Abbott es un incipiente polo gastronómico al que recientemente se sumó un hotel, está a 100 kilómetros de Buenos Aires por la ruta 3
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“Soy Juan Félix del Pozo. Tengo 72 años y abracé siempre la tradición y las raíces de mi tierra. Este es mi lugar en el mundo”. Así se presenta este gaucho elegante de pelo blanco engominado, camisa escocesa azul con pañuelo, cinturón con la hebilla de sus iniciales y bombacha de gaucho del mismo color en la puerta de la flamante pulpería Abbott, a 103 km de Buenos Aires por la RN 3. Aunque a él no le gusta llamarla de esa forma porque “no tiene que ver con el verdadero origen de la palabra”, dice. Cuenta que trabajó de chico en el campo y ahora reabrió la que fuera La Esquina de Galván, junto a su hija Natalia del Pozo y su familia. Donde se mire hay un recuerdo poblado de nostalgia: los pisos de pinotea crujen con el eco de las pisadas de los gauchos, soldados y malones de ayer.
Empanadas, la hospitalidad de los dueños, minutas y picadas hacen que sea una parada obligada para iniciar el recorrido por este pueblo pequeño de unas pocas manzanas, cuyos caminos mueren en una tranquera o en el horizonte infinito.
El Camino Carretero, que asoma apenas se llega a Abbott, se hunde en el campo de siestas de sol y atardeceres piadosos. Distante a 11 kilómetros de ripio, despunta entre chimangos y liebres un antiguo jagüel en el medio de la nada, que fue utilizado para saciar la sed de los caballos de las tropas del general Lavalle en la persecución que terminó con el asesinato de Dorrego.
Al retornar al tejido urbano, imposible desconocer el ritmo cansino y el cotilleo de las vecinas cuando el sol baja; se ve a Natalia y su familia tomando mate en la mesa de la vereda de la pulpería frente a la vieja estación de tren, construida por el ingeniero que le dio el nombre al pueblo. Mate que se convida como antaño, como si Dios se refugiara en los pueblos chicos.
Y es que a Abbott se viene a buscar tranquilidad, silencio, el trinar de los pájaros y algunas sorpresas como el Lawn Tenis Club, fundado en enero de 1920, donde jugó Guillermo Vilas, edificio bellísimo con dos canchas de tenis en franco deterioro, aún parte de la Asociación Argentina de Tenis. Construcción que se contrapone con la restauración de la esquina del nuevo hotel Abbott, de 11 cuidadas habitaciones en galería con mucho confort, cuyo jardín está por inaugurar su pileta de natación.
A los seis años, Daniel Feito se subía a los cajones de coca para alcanzar la bacha y lavar las copas del bar de su papá. El sueño del restaurante propio se cumplió en 2018 luego de una exitosa carrera como abogado. Se realizó en la que fuera la carpintería de Guillermo Miguez, que entró como socio junto al representante de Joan Manuel Serrat en la Argentina, Claudio Gelemur. Ahora Feito quedó como único socio.
Pastas caseras para destacar como los sorrentinos de molleja o de langostinos, mascarpone y ciboulette con crema de azafrán del cocinero César Fernández, que vino de Il Gatto directamente para acá, manjares del horno de barro como el cochinillo entero o el pulpo, hacen de La Carpintería el lugar más sofisticado para almorzar o cenar los fines de semana.
Guillermo Miguez abrió por su lado Pluma Negra. Sirve una gran parrillada y comida casera como empanadas, pizzas y hamburguesas con algunos hits como una milanesa gigante del tamaño de una pizza que viene a la napolitana con fritas, para compartir. Todo preparado por su mujer María Cristina Pérez, que estudió cocina en Cañuelas y atendido por sus hijas: es un emprendimiento familiar.
Es la propuesta más frecuentada por los abbottenses y vecindades que también se pueden visitar como Uribelarrea, Cañuelas y Lobos, distantes a pocos kilómetros. Y la del precio más económico junto con Don Tomás, otra parrilla libre a la entrada del pueblo atendida por Leo Kelly, con porciones bien abundantes.
Joan Manuel Serrat va de vez en cuando a Abbott a tomarse un café y ver cómo los niños juegan con la pelota en la calle o en el jardín y hacen y tocan todo, libres y felices en la naturaleza. Cuando pasa por la Argentina, su manager Claudio lo invita unos días a su casa en el barrio cerrado a unas cuadras del pueblo, Chacras de Abbott, y come en el restaurante que fuera de su amigo que le brinda su hospitalidad, La Carpintería.
Cuenta Daniel Feito que la primera vez que le dijeron “el domingo va Serrat” casi se paraliza, y cada vez que llega provoca el revuelo que se merece pero luego lo dejan comer tranquilo.
Por su parte, Andrea Dan recibe en Amar Té & Café, una espléndida casa con jardín, a los viajeros que quieran tomar infusiones en hebras en teteras de porcelana con el tiempo y el sabor adecuado o café en distintos tipos de filtrado junto con una pastelería para disfrutar. Ella es psicopedagoga y sommelier de té, y cuenta que para preparar un té correctamente el agua se calienta a 90° y se infusiona dos minutos. Imperdible el perfumado té blanco junto con los cannoli de ricotta y pistacho, para qué más.
Finalmente, la cancha de pelota paleta es una edificación preciosa de antaño que cuida Stella Maris Giallonardi desde hace 14 años, conocida por sus empanadas al disco y por las pelotas que vende a los que llegan a jugar.
La capilla Santa María de Cortona “se inauguró el 14 de diciembre de 1924, en terrenos donados por Margarita Cunningham de Garrahan”, cuenta la guía de turismo Nancy Hirschfeld, oriunda de la capital del partido, San Miguel del Monte.
El flamante hotel Abbot y el restaurante La Esquina de Maru Pechín y Nahuel Cuesta, donde Carolina Velázquez y Gabriela Pérez cocinan bondiola a la mostaza, raviolones de verdura o abadejo, entre otras especialidades –también se puede ir a tomar el té con tortas o el desayuno– es el epílogo ideal para los que quieran amanecer en el campo y conseguir el desenchufe real en una bella casona de 1927 restaurada.
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