El perdón no es una respuesta automática ni necesariamente lógica; decididamente es un misterio y como tal, esconde verdades que la razón desconoce; sana el cuerpo y el alma y es liberador tanto para el agresor como la víctima
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Matías tenía 20 años cuando su padre murió atropellado por una mujer que conducía de madrugada a altísima velocidad bajo el efecto del alcohol y la heroína. Después del trágico episodio, la autora del delito, Marta fue llevada a juicio penal y condenada a 4 años de prisión. Sin embargo, antes de que el juicio finalizara, Matías pidió ser escuchado.
Temblando, se dirigió al juez y le pidió que Marta reciba una sentencia menor y que en el penal, fuera tratada con respeto y dignidad. La audiencia se conmovió. “La condena a esta mujer no va a quitarme el profundo dolor de haber perdido a mi padre, ni va a producir el milagro de que él vuelva a vivir. Sus años en la cárcel pesan sobre mi conciencia. Si ella actuó mal, elijo no ensañarme y perdonarla”.
Ester, argentina 52 años, padeció durante una década golpizas y abuso psicológico por parte de su esposo Raúl. Después de varias idas y venidas, tomó coraje y abandonó el hogar con su hijo pequeño. La distancia, cuenta, la ayudó a procesar su angustia y odio. “Fue un camino arduo. Pero lo emprendí con la decisión tomada: quería perdonarlo. Liberarlo a él y liberarme a mí del resentimiento que sentía. ¿Lo conseguí? Creo que sí, aunque sigo en proceso”, asegura. “Avanzo y retrocedo. Pero doy pasos seguros”.
Matías y Ester forman parte de un universo desconocido, de personas que, habiendo padecido injustamente una agresión devastadora, toman una decisión heroica: perdonar de corazón a sus agresores. ¿Qué se esconde detrás de esta determinación? ¿Quiénes y por qué toman esta resolución?
Acto magnánimo
Robert Enright, profesor de la Universidad de Wisconsin y fundador del Instituto Internacional del Perdón, explica que los seres humanos tenemos la misma inclinación natural hacia la venganza que hacia la misericordia. Por lo tanto, para él, el perdón es una elección. Inclinar la balanza hacia la compasión que nos sana. No implica solamente el desarrollo de una serie de habilidades psicológicas. “Es mucho más que eso. Se trata de un acto épico de bondad, que nos invita a luchar contra nuestro instinto natural de rencor, y optar por lo que nos ayuda a vivir mejor, respondiendo bien incluso cuando sintamos que el otro no lo merece. Es un trabajo de toda la vida. Pero al ejercitarlo una y otra vez, se convierte finalmente en parte intrínseca de quienes somos”, afirma. Inés Ordoñez de Lanús, directora del Centro de Espiritualidad Santa María (una organización católica creada hace 50 años), subraya también la grandeza que hay detrás de esta virtud. “Es un acto espiritual que brota del corazón de quien quiere trascender el límite de lo humano ofreciendo una enorme cuota de generosidad”. Al igual que Enright, sostiene que la clave es no unir el acto de perdonar con el proceso psíquico. “Es una elección; el sentimiento puede no acompañar”, dice.
Los especialistas están convencidos de que, el proceso requiere atravesar el plano mental, emocional y corporal. Preguntarse con la razón si uno está dispuesto a perdonar; reconocer luego cómo impactó en el cuerpo ese dolor (me aprieta el pecho o siento un peso en la espalda). Y por último, cuestionarse: “¿Por qué me enoja tanto esto que hicieron conmigo? ¿De dónde viene? ¿Qué herida toca? “La introspección nos habilita a encontrar nuestros propios recursos para reparar lo que está dañado”, agrega Lanús.
"Si de verdad queremos amar, debemos aprender a perdonar"
-Madre Teresa de Calcuta
Proceso inevitable
Por lo cual, lejos de ser automático, los entendidos hablan de un largo recorrido. Y enumeran cuatro fases. La primera: aquella en la cual la persona desenmascara el dolor y la bronca y permite que emerjan. Identifica el acto puntual (cuándo, dónde y quien), reconoce y recibe las emociones. La segunda fase: la toma de decisión donde el individuo comienza a soltar el odio, y planifica una estrategia de sanación con el compromiso de perdonar.
La tercera fase: el trabajo propiamente dicho. El inicio de un proceso activo; donde se busca instalar nuevas formas de pensamiento para que el individuo comprende desde qué lugar (de inconciencia) actuó el agresor, como fue su historia de vida y las heridas de la infancia que lo llevaron a comportarse de esa manera. “No significa liberarlo de la responsabilidad ni quitarle la pena. Pero sí verlo y tratarlo como un ser humano, con todas sus debilidades y miserias. En esta fase, ya no espero que, me pida perdón. Yo decido perdonarlo”, señala Lanús. Por último, la cuarta fase: la de profundización. La toma de conciencia de la paradoja de que, al regalar compasión, uno también va sanando, liberándose de esa atadura de odio que lo une al victimario, experimentando un alivio emocional nuevo.
Desidentificación
Mabel Meschiany, psicóloga especializada en constelaciones familiares. describe algo importante respecto a este cambio de mirada. “Quienes trabajamos en psicogenealogía observamos lo difícil que es ayudar a la víctima cuando queda identificada con ese rol. Es crucial que la persona dañada reconozca que también ella actuó como agresor en otras situaciones. Si este individuo no asume sus propios aspectos violentos, quedará fijado en el rol de víctima y es probable que vuelva a sufrir vivencias similares en el futuro (estafas económicas, abuso físico). Y estos patrones de conducta se repetirán en su descendencia”.
Buscar el sentido
Por lo tanto, es fundamental revisar la propia historia, unir los opuestos, y reprocesar lo acontecido, para experimentar liberación. Y desde ese nuevo lugar posiblemente aparecerá la pregunta por el sentido de la existencia. Y la posibilidad de transformar el daño recibido en propósito de vida. “Tal vez lo padecido nos haga más resilientes. O quizá, el haber lidiado con la injusticia, nos impulsa a ayudar a otros que atraviesan esas mismas situaciones”, explican los expertos.
El recorrido es rico y profundo. Eso sí: puede resultar claro para la mente, pero infinitamente difícil y complejo para el corazón. “Ciertamente es importante no saltearse etapas”, puntualizan.
De todo lo escuchado, algo queda claro: el perdón no es una respuesta automática ni necesariamente lógica. Decididamente es un misterio. Y como tal, esconde verdades que la razón desconoce. Sana el cuerpo y el alma. Libera al agresor y su víctima del veneno de la violencia y el rencor. Y habilita a ambas partes a encontrar una paz nueva y verdadera.
Cuestionario del perdón
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