La psicóloga especializada en crianza revela las características esenciales de las nuevas generaciones de padres e hijos en el nuevo ciclo LN + Cerca Bienestar; cómo sobrellevarlas y no perder en el intento
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“Estamos viendo que los chicos sienten que no son importantes para sus papás porque no les prestan atención por estar tan atentos a la pantalla. Si bien es un instrumento maravilloso, hay que entender que los adultos somos el ejemplo y modelo racional para desadictizar a los chicos. El cambio y el ejemplo empieza en los papás”, aconseja Maritchu Seitún al ser consultada en vivo por una suscriptora de LA NACION sobre cómo moderar el uso de la tecnología en los niños.
Seitún es psicóloga especializada en crianza, autora de varios libros que la consagraron como una de las referentes nacionales sobre educación, niños y familia y es columnista de LN Bienestar. Fue la encargada de inaugurar el nuevo ciclo “LN + Cerca Bienestar”, un espacio exclusivo para suscriptores con el fin de conectar con el lado bueno de la vida, con lo que hace bien; con lo que da oxígeno entre tantas noticias negativas.
En un mundo en el que la realidad se transforma día a día y todo evoluciona a pasos agigantados la educación de un hijo se convierte en un pilar fundamental para que las nuevas generaciones tengan las mejores herramientas para afrontar los cambios que los interpelan constantemente y para que, a futuro, sean la mejor versión de sí mismos. ¿Cómo lograr esto? Con la ayuda, el acompañamiento y el interés de los padres en esta “asignatura” pendiente que es la crianza.
“Lo primero que hay que aprender es que los niños son como esponjas, aprenden de todo lo que pasa a su alrededor y especialmente de los padres que son sus modelos a seguir. Por eso, antes de exigirles ciertos comportamientos hay que revisar cómo uno da el ejemplo”, señala Seitún. Ningún padre es perfecto, no existe un manual de crianza universal que sea ideal y aplicable para todas las familias, como dice la canción “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Maritchu cuenta que lo que se puede hacer como padre es educarse sobre las herramientas y los valores que más le pueden ser de utilidad a su hijo. “Cuando uno es papá o mamá lo principal es aceptarse imperfecto, saber que nos vamos a equivocar y que aunque pase esto los chicos nos van a querer igual”, añade la especialista en crianza. Para ella, es totalmente normal e incluso característico de los pequeños de la familia que se enojen con los padres cuando estos cometen un error o cuando no cumplen con sus deseos. A pesar de ello, “cuando caen en la cuenta de que los padres actuaron sin intención, los perdonan de la misma manera que los mayores harían con ellos”, explica Seitún.
El valor del esfuerzo, la tolerancia a la frustración y el aprendizaje de la empatía
Estos conceptos funcionan -según Maritchu- como puntos de apoyo indispensables para criar hijos. Son los “andamios” de una familia en construcción, los “cimientos” de un hogar, los valores que toda persona debe aprender y procurar mantener por el resto de su vida para alcanzar un sentido de plenitud.
En lo que concierne a la frustración, puede presentarse tanto en los padres como en los hijos, se trata de una respuesta emocional innata del ser humano; de todos modos, que sea propio del hombre no quiere decir que no pueda ser sobrellevada o que sea imposible de aprender a tolerar. “Si uno como padre se siente así no tiene que negar lo que le pasa, si el niño percibe que el papá está frustrado uno tiene que ser honesto, admitirlo y decir ‘sí, esto me frustró, pero dame tiempo para recuperarme, juntos vamos a salir de esto”, explica la psicóloga respecto de situaciones cotidianas con menores como pueden ser: cuando no estudian para un examen y les va mal; cuando no hacen caso a lo que el padre les aconseja; o simplemente “se mandan una rabieta”. Para Seitún, no hay que esconder ni tampoco exagerar la emoción, “con el tiempo se aprende que algo que en el momento parece el fin del mundo en seis meses se convierte en una anécdota”, destaca.
La otra cara hogareña de la frustración es la de los niños, un sentimiento que los visita bastante seguido e incluso, en ocasiones, más de una vez por día. “En los chicos pasa mucho porque están centrados en lo que les pasa a ellos, están ‘en su propio mundo’, por eso el acompañamiento de los padres en estas situaciones es importantísimo”, revela. Asimismo agrega que esto engloba dos consideraciones esenciales: no retirar el amor y no amenazar por esa conducta de frustración. Sería algo así como poder ponerse en sus zapatos y comprenderlos. “Los chicos se van a ir acostumbrando y van a aprender a tolerar la frustración. Hay que entender que la fortaleza no viene cuando las cosas salen bien sino que aparece cuando uno fracasa o tropieza”, dice.
De la mano de la frustración, en ocasiones, aparece la noción del esfuerzo. “Cuando a mi me mandaban a bañar lo hacía inmediatamente; en cambio hoy les tienen que repetir 10 veces las cosas para que los chicos hagan caso”, dice Maritchu para ilustrar la comodidad en la que los pequeños viven. Tanto la falta de la cultura del esfuerzo como la baja tolerancia a la frustración cuando las cosas no suceden como uno espera está en la actualidad más en auge que nunca; sin embargo, la especialista destaca que “cuando no quieren hacer las cosas, hay que hacerles entender que no es algo negociable y evitar la pelea. Que aprendan de las experiencias, que si se esfuerzan salen adelante y sino se achicharran”. Otra solución que ofrece Seitún es la de “guiarlos” mediante preguntas inteligentes, no forzarlos a hacer las cosas sino que puedan descubrir ellos solos y con una “leve asistencia” de sus padres qué quieren para su vida y cómo tienen que hacer para obtener esas cosas. “No puedo empujar a alguien a ser algo que no es”, enfatiza.
Ya adentrándose en el campo de la empatía Maritchu revela que quienes carecen de esta cualidad - y tampoco se las inculcan- se terminan convirtiendo en personas egocéntricas. “Si tu hijo es muy egocéntrico, lo primero que hay que hacer es comprenderlo y decirle cosas como: ‘que mala suerte que no sos el único que vive en esta casa’, ‘qué mal que no te voy a poder llevar a comprar un mapa a último momento porque te cuido de mi propio mal humor‘”. La cura del egocentrismo es la comprensión, ”si puedo te ayudo, pero si no puedo, no”.
Sumado a esto, frente a una consulta de una suscriptora sobre qué hacer con la empatía en el caso de los hijos que son mayores de 20 años aclaró: “No hay que rendirse, la empatía es tan potente que todo ser humano trata de entender lo que otro siente. Por ejemplo, un chico de 22 años que se enoja porque perdió un partido y el papá lo tira abajo, va a carecer de esta cualidad porque su padre no le da el ejemplo; en cambio, un papá que lo alienta y le demuestra empatía le enseña que debe tener las mismas actitudes bondadosas”, explica.
Por último, surgió una duda muy frecuente que se hacen muchos padres de niños pequeños:¿ a qué edad darles un celular? . “Como profesional considero que los menores de 11 años no deberían tener posesión de un celular, sin embargo a partir de esa edad necesitan tener algún tipo de comunicación por un tema de seguridad cuando andan solos”, revela la profesional. También añade que hay casos puntuales en los que se les puede otorgar un teléfono si sufren de alguna condición de salud y por emergencia necesitan estar en contacto con los padres. Finalmente, advierte Seitún que los progenitores tienen que estar muy atentos a lo que los pequeños hacen con la tecnología: trabajar en la “vigilia” de la misma, saber sus contraseñas, quiénes son sus amigos, qué se dicen y qué no. “Ayudarlos porque sino son monos con navaja que hacen cosas inadecuadas y ven cosas inadecuadas”, concluye.
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