Investigaciones sugieren que la toxina botulínica puede mejorar sustancialmente los síntomas de la depresión y la ansiedad al calmar la amígdala y alterar la respuesta del cerebro ante emociones negativas
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Quizá uno se sorprenda al escuchar que la mera punción de un inyectable relleno con toxina botulínica puede modificar patrones de comportamiento. Más aún si se entera que los cambios que desencadena el procedimiento serían beneficiosos para la salud mental. Y no se trata de un efecto placebo atado a la percepción de la propia imagen que puede tener el paciente que recibió la punzada, sino de ciencia pura.
Además de los cambios que se ven frente al espejo, los entusiastas de la medicina estética afirman sentirse más tranquilos y con mejor estado de ánimo al poco tiempo de someterse a las inyecciones. Tras detectar el patrón en pacientes, médicos y científicos abrieron camino a la acción y analizaron el efecto de la toxina en trastornos del estado de ánimo. Las investigaciones que se enfocaron en este campo de estudio descubrieron que los inyectables tienen la capacidad de mejorar sustancialmente los síntomas de la depresión y la ansiedad.
A día de hoy existen varias teorías que intentan explicar por qué se genera el efecto. Por un lado está la ‘hipótesis de la retroalimentación facial’ que sugiere que la relación entre los estados emocionales internos y las expresiones faciales es bidireccional, es decir, que si el rostro adopta una expresión triste o angustiada, reflejará ese sentimiento en el cerebro.
Otra hipótesis radica en que la toxina botulínica aplicada en la frente ‘calmaría’ la amígdala –principal núcleo de control de las emociones y sentimientos en el cerebro–. En efecto, estudios como el publicado en Scientific Reports en 2023 o en Cerebral Cortex en 2008, corroboraron, mediante la observación de imágenes hechas con escáneres, la disminución de la actividad de la amígdala después de las inyecciones de toxina botulínica en la frente. Esto, en teoría, –concluyen– podría llevar al mismo resultado que la anterior conjetura: la mejora en el estado de ánimo y en las reacciones frente a estímulos negativos.
Motivos varios
Los motivos de su aplicación pueden ser diversos, pero preponderan los fundamentos estéticos; aquellos que buscan aniquilar las arrugas y las líneas de expresión que dan cuenta del paso de los años.
Wanda Sabrina Stilman (M.N. 125379), médica especialista en dermatología, explica que, en la mayoría de los consultorios, la aplicación de toxina botulínica es mínimamente invasiva y que se realiza en una sola sesión con motivo de atenuar arrugas generadas por las contracciones musculares que se realizan al gesticular. ¿El resultado? La tan esperada relajación de los músculos faciales que permiten lucir una expresión descansada y, en casos, más juvenil. La doctora añade que las principales indicaciones estéticas que lleva el inyectable son: las arrugas de la frente, el entrecejo y patas de gallo (periorbitarias). “Puede aplicarse en otras áreas, pero siempre en manos de profesionales experimentados”, señala a la par que añade que el procedimiento siempre debe ser realizado en un consultorio médico ya que exige de conocimientos anatómicos, estéticos y gran experiencia previa.

Otros usos –no tan masivos como los estéticos– que se le dan a las inyecciones de toxina botulínica son los tratamientos de migrañas crónicas, la hiperhidrosis (sudoración excesiva), la distonía cervical (afección dolorosa que implica contracciones involuntarias de los músculos del cuello), la vejiga hiperactiva, espasticidad muscular (condición que provoca que los músculos se vuelvan rígidos o tensos), bruxismo, dolor miofascial (malestar en la capa de tejido que sostiene los músculos) y sialorrea (producción excesiva de saliva), entre otros.
Un pionero en su aplicación no cosmética es Alejandro Andersson (M.N. 65836), médico neurólogo y director del Instituto de Neurología Buenos Aires. “Utilizo la toxina botulínica en el campo de la neurología desde que existe”, afirma. Fue junto con el Dr. Horacio García, médico e investigador, que en los 80 participaron en el protocolo de investigación de la toxina que años más tarde se convertiría en furor.
Menos arrugas, menos tristeza
“Sí, hoy se sabe con certeza que la toxina botulínica puede tener efectos antidepresivos al inyectarla en la región glabelar (el área entre las cejas)”, asegura el Dr. Andersson. De acuerdo con él, el mecanismo propuesto se basa en el feedback o retroalimentación facial; proceso que se pone en marcha una vez que la toxina bloquea la capacidad de fruncir el ceño, una expresión facial asociada con emociones negativas como el enojo, el estrés y la tristeza. “Esta inhibición de las expresiones negativas interrumpiría el ciclo de retroalimentación entre los músculos faciales y el cerebro, ayudando a mejorar el estado de ánimo”, dice.
Cita como ejemplo estudios publicados en revistas de renombre como Journal of Psychiatric Research y JAMA Psychiatry donde se ha encontrado que aproximadamente el 50% de los pacientes con depresión resistente al tratamiento manifestaron una mejoría después de una única inyección de toxina botulínica en el área glabelar.
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Podría ser –en un futuro– una forma más eficiente y rápida para tratar a los más de 280 millones de personas que tienen depresión a nivel mundial, según estima la Organización Mundial de la Salud (OMS). Una afección que se caracteriza por una tristeza persistente y falta de interés o placer en actividades gratificantes o placenteras. “Existen tratamientos psicológicos y farmacológicos para esta afección, pero algunos estudios han demostrado que no son efectivos para casi un tercio de los pacientes”, informa en la institución en un comunicado.
Otras pruebas de los efectos que puede ejercer la sustancia en el cerebro se manifiestan en el estudio “Modulación de la actividad de la amígdala en rostros emocionales gracias a inyecciones de toxina botulínica tipo A que previenen el ceño fruncido” donde investigadores hicieron uso de las inyecciones para inducir una parálisis temporal de los músculos del entrecejo a la par que empleaban imágenes de resonancia magnética funcional (IRMf) para medir la actividad cerebral de los participantes cuando veían imágenes de caras felices y enfadadas. Descubrieron que las inyecciones alteraban la respuesta de la amígdala de los participantes ante los rostros emocionales.
Según Andersson la explicación médica a cómo afecta el estado de ánimo puede ser tripartita:
- Bloqueo de la acetilcolina: “La toxina botulínica inhibe la liberación de acetilcolina –sustancia química que envía mensajes entre las neuronas, músculos y glándulas en la unión neuromuscular–, bloqueando temporalmente la contracción muscular”, dice.
- Teoría del feedback facial: Dado que los músculos glabelares se encuentran inhibidos se reduce el envío de señales negativas al cerebro desde el área emocional y de procesamiento del dolor.
- Modulación cerebral: “Se ha observado que la toxina botulínica puede alterar la actividad en regiones cerebrales relacionadas con la regulación emocional, como la amígdala y el córtex prefrontal”, desarrolla.
En lo relativo al futuro de los tratamientos, la Dra. Stilman asegura que aún no es un recurso que se utilice principalmente en terapias que abordan la salud mental como para apalear o mejorar cuadros depresivos. “Se trata de hallazgos asociados a su uso en la estética que demostraron que podría incidir en el estado de ánimo”, añade. Pero deja un margen abierto para los años venideros: “probablemente se le vaya a dar más uso con el foco en salud mental, pero siempre combinado con psicoterapia y psiquiatría”.

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