La incorporación de hábitos saludables y el aprovechamiento de los avances científicos abren un mundo de oportunidades a futuro; qué entienden los especialistas por health-span y cómo invertir hoy en nuestro bienestar a largo plazo
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Hay quienes salen a correr para poder bajar el tiempo en la próxima carrera de 10 kilómetros, hay personas que van al gimnasio para verse más atractivas y están también los que intentan dormir más horas para ganar productividad en el trabajo. A los 36 años, Ana Zapiola hace todo esto (y mucho más), pero su objetivo principal es distinto: entre sus metas figura escalar el Tronador o seguir haciendo kite surf a los 80 años. Con algo más de edad (cumple 52 en pocos días), el ingeniero y emprendedor Walter Abrigo usa decenas de aplicaciones, complementos y dispositivos con un sueño de largo plazo: integrar y jugar regularmente en un equipo de básquet a los 70 años.
Zapiola y Abrigo cultivan de manera proactiva lo que algunos especialistas denominan mindset, mentalidad o modelo mental de longevidad: tomaron conciencia plena de que una buena combinación de hábitos junto con el aprovechamiento de los avances científicos y tecnológicos van a permitirles (en realidad, ya lo están logrando) llegar a edades avanzadas con una mente y un cuerpo saludables.
“El concepto clave es el de la extensión de la vida con una salud plena a nivel físico, cognitivo y emocional (en inglés se conoce como health-span), en lugar de conformarse solo con vivir más (life-span)”, resume la especialista en medicina funcional uruguaya Silvina Tocchetti. “Es el tiempo que podemos agregar con nuestra salud a tope, versus simplemente sumar años con la salud deteriorada, apalancada con muletas diversas”, agrega Tocchetti, que dirige la clínica Mind Montevideo.
Una mentalidad de longevidad implica empezar a incorporar hábitos y rutinas muy distintas a las que uno podría abrazar si el objetivo fuera solo el de sentirnos mejor ahora.
El médico canadiense Peter Attia, hoy uno de los principales divulgadores globales sobre agenda de bienestar, comenzó a hablar recientemente del “decatlón centenario”, que empieza con un ejercicio simple: preguntarnos qué actividades nos gustaría hacer con comodidad a los 100 años. Para algunos podría ser alzar a su bisnieto, poder levantar la valija a los compartimentos del avión o subir las escaleras con las compras del día.
La combinación de ejercicios físicos (que incluyan los de flexibilidad, los de equilibrio, los de fuerza y los aeróbicos) aparece como un requisito para desplegar esta mentalidad de longevidad. “Cada uno de ellos tiene una especificidad: el aeróbico para disminuir los factores de riesgo cardio y cerebrovascular y metabólicos; los de equilibrio para trabajar sobre todo los mareos y las caídas; los de fuerza para no tener pérdida de masa muscular, y los de flexibilidad para no ir ‘encorvándonos’ y que cada vez sea más difícil estirar los músculos”, dice Ricardo Jáuregui, un argentino que preside la Asociación Internacional de Gerontología y Geriatría (IAGG en inglés).
El experto, que también es director médico del centro para adultos We Care, plantea que este combo debería ser parte de una rutina habitual, y subraya: “No solo demuestra estos efectos físicos sino también, por ejemplo, que el tamaño, o sea la estructura cerebral, crece cuando uno hace actividad física”.
LA NACION Bienestar conversó con cinco personas que incorporaron este modelo mental y toman todas sus decisiones diarias en consecuencia. Están a la vanguardia de lo que conviene hacer para llegar a los 80, 90, 100 años (o más) con las mejores chances de disfrutar de una buena salud a todo nivel.
Los nuevos 80
A los 44 años, Marcelo Rinesi, científico de datos y tecnólogo, ya ni se acuerda cuando le “cayó” la ficha del mindset de longevidad, pero lo cierto es que lo puso en práctica desde muy joven. “Tal vez leer mucha ciencia ficción de chico me acostumbró a la idea de considerar todo potencialmente posible”, cuenta.
A pesar de que está actualizado con todos los avances e investigaciones primarias antiedad, Rinesi cree que por el momento nada es superador de tres pilares: dormir mejor, comer sano y hacer ejercicio. Una vez que esto se cumple, la segunda actitud que podría “mover la aguja”, según Rinesi, es empujar a reguladores, Estado, empresas y medios a ser “más ambiciosos y más pragmáticos” sobre este tema.
¿Qué significa exactamente ser más ambicioso y pragmático? “Es, dependiendo de las posibles intervenciones, potencialmente reducir la incidencia de varios tipos de cáncer, o retrasar problemas cardiovasculares y cognitivos 10 o 20 años; dicho así parece abstracto, pero quiere decir que es posible, si tomamos las decisiones correctas en investigación e inversión, que tener 80 en 30 años sea enteramente diferente a tener 80 en cualquier otro momento de la historia. En lo económico, social y político va a ser un cambio radical. A nivel de las expectativas y potenciales de la vida individual, una modificación casi indescriptible”, plantea el científico de datos.
Un mindset que tenga en cuenta esto implica dos cosas: evitar lo que sabemos que es autodestructivo (sedentarismo, comer mal, dormir poco) y acelerar en lo posible esquemas de investigación, desarrollo y divulgación más avanzados.
La regla del 20%
Y en el día a día, ¿Por dónde nos conviene empezar? “Mi recomendación es que, en una primera instancia, tomemos contacto con el lugar donde nos encontramos, para ver qué pasos podemos dar desde ahí. De nada sirve trazar un objetivo lejano a nuestras posibilidades actuales”, explica Tocchetti, desde Montevideo. “Sos tan joven como tu sistema inmune: debemos trabajar para fortalecernos a través de modificaciones del estilo de vida que reducen la inflamación crónica sistémica junto a suplementación específica para colaborar con este objetivo. Personas centenarias poseen una composición y actividad de las células inmunes únicas que generan un sistema inmune altamente funcional que les permite vivir por más tiempo. Esto está representado incluso en la composición específica de su microbioma”, agrega la experta.
Yendo a la caja de herramientas concretas, Tocchetti propone una regla o ley “del 20%: irnos a dormir un 20% más temprano; hacer ejercicio 20% más si hacemos poco o 20% menos si hacemos demasiado (ambos extremos inflaman); tomar 20% menos de café, mate y alcohol, y comer un 20% más de vegetales, son algunos de los cambios que plantea.
“En síntesis –sugiere la experta- poner el foco en pasos firmes y certeros y no en objetivos que traicionan nuestras posibilidades solo porque la última tendencia lo indica. El camino hacia la longevidad es el que cada uno de nosotros puede hacer desde donde está, optimizando cada paso. Lo contrario, los objetivos grandiosos, solo harán estallar nuestro sistema en mil pedazos más de lo que ya está con las obligaciones que tenemos”.
A Tochetti le da resultados: en 2023 se hizo en los Estados Unidos un test epigenético para determinar su “edad biológica” y le marcó 41 años. Ella nació hace 53.
La frontera del age-tech
A Walter Abrigo, de 51 años, las alarmas para comprometerse con un modelo mental de longevidad le llegaron desde el frente postural: “En mi familia somos todos muy altos y grandotes. Yo veía a varios parientes caminar con dificultad o con dolores crónicos de espalda a medida que sumaban años, y decidí priorizar cambios de hábitos y rutinas para evitarlo”, relata.
Abrigo nació en el Chaco, estudió ingeniería industrial y tuvo su desarrollo profesional vinculado a la tecnología. Dirige la compañía de soluciones Santex, con sede en San Diego y presencia en 60 ciudades, y está muy vinculado al ecosistema de startups de base tecnológica. Por eso, además de los pilares que mencionaba Rinesi (dormir mejor, comer bien y hacer ejercicio), Abrigo completa su “modelo mental de longevidad” con una decena de aplicaciones, dispositivos y complementos que lo ayudan a mejorar su salud presente y futura.
Como buen ingeniero, envió a LA NACION una planilla con varias de las herramientas de tecnología etaria y de bienestar que usa todos los días. Una de ellas, llamada Up-right, consta de un dispositivo que monitorea la postura conectado a una aplicación que va dando feedback para cuidar la espalda y otras partes del cuerpo.
Para el momento de meditar, trata de hacerlo 10 minutos al día, combina las aplicaciones Calm y Muse. “Ambas te dan información de cómo estás respirando, cuánto estás en tiempo presente o en un estado calmo, y la verdad es que eso ayuda un montón en situaciones complejas de la vida cotidiana o a tomar mayor conciencia de lo que comés, por ejemplo”, cuenta Abrigo. Además, a través de una botella con un sensor y una aplicación llamada Hidrate, el empresario consigue tomar los entre dos y tres litros de agua por día que su cuerpo necesita.
También se ocupa de monitorear su descanso: usa la aplicación Whoop que con distintos sensores hace mediciones sobre variables asociadas al sueño (como consistencia o eficiencia), sobre la respiración, las calorías consumidas, etcétera.
Abrigo consolida toda la información en la sección de salud del iPhone y asegura que todas estas mini ayudas no le llevan mucho tiempo por día. Un beneficio secundario es que con cada monitoreo o recordatorio hay un anclaje al presente, una conciencia plena del momento que promueven el mindfulness y otras escuelas de meditación.
Aprendizaje permanente
Barbara Rey Actis vive en Madrid, tiene 49 años y se convirtió en una de las principales divulgadoras e investigadoras en la agenda de “longevidad positiva” en España, uno de los países con mayor proporción de personas adultas en el mundo. Viene de una carrera en el área de marketing y decidió encarar el camino de la longevidad cuando la marca de cremas que le encomendó una campaña estableció como target más adulto para su producto la franja de “mujeres de 35 a 55 años”. Da clases en distintas universidades y escribió el libro Una Longevidad con Sentido (Versus).
Rey Actis agrega otra dimensión al modelo mental de longevidad: el del aprendizaje permanente. “De todas las variables que uno puede asociar a vivir más años, el nivel educativo ocupa un lugar preponderante. Es el driver que condiciona o define la longevidad, es la primera ficha de este dominó en la carrera hacia una longevidad saludable”, dice la experta española a LA NACION. En paralelo sostiene que la educación como industria es una enorme oportunidad para la economía de la longevidad. “La mayor parte de las instituciones educativas siguen un modelo muy tradicional y no se adaptan a las necesidades de educación continua que tenemos las personas de cara a una mayor expectativa de vida con más salud, carreras profesionales más largas, procesos de reinvención, readaptación, etcétera”, plantea.
Según su mirada, la inquietud que lleva a las personas a querer saber más es uno de los motores más potentes, al tiempo que promueve la relación con otros. “Y además de la educación ligada a la inquietud está también el tema de la ilusión. Las personas que tienen una ilusión, una visión de vida, un propósito, poseen un un motor incluso más potente que la curiosidad, es una capa que está por encima”, concluye la investigadora madrileña.
La odisea de la vida
Ana Zapiola estudió Ingeniería Industrial en la Universidad de Buenos Aires (UBA), tiene 36 años y toda su vida trabajó en startups y empresas de tecnología. En enero empezó con un nuevo rol de jefa de ingenieros en Satellogic, el unicornio argentino de satélites de bajo costo que fundó y lidera Emiliano Kargieman.
En la pospandemia acompañó a su madre durante una enfermedad grave, que la llevó a meterse de lleno en la agenda de nuevo bienestar e innovación vinculada a la salud. Hizo un curso de coach en salud del Institute of Integrative Nutrition de Nueva York y comenzó a adoptar nuevos hábitos, tests y dispositivos con el objetivo de vivir muchos años de manera saludable.
“Comencé a seguir una metodología de Stanford de diseño de vida”, cuenta. La herramienta es una suerte de mapa mental (se denomina “Odyssey Plan”) donde se van planificando objetivos en campos y pilares distintos: salud, relacionamiento, finanzas, entorno de vida, descanso y salud, propósito y espiritualidad, entre otros. Ahí es donde tiene escrita (y dibujada) su meta de subir al Tronador, hacer kite surf y esquiar (las cosas que más disfruta) a los 80 años.
Entre los distintos ítems y compromisos que asumió consigo misma Zapiola revisa cada fin de año va mechando frases que la ayudan a sostener esta mentalidad de longevidad. “La gente no decide su futuro, decide sus hábitos y sus hábitos deciden su futuro”, es una de ellas.
Las fuentes consultadas para esta nota tienen entre 36 y 52 años, pero hay muchos casos de longevidad positiva donde “la ficha cayó” a una edad mucho más avanzada. Elisa Forti, que corre maratones pasados los 86 años, cuenta que comenzó a hacer running recién a los 72. Alberto Naisberg, un ingeniero que vive en Caballito y que en abril próximo cumplirá 99 años, dijo en una entrevista con este diario que hizo el click mental de bienestar a los 94. Jeanne Calment, la francesa que falleció en 1997 a los 122 años y 164 días de edad (récord verificado de longevidad hasta ahora) dejó el cigarrillo a los 117 años. Hiromu Inada, el japonés que batió el récord de mayor edad al completar una competencia de Iron Man a los 86 años, también arrancó a hacer deporte de manera sistemática después de los 70. Nunca es tarde para comenzar a adoptar una mentalidad de longevidad.
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