Estudios neurológicos modernos muestran cómo el armado de puzles estimula distintas partes del cerebro asociadas al pensamiento estratégico y a la visualización de movimiento
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El argentino Pedro Casado tiene 28 años y vive en Valencia, España. Estudió psicología deportiva, trabaja en eventos y gastronomía y se las arregla para viajar a distintos lugares del mundo que hospedan “competencia mentales”. En agosto estuvo en Incheón, Corea, donde se organizó el mundial de cubo Rubik, pero ahora su cabeza está puesta en otra disciplina: entrena varias horas por día para participar del mundial de puzles que se hará en la “Cúpula del milenio” de Valladolid, España, entre los próximos 20 y 24 de septiembre.
“Participo en la categoría de 500 piezas. Desarrollé una técnica propia, en la que combino ‘palacio de la memoria’ (una estrategia milenaria para memorizar cientos o miles de datos a partir de un recorrido mental por un lugar conocido) y visión periférica, que se aplica en el boxeo: con una mano voy probando las piezas y con la otra voy organizando el resto por colores y por los motivos que recuerdo”, cuenta a LA NACION.
Aunque llevan ya más de dos siglos entre nosotros, los rompecabezas están viviendo una nueva edad dorada en los últimos años, entre otros motivos porque se demostró que se trata de una práctica que tiene varios beneficios cognitivos y de bienestar mental asociados: estimula la creatividad, la memoria, la inteligencia espacial y entrena la paciencia, entre otras habilidades.
Se trata, además, de un hobby que suele fortalecerse en épocas difíciles: su venta se masificó durante las Gran Depresión de los años ‘30 (en los Estados Unidos llegaron a venderse diez millones de rompecabezas por semana) y pegó un salto del 370% durante la pandemia del covid-19, de acuerdo a datos de Ravenburger Games, uno de los líderes mundiales en la fabricación de estos juegos.
El mundial al cual irá Pedro Casado es una competencia cuya serie comenzó en 1992, en Nueva York, a instancias de Will Shortz, quien tuvo la idea de juntar a los mejores del mundo con rompecabezas con imágenes neutras para distintos países. Desde entonces, EE.UU. está a la vanguardia, seguido por Alemania, República Checa y Japón.
A aquel evento de 1992 fueron algunos argentinos, que lograron buenos resultados, entre ellos Rodolfo Kurchan, un fanático de los juegos de mesa que organiza todos los años el Festival de Ingenio en el mes de noviembre en Buenos Aires, con las últimas ediciones en el C3.
“Los juegos de ingenio ayudan a ejercitar la mente de una forma divertida. La comprensión verbal, la percepción espacial, la memoria y la lógica son algunas de las habilidades cognitivas que se pueden ejercitar y desarrollar a diario”, cuenta Kurchan a LA NACION.
Y por supuesto también la creatividad: encontrar la pieza que encaja equivale, en términos neurológicos, a un “momento Eureka”, a un insight o a una gran idea a la que se llega por pensamiento lateral. “Uno tiene que aprender a convivir con una incógnita, y en un momento la solución aparece sola, y nos asombra por su simpleza. Pero llega cuando le dimos tiempo al problema”, explica.
Kurchan viajó por todo el mundo participando de torneos de ingenio, muchos de ellos de rompecabezas. Entre ellos los “International Puzles Parties”, donde cada invitado lleva 100 rompecabezas iguales de su país y los regala al resto, con lo cual cada uno se vuelve a su casa con 100 desafíos nuevos en la valija, “curados” por los mejores del mundo. Publicó enigmas en The Guardian, entre otros diarios, y ahora se prepara para asistir con su hijo de 17 años (y competir, obviamente) al mundial de Sudoku de Toronto, Canadá.
La historia cuenta que los rompecabezas, o puzles, nacieron en 1766, cuando el cartógrafo y ebanista inglés John Spilsbury presentó un mapa de madera de Europa dividida en sus reinos, para enseñarle geografía política a sus alumnos. Al igual que el cubo Rubik, que fue ideado por el húngaro Erno Rubik para explicarles conceptos de diseño a sus alumnos de arquitectura, el juego tuvo un origen didáctico. Durante siglos fueron una rareza costosa, reservada para las clases altas, pero en el siglo XX se masificaron con materiales más accesibles.
¿Consejos para armarlos? Están los obvios: buscar una superficie adecuada, empezar con menos piezas e ir subiendo, una buena iluminación (luz natural es lo ideal, pero las lámparas LED también son recomendables), dar vuelta todas las piezas, separarlas por su color y formas, armar los bordes y luego atacar los centros, etc.
Pero luego hay estrategias mucho más sofisticadas, como las que mencionaba Casado al principio de la columna. Estudios neurológicos modernos muestran cómo el armado de rompecabezas estimula distintas partes del cerebro asociadas, además de la creatividad, al pensamiento estratégico y a la visualización de movimientos, ya que es muy ineficiente ir probando cada pieza una por una: se tardaría una eternidad en completarlo, cuando hoy el récord para armado de un juego de 500 piezas está bien por debajo de una hora.
Cuando se encuentra una pieza que falta (y ni que hablar si es la última que completa todo el cuadro) ocurre la magia: los fanáticos de los puzles describen un placer muy especial, para el cual no existe ninguna palabra en castellano. A nivel de neurociencias, estudios recientes demostraron que en esos momentos las pupilas se dilatan y se activan los mecanismos de recompensa en el cerebro: lo mismo que ocurre cuando los humanos experimentan placeres básicos, como comer algo rico o tener sexo.
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