuelo paterno.
Volver al hogar en el que uno nació, al barrio de la infancia, uno de los temas típicos del tango, y a lugares imaginarios a los que también vuelvo a buscar no sé bien qué.
El protagonista del tango vuelve a la casa de su primer amor. Lo recibe un lugar abandonado, tanto que hay un candado que lo detiene y un silencio sepulcral. Nada, nada más que tristeza y quietud. Nadie que me diga si vives aun. Puedo ver la casa, los pastos crecidos, un jardín que ya no es. Nada, nada queda en tu casa natal. Solo telarañas que teje el yuyal. El rosal tampoco existe y es seguro que se ha muerto al irte tú. ¿Por qué volvemos? ¿Esperamos que la historia sea distinta a la que recordamos o esperamos encontrar algo que no sabíamos que estaba?
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