La empatía favorece la comunicación y la resolución de conflictos; se cultiva desde la infancia y abre las puertas a la solidaridad y la compasión
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Se había separado de su mujer hacía unos años, sin haber visto venir la crisis de pareja. “Para mí, todo funcionaba correctamente, me parecía que éramos felices. Cuando mi mujer me anunció que se iba, no lo podía creer”, recuerda Osvaldo (48) gerente de una pyme. Después llegó la ira, sentimiento que duró varios meses, hasta que se instaló la tristeza. “Me encerré en mi casa, la misma donde habíamos proyectado formar una familia, y comencé a trabajar desde allí todos los días. Dejé de responder mensajes y llamados”, narra. No podía conectar con la realidad de los otros y mucho menos con la propia. “Estaba cada vez más encerrado en mí mismo”, confiesa. Una vez que recurrió a terapia, identificó la necesidad de encontrar una actividad que le resultara significativa. “Decidí involucrarme como voluntario en un hogar de ancianos cercano, donde dedicaba dos horas los sábados para acompañar a los residentes”, detalla.
Gracias a estas visitas, Osvaldo se fue abriendo a los demás y logró conectar emocionalmente con los adultos mayores a los que acompañaba. “Al observar y valorar la vida de estas personas, experimenté una transformación emocional. Entendí que ellos también sufrían como yo, pero que también reían y disfrutaban cuando tenían alguien con quien hacerlo”, explica.
Esta actividad contribuyó a desarrollar su empatía y, poco a poco comenzó a quejarse menos, a sufrir menos y a ver su propia vida desde otra perspectiva: “Seguía teniendo los mismos problemas cotidianos, pero ahora los enfrentaba con una mayor fortaleza y resiliencia”.
La empatía que consiguió Osvaldo fue fundamental para que su vida afectiva y personal diera un vuelco.
“Para desarrollar la empatía se debe cultivar el hábito de estar genuinamente atentos a las personas que nos rodean y conectar nuestras experiencias internas con lo que podemos observar de los demás”, explica el psicólogo Sebastián Ibarzábal (M.N. 42.413).
Pero, ¿de qué se trata la empatía, un aspecto de la personalidad no desarrollado en el mismo grado en todas las personas y que contribuye a construir vínculos sanos con los demás? Del griego, la palabra empatía –sentir dentro–, “significa compartir la emoción y se relaciona con la capacidad de comprender al otro y de establecer una conexión emocional de sintonía afectiva”, define Ricardo Corral, médico psiquiatra (M.N. 67653), docente de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, jefe de docencia e investigación del Hospital Borda y presidente de la Asociación Argentina de Psiquiatras (AAP). El especialista destaca que esta habilidad se puede vincular igualmente a sentimientos negativos o positivos. “Es la capacidad de conectar emocionalmente con la vivencia del otro. Implica poder reconocer ese estado, entenderlo e integrarlo a la propia experiencia”, se explaya Ibarzábal.
Esta aptitud, “en el léxico callejero sería ponerse en los zapatos del otro. Es poder leer e identificarse con una emoción de otra persona”, añade Delfina de Achával, psicóloga (M.N.45.043), doctora en salud mental (PhD, UBA), terapeuta de adultos y parejas e instructora de mindfulness.
Un artículo publicado en la National Library of Medicine destaca que en la empatía uno siente con alguien, pero no se confunde con el otro. “Es decir, todavía sabemos que la emoción con la que uno resuena es la emoción de otro”, aclara. La investigación sostiene que, si la distinción entre el yo y el otro no está presente, se trata de un contagio de emociones.
Afectiva vs. cognitiva
Ibarzábal distingue la empatía afectiva de la cognitiva. La primera es “la que permite percibir, comprender y sentir las emociones que experimenta otra persona. La segunda es la capacidad de entender la forma de pensar de otra persona”, diferencia. Respecto de las diferencias entre hombres y mujeres, vale aclarar que en todos está presente y puede desarrollarse. Sin embargo, “es distinta en el hombre y en la mujer. En el hombre es más cognitiva, mientras que en la mujer, más emocional”, subraya De Achával.
Fundamental en las interacciones sociales, la empatía contribuye a mejorar el bienestar emocional y psicológico propio y ajeno. Las ventajas de contar con empatía entre los propios rasgos son variadas. “Permite comprender y conectar con las experiencias y emociones de los demás, –apunta Ibarzábal– lo que facilita la comunicación efectiva, la resolución de conflictos y el establecimiento de relaciones sólidas y saludables”. El psicólogo añade que la empatía promueve la colaboración, la comprensión mutua y la solidaridad en la sociedad. “Desde esta perspectiva, se podría argumentar que fue y es un ingrediente fundamental en la construcción de la civilización y de la cultura”, añade.
¿Se nace o se hace? Según Ibarzábal, todas las personas nacen con algún grado de empatía, pero se cultiva y se desarrolla a lo largo de la vida. Y hay ciertas características personales que se suelen asociar a ella. “La empatía conecta con otras cualidades, como la amabilidad, la compasión y la generosidad”, afirma Delfina de Achával.
Hay estudios que indican que las personas con un alto grado de apertura a nuevas experiencias “correlacionan más fuertemente con la empatía, así como también aquellos que son más responsables y emocionalmente estables”, señala Ibarzábal. El especialista apunta también que las personas más simpáticas, compasivas, curiosas y observadoras tienden a ser empáticas. “Curiosamente, también ocurre en aquellas que son más organizadas y responsables”, destaca.
En la infancia
En cuanto al desarrollo de la empatía, es una cualidad que se puede cultivar y fomentar desde los primeros años de vida. “Evolutivamente, empieza a aparecer a partir de los dos o tres años”, afirma De Achával. En esa etapa es cuando se puede ver que el niño se preocupa auténticamente por el sufrimiento del otro. “Eso tiene que ver con muchas cosas del neurodesarrollo, –explica la especialista– pero, sobre todo, con un tipo de neuronas. Se llaman neuronas en espejo, que permiten conectarse con lo que otro está haciendo en lo motor, o lo que está sintiendo, aún cuando yo no lo estoy haciendo ni sintiendo”.
Ese desarrollo de las neuronas en espejo “va generando una capacidad empática en los seres humanos que se desarrolla a lo largo de la vida”, sostiene. En este desarrollo, asegura, mucho tienen que ver el contexto, el tipo de crianza y de apego que uno tiene en la infancia.
Ricardo Corral señala que la familia y la escuela cumplen un rol fundamental en su temprano desarrollo. Según el psiquiatra, “se aprende desde la infancia en el ámbito familiar y escolar. Se desarrolla compartiendo las cosas, aprendiendo a ponerse en el lugar del otro, conociendo lo que es el sufrimiento ajeno. Eso se va dando de una manera natural, como progreso en la enseñanza”. De esta forma, hay un desarrollo en la comprensión del otro. No solo durante la infancia es posible cultivarla.
Aquellas personas que hayan llegado a la edad adulta con poca empatía, pueden incrementarla de distintas maneras. “Hay ejercicios, como la introspección, la reflexión que uno tiene sobre sí mismo y sobre el padecimiento de los demás que pueden influir positivamente en desarrollarla”, asegura Corral. El psiquiatra destaca la práctica de actividades altruistas o los posicionamientos espirituales o religiosos como impulsores de la capacidad empática. “Prácticamente todas las religiones llevan a la situación de ponerse en el lugar y comprender al otro. Todas, desde el budismo hasta el cristianismo”, apunta.
Según un estudio llevado adelante en la Universidad de Miami, la empatía es un concepto comúnmente utilizado, pero poco comprendido y, a menudo se confunde con simpatía, lástima e identificación. El artículo sugiere que el acto de empatizar no se puede enseñar, sino, como sugiere la fenomenóloga alemana Edith Stein, puede facilitarse. Pero nunca obligar que ocurra. “Cuando surge la empatía, nos encontramos experimentándola, en lugar de causarla directamente. Ésta es la característica que hace que el acto de empatía sea imposible de enseñar. En cambio, se sugiere promover actitudes y comportamientos como la autoconciencia, la consideración positiva sin prejuicios hacia los demás, las buenas habilidades para escuchar y la confianza en uno mismo”.
Laura vivía sola, no sabía administrarse a nivel material, perdió casi todo lo que tenía y cayó en una depresión que no la dejaba levantarse de la cama. Primero con la ayuda de sus hijos y, luego con el acercamiento a las actividades en la parroquia de su barrio pudo salir adelante. “Empecé a ayudar en la iglesia, me sentía parte de algo más grande y comencé a acercarme a los problemas de los demás. Pude ponerme en el lugar del otro. Descubrí que yo no era la única y que mis problemas no eran los más grandes”, revela.
El riesgo de excederse
Ricardo Corral cuenta que la perspectiva empática hacia los otros mejora a pacientes con problemas de ansiedad o depresión. “Empezar a ocuparse de otros, ayudar y tener esa visión altruista, como el voluntariado, es gratificante y mejora a las personas”, sostiene. En estas experiencias, sin dudas, todos ganan.
También destaca un aspecto de la empatía que podría ser negativo: “Hay personas que, por ser excesivamente empáticas, pueden ser vulnerables a la manipulación por el hecho de querer satisfacer las necesidades del otro o ponerse en el lugar del otro de manera excesiva, postergando las necesidades y el desarrollo propios”.
En esos casos, podría ser contraproducente para la persona. Corral hace alusión a la sobrecarga, que “se produce cuando una persona es “esponja”, absorbe las preocupaciones de los demás y se pone mucho en su lugar”, detalla. Esta sobrecarga emocional “lleva a padecer y a sufrir excesivamente”, asegura. El médico psiquiatra traza una correlación entre personas y sociedades armónicas y empáticas: “Claramente es deseable que haya una armonización en todas las personas de una sociedad. Haciendo personas empáticas y armónicas, se logra hacer una sociedad mejor”.
Los extremos, como en todo, no son aconsejables. Si bien no existe un medidor de empatía, se puede decir que ni su ausencia ni su sobreabundancia son buenas. “La persona empática es aquella que tiene gran capacidad de escucha activa, de habla consciente, de leer claves no verbales en los demás y de poder conectar con eso por medio de las neuronas en espejo que se van desarrollando a lo largo de la vida. Pero, cualquier extremo en la vida no es saludable”, señala Delfina de Achával.
En el caso de las personas extremadamente sensibles o que priorizan siempre las necesidades o los derechos de los demás por encima de las propias necesidades y del autocuidado, “se cae en un lugar muy pasivo en los vínculos. Eso puede llevar a sufrir”, advierte De Achával. A lo que se debe apuntar, según la psicóloga, es a “ese fino equilibrio entre ser una persona empática o que puede conectar mucho con las necesidades y las emociones de los demás, y, a la vez, tener la capacidad de poner límites saludables y de expresar las propias necesidades y emociones”, remarca.
Cuando una persona puede expresar lo que le pasa, lo que necesita y siente, pero no puede conectar con lo que le sucede al otro, se cae en narcisismo. Está en el otro extremo de aquel que conecta mucho con lo que les pasa a los demás, pero que no se cuida. De Achával agrega que “la asertividad es encontrar ese equilibrio entre conectar con lo que necesita el otro y lo que yo necesito. Y poder poner un límite saludable”. Un exceso de empatía, especialmente si se acompaña de una falta de límites personales, “puede conducir al agotamiento emocional y al deterioro de la salud mental”, afirma Ibarzábal.
Delfina de Achával traza una diferencia entre empatía y compasión. Esta última “es una cualidad que va un paso más allá. Para sentir compasión es necesario sentir, sí o sí, empatía. Sin embargo, se puede ser una persona empática pero no compasiva”, aclara. La compasión “es esa acción que sale instintivamente para mitigar el sufrimiento de otro. Si además uno es compasivo, hace algo para aliviar el sufrimiento ajeno”, detalla.
La empatía es, también, pariente cercana de la más popular simpatía. “La relación es estrecha ya que ambos términos abordan sensaciones y conceptos similares, pero se centran en diferentes aspectos de las interacciones sociales”, recalca Ibarzábal. Simpático es quien sabe sintonizar con el estado emocional de otros y consigue que los demás se sientan cómodos. “Alguien es simpático de acuerdo a cómo el individuo que recibe el gesto lo siente – aclara–. “Puede haber personas simpáticas que no son empáticas y viceversa”, concluye el psicólogo.
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Herramientas para desarrollarla
Trabajar la capacidad de lograr una escucha activa
Sin juicio y abierta, respetando la diferencia aun cuando no se comparte. Recurrir a estrategias que sirvan para cultivar el habla consciente. Antes de hablar, preguntarse para qué voy a decir lo que voy a decir y cómo puede repercutir en el otro. “En psicoterapia cognitiva se trabajan mucho todas estas cosas, por ejemplo, cómo tener una comunicación asertiva”, asegura Delfina de Achával. El ejercicio, según palabras de la psicóloga, es escuchar al otro y hablar de una forma sincera, pero también cuidadosa. “Ser auténticos no quiere decir todo sin filtro”, agrega, ya que la autenticidad tiene que ver con poder decir lo que yo necesito o siento, pero con cuidado.
Practicar mindfulness o atención plena
Sobre todo, el área interpersonal, que trabaja en los vínculos. La actividad, además, contribuye a desarrollar la cualidad de la compasión, que permite ir hacia una acción para mitigar el dolor del otro. “Cualquier práctica de meditación que apunte a aliviar el sufrimiento propio o ajeno es también una gran estrategia para el desarrollo de la empatía”, asegura la psicóloga.
Potenciar la amabilidad hacia uno mismo
Permitirá luego volcar estas cualidades en el otro. La amabilidad está muy vinculada a la empatía: una persona empática es, generalmente, amable. “Si yo no soy empático, si no registro mis propios sentimientos o estados emocionales, si no me habilito poder equivocarme, es muy difícil que lo sea con los demás”, explica De Achával.
“Las personas que son muy duras consigo mismas, que tienden al perfeccionismo y a la autoexigencia, es muy difícil que sean empáticos con los demás porque le exigen lo mismo al otro”, afirma.
Cinco rasgos de las personas empáticas
- Alto nivel de sensibilidad. Las personas empáticas se conectan fácilmente con lo que les sucede a sí mismos y a los que están a su lado.
- Capacidad de interpretar el lenguaje no verbal de otros. “Pueden atender gestos, miradas y tonos de voz”, recalca la psicóloga Delfina de Achával.
- Saben escuchar de manera activa, sin juicio. “No están escuchando al otro desde la mirada de si está bien o mal lo que dicen, sino desde un lugar mucho más abierto”, señala la psicóloga.
- Son respetuosas y tolerantes de las diferencias. La empatía no tiene que ver con estar de acuerdo, sino con leer y captar lo que le pasa al otro, aunque a uno no le esté pasando algo parecido.
- Hablan de forma consciente. La persona empática, cuando habla, intenta ser cuidadosa, expresándose con cierta habilidad para no herir y no tener impacto negativo en el otro.
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