El psicólogo y autor de “Historias de diván” compartió su propia historia e invitó a su audiencia a reconciliarse con sus recuerdos, aceptar los fracasos y redescubrir la felicidad en las decisiones que parecían equivocadas
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“La memoria es un lugar maravilloso pero lleno de trampas, porque es el lugar donde podés guardar lo que perdiste”, reflexionó Gabriel Rolón, psicoanalista y escritor, en una charla del ciclo Aprendemos Juntos 2030, la plataforma de contenidos inspiradores del BBVA. Desde esa afirmación, el autor de Historias de diván invitó a su audiencia a fantasear con la idea -planteada en un cuento de Jorge Luis Borges- de conversar con la versión infantil de uno mismo. “¿Qué nos diríamos? ¿Cómo nos miraría ese chico? ¿Nos miraría y diría: «No puedo creer lo que hiciste de mí»? ¿Nos daría las gracias?”.
Para llevar a sus oyentes con él en su cavilación, y demostrar que la memoria no es un simple archivo de vivencias, sino un espacio dinámico donde almacenamos lo perdido, lo amado y, casi siempre, lo reinterpretado, Rolón compartió el relato personal de su propia experiencia.
“De chico mi sueño era ser pianista y director de orquesta. Cantaba todo el día y tocaba en la mesa... Hasta que alrededor de mis cinco años, papá apareció con una guitarra de regalo. Para mí, eso fue una emoción y una desilusión al mismo tiempo: por un lado, me sentí feliz de que mis padres hubieran escuchado mi sueño de ser músico, pero, por otro, supe que eso significaba que nunca tendría un piano”, recordó entre risas. Luego continuó con su historia: “Casi inmediatamente empecé a tomar clases, y estudié y me recibí de profesor de guitarra”.
Sin miedo a exhibir sus propios “fracasos”, el psicoanalista reconoció que ese fue el principio de una catarata de baldazos de agua fría que, sin embargo, lo llevarían a donde hoy está felizmente parado. “Después de la guitarra estudié canto y quise ser músico. Y empecé, pero la gente me dijo que no: nadie venía a los lugares donde yo cantaba. Nadie me contrataba”, admitió con la sonrisa característica que solo brinda la perspectiva del tiempo. “Pero sí mejoré mucho en la guitarra, y empecé a acompañar en el escenario a personas que cantaban muy bien. Es decir, que mi fracaso con el piano me llevó a la guitarra y mi fracaso con el canto me llevó a acompañar a gente talentosa que después me dio oportunidades”.
A pesar de todo, en el medio de la epopeya, el entonces joven adulto se dio cuenta de que no iba a poder vivir de la música y, en consecuencia, empezó a estudiar Ciencias Económicas para ser contador, en donde duraría menos de una semana, y redireccionaría para estudiar un profesorado de Matemática. “Como ya era profesor de música y asociaba que me gustaba la enseñanza y, por otro lado, me gustaba la matemática, había llegado a esa conclusión”, explicó. “Pero cuando iba por la mitad de la carrera, dando clases de música en un colegio secundario, me di cuenta de algo: a mi no me gustaba enseñar a los chicos, me gustaba escucharlos. En otras palabras, el profesorado no era lo mío, lo era la psicología, claro. Pero ya tenía como 27 años y, como suele ocurrirle a alguien de esa edad, pensé que ya era muy grande para cambiar”.
Es en este momento en el que Rolón introdujo la figura de su padre, clave para su planteo, en el relato. “Aunque en un momento lo dudé, me había decidido a no empezar una nueva carrera, a no empezar psicología y terminar el profesorado que ya había empezado. Porque ya había fracasado mucho y pensaba que cuando me recibiera iba a tener más de 30 años, como si fuese un abismo”, dijo y recreó la respuesta que le dio su papá: “Mirá, vos no vas a detener el tiempo porque no estudies. Más de 30 años, en algún momento, los vas a tener igual. La única diferencia va a ser si cuando tenés más de 30 sos o no sos quien quieres ser. Y te voy a decir algo más fuerte: No me molesta tener un hijo que haya fracasado, pero no soportaría tener un hijo que por miedo no llegó a ser quien tenía que ser”.
El hoy reconocido profesional relacionó este punto clímax de su trayectoria con su planteo inicial sobre la memoria siendo un oasis y una trampa en simultáneo: “Les damos a nuestros seres queridos que se fueron cualidades heroicas que nunca tuvieron. Yo hoy les traje a mi padre, la presencia de mi padre y ustedes pudieron conocer un poco cómo era este hombre que hace casi 30 años que está muerto. Porque, la verdad, me emociona mucho sentir que mi padre fue así como lo recuerdo. Y, si no fue tan así, que se pierda en mi disgusto a la realidad. Mi memoria me avala en mi afecto. A veces iluminamos el pasado con una felicidad que no fue tal”, ponderó antes de concluir: “Pero, si resignificamos para peor, corremos el riesgo de no darnos cuenta de que hemos sido más felices de lo que creíamos y de estar siendo injustos con las decisiones que tomamos en un tiempo ya pasado en que éramos otras personas que no sabían lo que iba a ocurrir”.
Rolón cerró su charla emocionado, trayendo a su padre al presente a través de sus recuerdos, compartiendo un poco de ese hombre que lo marcó profundamente. Y, al hacerlo, invitó a todos a reconciliarse con su historia, a recordar que no hay caminos lineales y que los fracasos, lejos de ser el final, pueden ser el puente hacia nuevos comienzos. Al final, ¿qué somos sino la propia interpretación de lo que recordamos? Una memoria que, aunque puede ser catalogada como caprichosa o infiel, nos permite ser narradores.
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