La lista del súper. Los materiales para el cole de los chicos. La plata que no alcanza. Las fechas de las vacaciones. Y suponer que fulanito se enojó por lo que dijimos. También el trabajo pendiente. Y la cena de esta noche. La cabeza no para. Y los pensamientos son directamente proporcionales al frenesí del mundo en el que vivimos.
“Desde que soy madre, siento que la carga mental que llevo a diario es insostenible. Entre el trabajo, la casa, y los hijos, sentí muchas veces que la cabeza me iba a explotar. Incluso llegué a preocuparme cuando por haber tenido tantos temas en mente durante el día, me olvidaba de cosas importantes como el cumpleaños de una amiga, o resolver algo de un cliente”, cuenta Gimena, abogada y mamá.
Según estudios científicos se estima que tenemos más de seis mil pensamientos diarios. Y la mayoría de ellos son negativos, repetitivos, y están anclados al pasado. Porque tal como explica Delfina de Achával, psicóloga, PhD. en Salud Mental y especialista en Neurociencia, Mindfulness y Bienestar, la naturaleza de nuestra mente tiene que ver con estar oscilando permanentemente entre el pasado y el futuro -algo que nos diferencia del resto de los animales-, lo que no nos permite anclarnos fácilmente en el momento presente.
El dato es que estos pensamientos actúan directamente sobre nuestro estado emocional. Por eso están íntimamente ligados al estrés y la ansiedad: “Nos estresamos porque pensamos demasiado. Ahí nuestra mente es como si fuera una computadora con muchas ventanas abiertas. Entonces se enlentece, pierde el alerta y se tilda. Nos empezamos a sentir cansados, ansiosos, insatisfechos. A veces se generan palpitaciones, taquicardia, sudoración. Y cuando llegamos a este punto de sobrecarga mental, resulta muy difícil salir”, detalla de Achával.
Apagar el interruptor
Cuesta callar los pensamientos. Resulta casi imposible poner la mente en blanco. Alejandro Schujman, psicólogo especialista en familia, adolescencia y vínculos, comenta que si bien “somos los patovicas de nuestros propios pensamientos” (porque decidimos qué entra y qué sale de nuestra mente), el tema no es tan sencillo: “Hay pensamientos que se nos instalan, nos invaden, y nos ocupan mucho más espacio del que nos gustaría. Pensamientos que nos inquietan y preocupan, algunos catastróficos, totalmente fuera del mundo real, pero dentro de nuestro mundo psíquico, que nos quitan la calma”, reflexiona Schujman.
¿Qué hacemos entonces? “Hay una frase que digo mucho y es que ‘uno no elige lo que piensa pero sí qué hace con lo que piensa’”, dice Javier Cándarle, escritor, docente, terapeuta cognitivo, y entrenador de instructores de Mindfulness. Y agrega: “En la medida en que nos damos cuenta de que la actividad de la mente no se calla ni cuando dormimos (porque genera sueños), lo que podemos hacer es empezar a tomar cierta distancia, para ver qué pensamientos vamos a considerar y cuáles no. No se trata de poner la mente en blanco o ‘dejar de pensar’. De hecho, mientras más luchamos por callar la mente, menos lo logramos”.
A esto que señala Cándarle se lo conoce como “defusión cognitiva”, y tiene que ver con poder tomar perspectiva y no quedar “pegados” a la mente pensante. La clave en esos momentos más críticos donde sentimos que la cabeza va a estallar, es centrarnos en algún ejercicio de atención al cuerpo o a la respiración. Así, la actividad de la mente puede empezar a hacerse más lenta: “Tanto la práctica meditativa, como algunas técnicas de la psicoterapia, o el Mindfulness (atención plena), apuntan a generar ese distanciamiento crítico”, comenta Cándarle. Y destaca: “Pero hay que hacerlo con frecuencia y entrenamiento. Aquí no hay ‘fast-mindfulness’. Hay que disponerse a cultivar algo. Hay que entrenar la mente y el corazón para vivir bien”.
Accionar más, pensar menos
Una mañana nos despertamos, uno de nuestros hijos está enfermo, y de golpe empezamos a maquinar: “qué pasa si es algo grave, tengo que avisar que no voy a mi trabajo, y también mandar el mail al colegio, posponer la reunión de zoom, etc.”. La mañana recién empieza y la cabeza ya nos estalla. ¿Se puede cortar ese círculo vicioso?
Para Cándarle, sólo podremos lograrlo observando los pensamientos, y respondiendo a ellos de manera adecuada cuando lo que plantean es lógico. Entonces, si me despierto y mi hijo está enfermo, y tengo una lista de pensamientos que me preocupan, puedo diagramar qué voy a hacer para atenderlos: llamar a la pediatra, avisar en mi trabajo, cancelar la reunión, mandar el mail al colegio. Y una vez que haya respondido a todos esos pensamientos, cuando vuelvan a aparecer podré dejarlos pasar porque ya los atendí.
Los pensamientos no son realidades
“He tenido montones de problemas en mi vida, la mayoría de los cuales nunca sucedieron en realidad”, dice una frase del escritor estadounidense Mark Twain. Y así es como sucede con la mente. Tendemos a armar historias, grandes culebrones, suponemos, damos por sentado, y nos imaginamos en medio de situaciones que finalmente nunca suceden. O no siempre como las pensamos.
“Es importante que frente a un pensamiento nos preguntemos: ¿Tiene evidencia esto que estoy pensando? ¿Es lógico? ¿Sirve para algo? Y así, de a poco, vamos a ir pudiendo filtrar a cuáles pensamientos les vamos a dar curso y a cuáles no”, explica Cándarle. Y en la misma línea, Schujman sugiere hacer el ejercicio de anotar qué tipo de pensamientos están ocupando mi mente hoy. Y ver si eso que me obsesiona o angustia, será realmente importante en unos meses en mi vida. Si no es así, entonces es tiempo de tomar distancia.
¿Un consejo más? Es clave que sepamos que la mente funciona en dos modos: el modo “hacer” (que es el que resuelve problemas, toma decisiones, organiza), y el modo “ser” (que experimenta el momento presente, con disfrute, conciencia y presencia. Y muchas veces, sin hacer nada). El secreto para alcanzar una mente sana, es que estos dos modos operen en paralelo: “El problema viene cuando sólo nos quedamos en el modo ‘hacer’ (en automático tomando decisiones y planificando), y no nos damos momentos de modo ‘ser’. Ahí viene el exceso de pensamiento y las consecuencias de estrés y ansiedad”, explica de Achával.
Somos lo que pensamos
“Piensa bonito, vive bonito” reza una frase que hemos leído hasta el cansancio. Y algo de cierto hay ahí. Porque está comprobado que la calidad de nuestros pensamientos es esencial para el bienestar, ya que determina gran parte del estado de ánimo, el modo en el que estamos a cada momento, nuestros vínculos, y hasta -como sostiene la Ley de Atracción-, lo que atraemos. No olvidemos que lo que pensamos, nos lleva a tomar decisiones, que luego se traducen en acciones.
Tal vez se trate de aprender a soltarnos un poco más. Porque la mente insistente (esos pensamientos que vuelven una y otra vez), tiene que ver con un intento de control de lo que va a ocurrir. Por eso es tan importante que podamos detectar si los pensamientos que nos invaden a diario son de situaciones reales y concretas (que suceden en el presente y podemos resolver), o hipotéticas (más ligadas al futuro, y a procesos ansiosos). En el último caso, sin dudas vamos a tener que poder trabajar la incertidumbre.
“Cuando uno empieza a tomar conciencia de que controla menos de lo que cree, puede empezar a descansar. Estamos inmersos en una naturaleza que nos excede, que nos excedió siempre, y los seres humanos construimos una falsa seguridad en el control mental que tratamos de hacer sobre las cosas (y nos agotamos). Pero cada tanto, la vida se encarga de mostrarnos lo contrario (como nos pasó con la pandemia)”, dice Cándarle. Y cierra: “No olvidemos que hay muchas cosas en la vida que se logran soltando más que agarrando”.
Y tal vez sí, haya pensamientos que ya podamos empezar a soltar.
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