La partida de los hijos del hogar familiar puede provocar en los padres una crisis de angustia y desmotivación; los especialistas recomiendan aprovechar el tiempo libre para retomar actividades postergadas y revincularse con la pareja
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Tristeza, ansiedad, irritabilidad, temores, sensación de soledad, desmotivación, hasta pérdida de sentido en la vida… Las emociones se asocian formando un cóctel desconocido cuando el último de los hijos se va de casa. En algunos padres casi no se percibe un gran cambio, mientras que en otros, la partida de los chicos para formar su propia familia o para encarar un nuevo proyecto de vida, genera una sensación no vivida antes, similar a la que experimentan ciertos animales al enfrentarse con el nido vacío. De ahí el nombre del síndrome.
A los 55 años Patricia acudió al psiquiatra por la dificultad para desarrollar mecanismos adaptativos frente al despido que había sufrido en el trabajo y a la salida del hogar de sus dos hijas. Su vida quedó patas para arriba y fue invadida por la sensación de nido vacío. Comenzó con malestar, angustia, preocupaciones, irascibilidad, desgano y pérdida de propósitos en su vida. Había sido cesanteada en el trabajo y al poco tiempo llegó la pandemia. Una de sus hijas emigró a Canadá por trabajo y la otra tenía un proyecto profesional que la llevó a vivir a Salta.
De golpe, Patricia se quedó sola con su marido. “Es una relación de muchos años porque nos conocimos en la adolescencia. Desde que nacieron nuestras hijas, siempre estuve muy vinculada a ellas, más allá de que traté de tener mi autonomía económica y mi trabajo”, reconoce Patricia.
Cuando se fue la última, con su psiquiatra trabajó sobre su proyecto personal, que había quedado concluido respecto al trabajo. “Me veía grande, la relación de pareja estaba estancada y extrañaba muchísimo a mis hijas”, reconoce.
Con la ayuda del profesional, logró encontrar nuevamente el espacio de pareja y emprendieron un viaje los dos solos, por primera vez en muchos años. “Fue un reencuentro gratificante, en el que pudimos conversar sobre toda nuestra historia y sobre la paternidad, una especie de reelaboración de nuestro vínculo”, confiesa.
Con el tiempo libre que disponía, se animó a arrancar la carrera de Letras, una asignatura pendiente. Hoy sigue estudiando, se insertó en el circuito de la literatura y forma parte de grupos de investigación y de escritura. Además, empezó a practicar actividad física. “No sólo mejoré el cuadro producido por el nido vacío, sino que además logré un crecimiento personal”, relata Patricia.
Sensación de pérdida
Ese desajuste se produce a menudo cuando el espacio que ocupaban los hijos en el hogar queda vacío o, mejor dicho, cambia. Aparece una sensación de pérdida. “Esto es parte de un duelo en el que surgen temores que se vinculan con lo que le puede pasar al hijo o a los hijos, al no estar bajo la protección del hogar”, describe Ricardo Corral, médico psiquiatra (M.N. 67653), docente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, jefe de docencia e investigación del Hospital Borda y presidente de la Asociación Argentina de Psiquiatras (AAP).
Como todo duelo, no es igual en todas las personas. Algunas vivencian el cambio de etapa de una manera casi natural y, entre quienes atraviesan el síndrome del nido vacío, hay distintos niveles de intensidad. “Hay personas que quizás no lo viven como algo tan significativo, sino como una crisis que atraviesan ante la salida de un hijo del hogar; todos lo vivimos de manera diferente”, revela Sol Buscio, licenciada en psicología (M.N. 71610).
Suele suceder que no le pasa lo mismo al padre que a la madre. “Puede darse en la mamá solamente, por ejemplo. Es más frecuente porque son ellas las que se involucran más tiempo en la crianza. Pero, en realidad, depende de la constitución familiar”, sostiene el psiquiatra.
Buscio coincide y señala que “todavía existen secuelas del lugar que ocupa el hombre en el hogar, de la conexión que tiene con sus emociones y de poder manifestarlo y expresarlo”.
Por otra parte, el psiquiatra considera que, si bien los hechos actúan como desencadenantes, el cuadro grave ocurre en personas con cierta predisposición. “A los que lo sufren les viene bien una orientación profesional o un tratamiento focalizado en eso”, indica.
En las diferencias respecto de las vivencias entran en juego las distintas personalidades de los padres, “en el sentido de las capacidades que tienen para adaptarse”, destaca Corral. El psiquiatra traza un paralelismo entre lo que puede suceder en esta etapa de la vida y lo que se suele dar, a veces, cuando los hijos ingresan a la pubertad.
“Si bien es distinto, los padres tienen que adaptarse a esa situación de pasar de tener hijos niños a tener adolescentes. Se pone de manifiesto esa capacidad adaptativa. Son también importantes las actividades de cada uno. Porque si están ocupados y tienen sus proyectos propios o su trabajo, el impacto obviamente es mucho menor”, reflexiona Ricardo Corral.
Las chicas lejos
Danisa Bevcic, de 55 años, tiene dos hijas que ya no viven con ella y su marido en su casa de Nordelta. La mayor tiene 27 años, es diseñadora gráfica y desde los 24 vive en Australia con su novio. La más chica, de 25, es psicóloga y se fue a vivir con su pareja a principios de este año. Si bien están en Palermo y es usual que se vean los fines de semana, los demás días la distancia y las actividades diarias hacen difícil el encuentro. La ausencia de las chicas no tardó en sentirse.
Después de haber desarrollado una carrera como licenciada en sistemas, desde hace ocho años Danisa se dedica al asesoramiento de imagen. “El nido vacío se empieza a sentir cuando no hay más ruido en la casa. De repente tuve un montón de tiempo para mí”, sentencia. La asesora de imagen se encontró frente a frente con su marido –llevan 30 años de casados–, sin muchas cosas que charlar. “Se siente como un dolor en el pecho”, confiesa.
A Danisa le costó mucho la partida de su hija mayor a Australia, porque las distancias son enormes y los horarios para comunicarse son complicados. Tampoco resultan fáciles los viajes para uno u otro lado. “A mí me sirvió mucho hablar el tema con distintas personas, permitirme esa angustia y dolor”, cuenta acerca de sus sentimientos que fueron tal vez más intensos en los primeros tiempos.
Con los meses, Danisa y su marido fueron ajustándose a los cambios y sacando provecho del mayor tiempo libre. La profesional comenzó cursos de filosofía moderna y antigua, dedica más horas a la lectura, a su trabajo, a su presencia en las redes y a preparar conferencias. Además, viaja por trabajo, o por placer con su marido o con amigas. “Está bueno salir de la rutina y se disfruta distinto cuando no tenés los chicos en casa porque no sentís que estás dejando a nadie en banda”, reconoce. También en esta etapa encontró tiempo para retomar el golf y el tenis, deportes que había abandonado. “Son claves los círculos de amigos y las actividades, como el deporte, para paliar un poco la sensación de soledad. Tener proyectos juntos también es lindo. Compartir actividades entre los dos, suma”, asegura. En casa, el movimiento y las rutinas cambiaron. Y Hugo, el perro que había sido de una de las hijas, les proporciona segura y cálida compañía.
Ante la pérdida y el duelo, surge un espacio que se libera. “La manera en que vamos a transitarlo tiene que ver con el lugar que esa persona ocupaba. Obviamente que un hijo tenía un lugar completamente significativo, pero más allá de eso, hay que pensar en qué otros ámbitos uno se está desarrollando”, sostiene Sol Buscio. La psicóloga observa que suelen ser las mujeres quienes ponen al hijo en un lugar muy central de la vida. Entonces, a veces “todo gira alrededor de los hijos y el mundo propio no está. Y esa pérdida termina siendo grande porque es mucho lo que abarca. Por eso, en estos casos el impacto es aún mayor y la persona lo atraviesa de una manera más negativa”, añade.
Otro aspecto que remarca Ricardo Corral y que puede incidir en la manifestación del síndrome es la calidad de la relación de pareja porque, “si el vínculo ha pasado a ser solamente de padres, y con poco diálogo, eso repercute”, afirma.
En este sentido, Corral recalca la importancia que tiene llevar una vida de pareja sana, dentro de la que se comparten cosas entre los dos, por fuera del contexto de los hijos. Se trata de “hombres y mujeres que disfrutan de estar juntos y que tienen proyectos en común”, explica.
Este proceso, en el que la pareja vuelve a habituarse a vivir sola, en general se da naturalmente, según Ricardo Corral, ya que las personas suelen adaptarse al cambio sin requerir ayuda. Sin embargo, admite que a veces es necesaria alguna consulta de orientación para evaluar si esto podría desencadenar un cuadro depresivo.
“Se vuelve patológico, como todo duelo, cuando es sostenido en el tiempo y cuando la persona tiene muchos pensamientos negativos y distorsionados y no logra salir de eso”, aclara Buscio. La especialista aconseja prestar atención a que esta situación no se extienda más allá de seis meses a un año. “A mí me gusta resignificar las pérdidas. ¿Cuál sería un nuevo significado? Un vínculo diferente a construir con mi hijo, conmigo mismo, con mis espacios”, destaca.
Un artículo publicado en el National Center for Biotechnology Information se refiere al nido vacío como una etapa vital en la que las personas pueden seguir creciendo y desarrollándose, una oportunidad para autorrealizarse.
Frente a esto, lo primero que hay que hacer es transitarlo. Darse el espacio para sentir, pensar y estar de la manera que se necesite. De a poco, se va a transformar para mejor, porque tener espacios propios resulta beneficioso. “Vamos a poder planear más salidas en conjunto. Hay que pensar, dentro de la pérdida, qué ganancias puedo obtener. Ahí aparece el mundo propio, que es fundamental para atravesar este momento complejo”, dice Buscio. La psicóloga entiende por mundo propio el retomar alguna actividad abandonada, recuperar los espacios de autocuidado, de amistades, de pareja y de todo aquello que uno sienta ganas de hacer.
Formas de superación
¿Algunos consejos para superar el síndrome del nido vacío? “Hay parejas que se mantienen con un buen vínculo y con espacios propios, más allá de los hijos. En este momento lo que se les aconseja y se sugiere es esa revinculación”, sugiere Corral.
También es conveniente que cada uno de los integrantes de la pareja se detenga a identificar su rol en la vida. “Uno de los aspectos es la paternidad o la maternidad, pero no es el único. Somos personas que nos relacionamos con el mundo y que tenemos diferentes roles: de padre, de pareja, de amigo, de profesional, de trabajador”, plantea el psiquiatra.
Síndrome, crisis vital, duelo… Es una etapa más en la vida en la que el que mejor lo pasa es el que mejor se sabe adaptar. El vaso vacío no conduce a nada. ¿El vaso lleno? Lo encuentra aquel que logra ver la oportunidad de reencontrarse con uno mismo, de recuperar intereses archivados a través de los años y de enfocarse en pasar tiempo de calidad en pareja. Los hijos van a ser los más beneficiados y los más agradecidos.
La transición, el tiempo justo para planear una nueva vida
Dicen que donde hay una crisis hay también una oportunidad. Tras el sacudón que puede implicar que los hijos se vayan de la casa, se impone la necesidad de reinventarse. Según Miguel Espeche, psicólogo, especialista en vínculos (M.N. 10199) y autor del libro Criar sin miedo, el nido vacío no se da de un día para el otro, sino que es un proceso que va asomando a medida que los chicos crecen y tiene mayor independencia. Esa transición comienza cuando los hijos están menos tiempo en la casa, anunciando, en cierta forma, que van a partir. Para el especialista, ese período de transición se puede aprovechar para que los padres se preparen ante la nueva etapa que se avecina.
En esa preparación, el psicólogo enfatiza en la importancia de tener distintos intereses y no centrar la vida en un solo aspecto. “Es tradicional ver padres (más madres) que se esmeran mucho en ese rol en detrimento de otras esferas. Se sienten validados por el hecho de ser útiles en la vida de alguien”, sostiene Espeche. Cuando ese alguien se va, a veces se producen problemas emocionales, relacionados con el “ahora qué hago”. Por eso, considera que, durante la transición, es bueno prepararse e ir desarrollando distintos aspectos personales, como vocaciones, intereses o trabajo, “que hagan que la partida no se transforme en un desgarro”.
Para el psicólogo el tema de la pareja resulta central durante el período de transición, al ser una fuente afectiva diferente a los hijos. En los casos en que los padres no estén en pareja, es clave desarrollar una vida afectiva diversa, además de poner foco en alguna vocación o interés profesional. De este modo, ese tiempo disponible que ahora se tiene y antes no, se irá ocupando en ese desarrollo.
Con el nido vacío, Espeche sugiere ir desplegando lo que uno, además de los hijos, tiene como misión. “Si no hubiera otro propósito que criar hijos, será el momento, con cierto nivel de crisis, de revisar y trabajar en relación a eso”, recalca. En ese caso, aconseja abocarse a generar un nuevo proyecto de vida “en función de vocaciones adormecidas o lo que aparezca como deseable”. Además, revisar el tema de pareja, un aspecto clave. “Si se la tiene, reverdecer ese vínculo y si no, y se anhela tenerla, focalizar en ese aspecto”, destaca.
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