Un nuevo libro investiga la historia de la discriminación en la atención médica de las mujeres y su impacto en los diagnósticos y tratamientos actuales
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Hace seis años, la Dra. Elizabeth Comen, especialista en cáncer de mama del Hospital Memorial Sloan Kettering de Manhattan, tomó la mano de una paciente que estaba a horas de morir.
Mientras la Dra. Comen se inclinaba para darle un último adiós, presionó su mejilla contra el rostro húmedo de su paciente. “Entonces ella lo dijo”, recuerda la Dra. Comen.
“‘Lamento mucho haberte pegado mi transpiración‘”.
En sus dos décadas como médica, la Dra. Comen ha descubierto que las mujeres constantemente se disculpan con ella: por transpirar, por hacer preguntas de seguimiento, por no detectar antes sus propios cánceres.
“Las mujeres se disculpan por estar enfermas o buscar atención o defenderse a sí mismas”, dice durante una entrevista en su oficina: “‘Lo siento mucho, pero siento dolor. Lo siento mucho, esto parece asqueroso‘”.
Estas experiencias en la sala de examen son parte de lo que impulsó a la Dra. Comen a escribir “Todo en su cabeza: la verdad y las mentiras que la medicina temprana nos enseñó sobre los cuerpos de las mujeres y por qué son importantes hoy”. En él, rastrea las raíces de la tendencia de las mujeres a disculparse por sus cuerpos enfermos o rebeldes hasta siglos de menosprecio por parte del establishment médico. Es un legado que continúa moldeando las vidas de las pacientes, sostiene.
Hoy en día, las mujeres tienen más probabilidades que los hombres de ser diagnosticadas erróneamente y tardan más en ser diagnosticadas con enfermedades cardíacas y algunos tipos de cáncer; es menos probable que les ofrezcan analgésicos; y es más probable que sus síntomas se descarten como ansiedad o, como sugiere el título del libro, como si estuvieran todos en su cabeza.
“La mujer ansiosa, la mujer histérica, ha sido un fantasma que acecha y se entreteje a lo largo de toda la historia médica”, señala la Dra. Comen. “Es un diagnóstico predeterminado”.
Colectivamente, sostiene en el libro, estas injusticias ayudan a explicar por qué muchas mujeres dicen sentirse invisibles, frustradas o avergonzadas en los consultorios médicos. La vergüenza puede ser el síntoma, pero Comen cree que un sistema médico profundamente misógino es la enfermedad.
Una historia de exclusión
La Dra. Comen, madre de tres hijos y de unos 40 años, es rápida con una sonrisa lista para la cámara, lo que la ha ayudado a convertirse en una figura habitual en la cobertura mediática del cáncer de mama. De vez en cuando llora cuando habla de sus pacientes.
Una vez lloró en su trabajo en la facultad de medicina, y un residente respondió diciéndole que “se recompusiera”.
“Sentí que tenía que disculpar mi respuesta”, recuerda, sentada detrás de su escritorio. “Y ahora lloro con los pacientes todo el tiempo”.
Su enfoque ha sido moldeado por décadas de experiencia, así como por lo que aprendió sobre el lugar del cuerpo femenino en la medicina mientras estudiaba historia de la ciencia en Harvard.
“La sensación de que los cuerpos de las mujeres no solo eran diferentes sino que estaban rotos es obvia no solo en la forma en que los médicos hablaban de la anatomía femenina sino en el vocabulario médico mismo: los genitales externos femeninos se denominaban ‘pudendos‘, una palabra latina que significa ‘cosas para avergonzarse’”, escribe.
En “Todo en su cabeza”, la Dra. Comen ofrece una mirada amplia a las formas en que, según ella, la medicina moderna ha ignorado a las mujeres. Durante siglos, escribe, las primeras autoridades médicas creían que las mujeres eran simplemente “hombres pequeños“, aunque carecían de genitales externos y de una capacidad mental comparable, regidos por humores y hormonas nocivos.
Durante demasiado tiempo, los médicos descartaron “lo que podrían ser problemas fisiológicos legítimos como irrelevantes, hormonales y, por lo tanto, no importantes”, dice Wendy Kline, profesora de historia de la medicina en la Universidad Purdue.
Y este fue el caso de las mujeres blancas con recursos, escribe Comen en el libro. A las mujeres de color o pobres, las autoridades médicas las consideraban aún menos y, por lo tanto, menos dignas de atención y compasión.
“Para las mujeres negras, cuando entramos en un entorno clínico, tenemos que pensar en la discriminación racial y de género”, explica Keisha Ray, profesora asociada de humanidades y bioética en UTHealth Houston, que estudia los efectos del racismo institucional en la salud de las personas negras. “Tiende a ser más exagerada la falta de compasión y la falta de atención que se recibe”.
En cuanto a las enfermedades cardíacas, a finales del siglo XIX, el Dr. William Osler, uno de los padres fundadores de la medicina moderna, declaró que las mujeres que presentaban lo que hoy se conocen como síntomas de ataques cardíacos o arritmias (incluyendo dificultad para respirar y palpitaciones) padecían casi con certeza “pseudoangina”, o falsa angina, “un conjunto de síntomas inducidos por neurosis que se hacen pasar por una enfermedad genuina”, informa Comen.
Solo en los últimos 25 años los estudios de cardiología han incluido a mujeres en cantidades significativas. Hoy en día, algunos síntomas de ataque cardíaco que son más comunes en las mujeres, como el dolor de mandíbula y de espalda, todavía se describen como “atípicos” simplemente porque los médicos no los ven con tanta frecuencia en los hombres y es menos probable que se tomen en serio, incluso aunque el 44 por ciento de las mujeres desarrolle una enfermedad cardíaca en algún momento de su vida y una de cada cinco mujeres muera a causa de ella.
“Hemos utilizado el modelo masculino para el diagnóstico y el tratamiento como estándar de oro”, resalta la Dra. Jennifer Mieres, cardióloga de Northwell Health y coautora del libro “Heart Smarter for Women”. Esto ha “conducido a continuas tergiversaciones, diagnósticos erróneos y un sub reconocimiento del ataque cardíaco en las mujeres”.
Cómo defenderse a sí mismo
En cada capítulo de “Todo en su cabeza”, la Dra. Comen entrevista a médicos que están trabajando para mejorar el sistema, empezando por tomar en serio las quejas de las pacientes femeninas, no solo anotando síntomas físicos, desde dolor en el pecho hasta fatiga y malestar gastrointestinal y ansiedad hasta que se vayan descartando todas las demás causas, por ejemplo.
Comen también comparte herramientas prácticas para colaborar mejor con un sistema imperfecto.
En primer lugar, señala, es esencial que todos los pacientes confíen en el conocimiento que tienen de sus propios cuerpos y se defiendan a sí mismos. Antes de una cita sugiere preguntarse: ‘¿Qué es lo que realmente me preocupa de mi cuerpo?’.
“No se trata de lo que uno cree que debería preocuparle ni lo que se piensa que el médico podrá abordar de manera más cómoda y sencilla”, destaca.
A continuación, si uno se siente ansioso por su salud o porque no lo escuchan, puede pedirle a un amigo o familiar que lo acompañe a los turnos médicos. Esta persona puede actuar como defensora y como un par de ojos y oídos adicionales.
Finalmente, si a uno no le agrada el médico que lo atiende, puede buscar uno nuevo. Esto puede ser más fácil decirlo que hacerlo, reconoce, pero una relación de confianza y respeto con el proveedor de atención médica es un derecho de todo paciente.
Por Danielle Friedman.
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