El temor a dejar pasar o a perderse algo genera estrés y angustia
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Solo los dioses pueden estar en todos los lugares al mismo tiempo. Acá, los simples humanos, contamos con un solo cuerpo y, si bien nuestra capacidad de vincularnos con entornos distantes ha crecido gracias a la tecnología, seguimos siendo seres alejados de la posibilidad de estar en donde no estamos.
El problema es que queremos estar en todos lados y no perdernos de nada, olvidando que, en realidad, no se pierde aquello que nunca se ha tenido.
Cuando hay una fiesta en la que no estamos, porque estamos, tal vez, en un lugar menos glamoroso del que desearíamos, nos angustiamos. Sentimos que nos perdemos lo bueno que está “allá” y eso propicia ansiedad y sufrimiento psíquico. A ese fenómeno se le ha puesto FOMO, sigla en inglés de fear of missing out, algo así como temor a dejar pasar o temor a perderse algo.
Debemos decir que el FOMO va mucho más allá del universo de las redes sociales. Vivir en modo FOMO genera noches de insomnio, cuadros de estrés y ansiedades al por mayor. Todos hablan de FOMO como si fuera novedad, pero se trata de un fenómeno que siempre ha existido.
Las abuelas de los que hoy son abuelos decían que “el que mucho abarca, poco aprieta”. La mirada abarca mucho, pero sabemos que el pájaro en mano es el nuestro, y los noventa y nueve volando vaya uno a saber de quién son. Por supuesto, hay un momento en que hay que decidir, porque “todo no se puede”, y allí viene la angustia que luego deriva en el FOMO del caso, cuando se entiende siempre que la decisión tomada fue errónea, porque “allá” es siempre mejor que “acá”.
Hablando de decisiones, digamos que miles de novelas de amor, antiguas y modernas, han descripto los dramas de aquellos que amaban a varias personas a la vez y no sabían a quién elegir, aunque sentían que tenían que elegir a una y no a la otra. Ese tipo de drama no necesitaba Instagram para existir, pero su matriz es similar al FOMO moderno, en el que se sufre por tener solamente una vida, y no ser todas las vidas. El miedo al error, el miedo a envidiar al que sí tomó la supuestamente mejor decisión, la competencia entre el propio destino y el “ideal” según la cultura “influencer” del caso. Todos son ingredientes que fomentan el FOMO dejando por el piso la propia autoestima.
Otorgarle la dignidad que se merece al lugar en el que estamos y valorar nuestras decisiones nos libera de la hipnosis del FOMO perpetuo. Por el contrario el estar siempre mirando lo que perderemos por decidir una alternativa y no otra, nos entontece y debilita. Estamos acá, y a mucha honra. Sobre este punto, moveremos nuestro universo. Haber decidido en una dirección es una renuncia que requiere cierto coraje, sí. Y sin dudas se trata de un riesgo, pero pareciera que es parte de nuestro destino.
Sabemos que nuestra cultura primero genera el problema y luego vende la solución. Es difícil no pretender “todo” si vivimos con la idea loca de que “nada es imposible” y, a la vez, transitamos nuestros días con una suerte de “llame ya” existencial, que nos hace temer perder la gran oportunidad porque nos distrajimos.
Dejar pasar oportunidades
Imaginar al vecino con la licuadora comprada en cómodas cuotas porque llamó “ya” a la promoción del caso, y ver la propia, arruinada y vieja, porque nos “dormimos” perdiendo la oportunidad, es una de las pesadillas modernas más extendidas. Un FOMO en clave de electrodoméstico: nos “perdimos” la licuadora barata, y deberemos pasar nuestros días con la angustia de haber tenido la oportunidad y no haberla aprovechado.
Para peor, a lo lejos se escucha el ruido del vecino, haciendo licuados con la licuadora más moderna y barata del mundo…, peor escenario no se consigue.
Somos seres de comunidad. Quizás es una de las cosas más lindas y profundas que honran a nuestra especie. Somos con los otros. Por eso es tan importante para todos ser reconocidos por aquellos que valoramos. El tema pasa entonces por chequear a quién estamos valorando realmente y si no nos estamos comprando un buzón al creer que existen lugares que parecen de diseño, que nos angustia perder, aunque nunca fueron nuestros.
El miedo subyacente del FOMO es el miedo al exilio, ese miedo atávico a quedar fuera de la comunidad. No en vano el destierro era el peor castigo en la antigüedad, después de la condena a muerte.
Vale entonces cuidarse de los espejos de colores y apuntar a honrar la propia vida que es allí en donde se juega el partido. Esa es nuestra tierra, sobre la cual caminamos. El peligro no es el de quedar afuera de aquel lugar idealizado. El peligro real es el de perdernos de lo que somos, olvidando que es mejor lo que existe que lo que se dibuja en ese mundo que vive de nuestra mirada, sin devolver nada de lo que se lleva.
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