La historia del kintsugi se remonta cientos de años atrás, cuando un gobernante japonés rompió su cuenco favorito y decidió darle una segunda oportunidad
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En cualquier relación, los desacuerdos son inevitables, pero la diferencia entre quienes mantienen la ilusión del amor y quienes la pierden radica en cómo manejan los conflictos. Las parejas que se reconocen felices y conectadas también se enfrentan a discusiones, desacuerdos y errores que pueden potencialmente dañar su vínculo, aunque es su habilidad para sanar las heridas de manera efectiva lo que los diferencia de quienes terminan por separarse.
Es la filosofía ancestral japonesa conocida como Kintsugi la que emerge como una herramienta para hacerle frente a los momentos difíciles de una relación de pareja. Se trata del arte de reparar objetos rotos con oro u otros metales preciosos, destacando las cicatrices y las grietas en lugar de ocultarlas. La misma puede ser trasladada a los vínculos para aprender una valiosa lección: las heridas y fracasos no tienen por qué ser una debilidad o un impedimento, sino que pueden ser utilizados para fortalecer la relación.
Según los expertos estadounidenses en relaciones de pareja Julie y John Gottman, una de las claves de las parejas más felices es la reparación. Ellos sugieren que, por cada interacción negativa durante un conflicto, la pareja debería tener al menos cinco interacciones positivas. Además, después de una discusión, consideran esencial realizar un gesto de reconciliación, como un abrazo, un beso o una caricia, para mantener la solidez del vínculo.
Un arte milenario que puede salvar parejas
Sus orígenes se remontan a cientos de años atrás, específicamente a la era Muromachi (aproximadamente 1336 a 1573). Para ese entonces el tercer Shogun gobernante -jefe de las fuerzas armadas de Japón que tenía el poder militar y político del país de esa época- Ashikaga Yoshimitsu rompió su tazón de té favorito. Y el problema surgió porque el cuenco era único y no podía ser reemplazado fácilmente.
En lugar de deshacerse de este, lo envió a China para reemplazarlo o repararlo. Tiempo después el cuenco volvió reparado con sus piezas sujetadas por grampas de metal. Sin embargo, cuando el Shogun vio los tazones reparados no les dio el visto bueno. Inmediatamente hizo que sus artesanos resolvieran la situación encontrando un método para hacer algo hermoso a partir de aquellos objetos que para él seguían rotos, pero sin ocultar totalmente el daño.
Fue así que nació el Kintsugi y que luego los japoneses ligaron con la filosofía japonesa de wabi-sabi; una cosmovisión centrada en la aceptación de la imperfección y la belleza que se encuentra en la simplicidad. Tanto wabi-sabi como Kintsugi incitan a la apreciación de los objetos y de las fuerzas de la naturaleza para recordar que nada permanece igual para siempre.
Aplicado a la vida
Aplicando esta filosofía a los vínculos, cuando algo negativo sucede, no se debería ocultar su fragilidad o su imperfecció. En cambio, se puede reparar de manera que los haga únicos.
“El Kintsugi refleja los signos de nuestra fragilidad, pero también de nuestra fortaleza y belleza: demuestran que somos más fuertes que la adversidad”, dijo en una conversación para el ciclo “Aprendemos Juntos” de BBVA, el psicólogo Tomás Navarro.
La licenciada en Psicología Ludmila Bosco, explica que frente a las adversidades es útil cambiar el punto de vista de lo catastrófico mediante la reflexión. Para la profesional, preguntas como “¿qué tengo que ver con todo esto que pasa? ¿qué rol estoy cumpliendo?¿por qué esto que ocurrió es un obstáculo?¿cómo puedo sacar provecho de ello?” son disparadores para meditar sobre lo que se considera una traba o algo imposible de superar y transformarlo.
“Cuando nos responsabilizamos y adueñamos de eso que no entendemos por qué sucede, tenemos que empezar a trabajar en nosotros mismos en algún espacio o lugar donde nos sintamos cómodos para deliberar sobre lo que nos sucede”, dice Bosco.
Tomás Navarro, experto en el tema y autor de un libro que tiene como propósito enseñar a aplicar el Kintsugi en la vida emocional, aconseja que para atravesar las crisis que hacen sentir que uno “está roto” se pueden tener en cuenta las siguientes recomendaciones:
1. Juntar las piezas rotas
En períodos de crisis uno puede llegar a sentirse muy solo y creer que de la situación dolorosa no hay escapatoria. Por eso, la filosofía japonesa invita a cambiar de perspectiva y entender que la transformación solo puede suceder una vez que se tome la decisión de hacerla. “Si no elegimos reparar la taza rota, se quedará de esa manera y puede que con el tiempo se dañe más. Pero, si empezamos a recolectar las piezas, es posible construir algo nuevo”, dice el especialista.
2. Analizar la situación
Anclado al paso anterior, Navarro sostiene que la clave radica en la perspectiva. Hay dos extremos: ver la catástrofe como el fin o como el principio de un nuevo capítulo. Cuando uno modifica la manera en la que percibe las situaciones, notará todas las oportunidades o alternativas que tiene.
3. Aprender de lo que sucedió
Todas las experiencias dejan aprendizajes. “Si reflexionamos sobre lo que sucedió, es posible identificar alguna lección importante que nos ayudará por seguir adelante”, añade Navarro.
4. Recuperar la fuerza
Es probable que previo al momento de crisis total, uno se haya topado con obstáculos. Por ende, si todavía se sigue en el plano terrenal quiere decir que se encontró la forma de sortear las adversidades. Puede ser ventajoso reflexionar sobre cómo hizo para superar lo que ocurrió en el pasado y conectarse con su fortaleza interior.
5. Reconstruir
Para Navarro, la reconstrucción requiere de tiempo. “Las piezas deben unirse cuidadosamente, de modo que aquello que se desea reparar pueda adquirir una forma más resistente”, dice el autor. Este paso invita a expresar y vivir el dolor de una forma saludable para poder procesar de la mejor manera la situación que se está viviendo.
6. Contemplar las cicatrices
En lugar de avergonzarse o querer ocultar las cicatrices, Navarro sugiere apreciarlas como un recordatorio de la fortaleza interior. De la misma forma que los artesanos del Shogun agregaron oro para embellecer los tazones, se pueden usar las cicatrices físicas o emocionales como ejemplo de encanto y superación.
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