La ludopatía en menores de edad, un tema preocupante, que acecha a los jóvenes de hoy; pautas para que los padres estén atentos a las señales, tomen cartas en al asunto y puedan ayudar a sus hijos
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Se está hablando mucho de la ludopatía en menores de edad, de las apuestas que hacen los adolescentes, en su mayoría varones, sin ningún tipo de control por parte de la sociedad o de los padres. Se convierte en una enfermedad porque no pueden controlarse ni frenar y puede llevarlos a serias dificultades.
Hasta hace no muchos años se jugaba en los casinos, lejos de las ciudades, y había que ser mayor de edad para acceder, había locales para jugar al loto, al quini y otros, todo ello altamente adictivo, pero solo accesible para mayores de 18 años. Hoy los menores pueden apostar online -no hay controles para evitarlo- y son incitados a hacerlo por múltiples medios: redes sociales, clubes, periodistas, camisetas de fútbol, jugadores, streamers, influencers, etc. Los chicos abren Twitch, Kick, YouTube, Instagram y ven a muchas personas comentando que ganaron sin mostrar el lado oscuro ni los riesgos.
Tal como ocurre con los vapeadores, el alcohol o las drogas, no todo adolescente cae o se pierde en una ludopatía, cada historia es distinta, cada organismo responde a su manera, la fortaleza interna y el discernimiento de cada uno son también diversos, pero cuando empiezan a jugar no saben -ni pueden saber- cuál de ellos va a quedar atrapado. Desde su omnipotencia todos dicen “a mí no me va a pasar”… hasta que ocurre.
La conciencia moral se diluye en el grupo, muy especialmente en la adolescencia, etapa de muchas dudas en la que buscan su identidad como sea y donde pueden: en el tema de apuestas se van contagiando y se les borronea el criterio personal, se incitan unos a otros a sumarse, y empiezan ganando -es el camino del sistema para entusiasmarlos-; por sus organismos circula mucha adrenalina, es divertido, excitante, y a menudo imparable.
No tienen la fortaleza interna, ni los recursos para detenerse en esa carrera loca, por lo que no deberían empezar por lo menos hasta ser mayores de edad y hacerlo con su propia plata, ganada con su esfuerzo personal.
Empiezan usando su semanalidad, o la plata del almuerzo o la de las salidas, y luego van buscando distintas formas de obtener dinero que descubren en el afán de seguir jugando. Cuando ganan, en su entusiasmo, quieren seguir, y cuando pierden lo hacen por recuperar lo perdido. No saben, como tenemos claro los adultos, que a la larga ¡el único que gana es el organizador!
Usan varias plataformas de juego, a veces casinos, otras apuestan a resultados de competencias deportivas, nadie les pide datos personales, o ellos pueden “trucharlos” sin problema. A veces reciben dinero como regalo de bienvenida, y también se sortea plata. Se los engancha como streamers de juego, les dan un código y ganan cuando otros usan su código, la gente los sigue y los miran porque ganan y pierden en vivo, y porque en el entusiasmo de ganar regalan plata a sus seguidores.
La mayoría de las veces los padres se enteran muy tarde, cuando sus hijos, atrapados en su adicción, se han metido en muchos problemas: les avisa el colegio, o los padres de algún amigo, o encuentran gastos inexplicables en sus tarjetas, o desaparecen objetos de valor en casa (que fueron empeñados por sus hijos) o vienen los acreedores a reclamar. No es fácil atender señales de cosas que nos parecen inconcebibles y por eso no vemos las primeras señales y recién cuando cae el velo y descubrimos la verdad en un “efecto dominó”, entendemos conductas o situaciones anteriores que nos resultaban raras.
Hoy muchos adolescentes tienen billeteras virtuales que sus padres recargan y no tienen conciencia de lo que gastan ni noción del valor del dinero. O tienen adicionales de tarjetas de crédito de sus padres, o pueden comprar en la computadora con la tarjeta habilitada de sus padres. Se parecen a los chiquitos de 3 y 4 años que creen que el dinero aparece mágicamente en el cajero.
¿Qué podemos hacer los adultos? En primer lugar informarnos, estar atentos para saber que esto ocurre en nuestro entorno cercano de modo de poder explicárselo a nuestros chicos. Hablar con ellos con claridad y calma, sin asustarlos, ni amenazarlos, sin llenarnos de ansiedad, en conversaciones cortas, que sepan que cuentan con nosotros, y que contarnos lo que ven o les pasa los va a ayudar y no les va a traer mayores problemas. Empecemos a pensar en retirarles las tarjetas, cancelar su acceso a las nuestras, volver a darles plata en efectivo en lugar de recargar sus billeteras virtuales, para que registren lo que gastan, aprendan a administrarse, y para complicarles el ingreso a las apuestas virtuales. Mensualidades o semanalidades fijas, en lugar de canilla libre. No todos van a hacer mal uso de los recursos, pero el juego es altamente adictivo y no sabemos cuál de nuestros hijos puede caer.
Con el esfuerzo de muchas personas la sociedad logró que desaparezcan los avisos de alcohol y de cigarrillos, tenemos que lograr lo mismo con las publicidades de juego en una sociedad mucho más compleja y con múltiples recursos para tentar a nuestros chicos a estas actividades tan altamente adictivas y perjudiciales para los menores… ¡y para muchos mayores también!
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