Concentrarse en algo más cercano y accesible y aprender a gestionar esa emoción pasajera que se manifiesta por medio de la risa o la sonrisa
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Surgió a principios de los 70 con los trabajos pioneros de Richard Easterlin y tuvo su pico de auge algo más de una década atrás: la denominada “Economía de la felicidad” propone aplicar herramental econométrico a la agenda del bienestar emocional. Con epicentro académico en Inglaterra, surgieron miles de investigaciones que abarcaron desde la medición de los costos del desempleo, las recesiones o la inflación (en términos de infelicidad) hasta valuaciones económicas de eventos cotidianos como un divorcio, tener buenas relaciones sexuales o fumar cigarrillos.
Pero el furor pasó, en parte porque el tema dejó de ser novedad, y también porque hubo fraudes resonantes. En 2014 Nick Brown, un desconocido jefe de sistemas de una empresa londinense descubrió que la matemática detrás de uno de los trabajos más citados y populares de psicología positiva de los últimos años contenía errores groseros.
Se trata de un paper (referenciado en más de 350 publicaciones académicas) escrito por Barbara Fredrickson y Marcial Losada, en el que se afirma que las personas que experimentan una tasa de “2,901″ reacciones positivas por cada una negativa “florecen”, en tanto que las que están por debajo de esa tasa “languidecen”.
Fredrickson es una leyenda de la psicología positiva y una de las favoritas de Martin Seligman, considerado el padre de esta rama. Brown fue a fondo y halló fallas en las ecuaciones no lineales y en la dinámica de sistemas complejos con las cuales las autoras hacían tales aseveraciones. El escándalo fue tal que Fredrickson terminó por aceptar que la matemática era errónea.
Hay otro motivo por el cual esta rama comenzó a ser cuestionada: las arenas movedizas metodológicas que implican por ejemplo, que haya determinadas culturas donde la gente se avergüenza de reportar felicidad (Japón por ejemplo) y otras donde lo contrario está mal visto (los países nórdicos). Lo cual contamina las mediciones y las conclusiones que se pueden sacar.
A la experta en longevidad positiva Mercedes Jones esto le resuena de sus propias investigaciones: “Hay personas que cuando se les pregunta si son o no felices, sienten vergüenza de decir que no lo son porque pareciera que si no somos felices eso implica una falla personal, señal de que algo no está funcionando bien en nosotros. Esta obligación de ser feliz que está impuesta en nuestras sociedades y nos hace sentir responsables y hasta culpables si no somos felices todo el tiempo, es también una trampa que convendría aprender a evitar.”
Jones propone un atajo realizable: concentrarse en algo más cercano y accesible: la alegría. “Si hay algo que podemos comenzar a aprender es a gestionar la alegría, esa emoción pasajera que se manifiesta por medio de la risa o la sonrisa”.
Se estima que mientras que los niños pueden reírse hasta 400 veces al día, la media de los adultos es de sólo 25. Es un problema porque reír está lleno de propiedades terapéuticas comprobadas: hay especialistas que afirman que conviene reír al menos 30 veces al día porque es un mecanismo de defensa contra la ansiedad y el estrés.
Una de las conclusiones más sorprendentes sobre este tema a nivel de neurociencias es que para tener propiedades terapéuticas la risa no necesariamente debe ser genuina: nuestro cerebro no la distingue de una risa falsa.
Uno de los mayores expertos mundiales en neuroplasticidad, el psicólogo estadounidense Rick Hanson, viene investigando acerca de cómo “anclar” y disfrutar mejor de estos momentos de alegría, de tal manera que se conviertan en rasgos más profundos.
Escribió junto a otros autores Aprendiendo a aprender sobre experiencias positivas y luego el best seller Hardwiring Happiness. “Nuestro cerebro evolucionó para aprender rápido de las malas experiencias y lento de las buenas. Pero eso se puede cambiar”, asegura Hanson. El autor propone una serie de técnicas que van de la meditación a la escritura de un diario personal, que ocupan sólo unos minutos por día y que apuntan a que el mecanismo de default cerebral no sea el de percepción de amenaza sino el de calma y disfrute para los micro-momentos de alegría.
“Somos de teflón para las experiencias positivas y de velcro para las negativas”, lo resume la neuróloga Lorena Llobenes, columnista de este suplemento. Y cuenta la historia del Dalai Lama, al que una vez llevaron una Iglesia y le mostraron la casilla para contar los pecados: “¿Y dónde está el regocijario?”, inquirió el líder espiritual.
“Por eso, el primer paso es recuperar la sonrisa y de allí gestionar la alegría, reírse y sonreírse son pequeñas felicidades cotidianas, ‘momentos’ de felicidad, micro-felicidades que se van acumulando”, dice Jones y cita a Mario Benedetti: “Defender la alegría como una bandera, defenderla del rayo y la melancolía.”
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