Poner límites y enseñarles a gestionar la frustración, algunas de las enseñanzas que muchas veces se pasan por alto
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Hasta no hace mucho tiempo los padres criaban y educaban a sus hijos y la institución escolar y los docentes se ocupaban de enseñarles contenidos a niños y adolescentes y a acompañarlos en el inicio de la sociabilización más allá de la familia grande o el barrio. Los niños llegaban a las aulas ya convertidos en integrantes de la comunidad: respetaban a los mayores y les obedecían, sabían esperar, esforzarse, frustrarse, acatar reglas de convivencia, esperar su turno, etc.
Algunas cuestiones vienen cambiando aceleradamente en la vida familiar: el contar con menos apoyo de la familia grande, la falta de confianza de padres y madres en modalidades de crianza diferentes a las propias y el estilo de crianza permisivo, llevan a menudo a que los niños ingresen al jardín todavía “a medio” criar/educar.
Esto hace que los docentes pasen cada vez más tiempo ayudando a los chicos a seguir consignas y respetar pautas de conducta, a quedarse en algunos momentos sentados y quietos, a esperar su turno, a tolerar un “no” sin desbarrancarse, a interactuar con sus compañeros sin irse a las manos todo el tiempo, entre otras conductas.
Por otro lado, hoy la idea de horizontalidad y democracia en la crianza, la crianza respetuosa mal entendida, incluso la libre demanda –que tan saludable es para los bebés durante los primeros meses de vida– llevan a que muchos niños no vayan fortaleciéndose en sus recursos y en su autonomía a medida que crecen.
En una sociedad más egocéntrica/narcisista muchos padres y madres se identifican con sus pequeños y quieren darles todos los gustos y les cuesta enseñarles a sus hijos a respetar a otros adultos o pautas básicas de intercambio, permitiéndoles aquello que seguramente les habría gustado hacer cuando ellos eran chicos.
A algunos les cuesta poner límites y/o hacer enojar a sus chicos y piden el apoyo del docente (“¿no señorita que hace frío y hay que ponerse la campera?”, o “¿no que al colegio no se pueden llevar juguetes?”). Otros, en cambio, están muy ocupados con sus temas personales, no dedican tiempo suficiente a la crianza y esperan que los docentes de sus hijos se hagan cargo de esa tarea.
Hoy los chicos se escolarizan a edades más tempranas por la necesidad de que padres y madres tengan trabajos remunerados, y muchas de las tareas de crianza se comparten entre padres y docentes. De todos modos en todos los niveles –no solo en las primeras salas de jardín– los docentes pasan una buena parte de su tiempo educando a sus alumnos para poder luego enseñarles y cumplir los objetivos de cada sala y grado.
Un niño que en su casa hace lo que quiere y tiene adultos a su plena disposición, difícilmente quiera ir a la escuela y, menos aún esforzarse por aprender. Las condiciones del aula no le van a gustar. Lo mismo ocurre si no va practicando con tiempo y paciencia y el ejemplo de sus padres a quedarse sentado en la mesa ratos cada vez más largos, y otras cuestiones que lo ayudan en casa a ir saliendo, a medida que crece, de la posición de su majestad el bebé. O un niño al que se le evitan en casa todos los errores, o que los comete y nunca paga las consecuencias de esos errores, tampoco va a querer ir a la escuela ya que en casa lo pasa mucho mejor.
El apoyo necesario
¿Cómo podemos ayudar desde casa a que nuestros hijos aprendan y al mismo tiempo alivianar la tarea de sus docentes? En primer lugar no hay crecimiento ni aprendizaje posible cuando los chicos están a la defensiva o en alerta: para prosperar necesitan seguridad, tranquilidad y confianza. Por eso es muy importante que traslademos a los chicos nuestro respeto, confianza y reconocimiento del valor del docente, incluso el agradecimiento y la admiración –que no necesitan ser ciegos ni absolutos– para que ellos puedan abrirse a interesarse, atender y aprender.
Sin olvidar otra importante tarea nuestra: que lleguen al aula bien descansados, bien alimentados y tranquilos de que en casa todo está relativamente bien.
Hoy los docentes hacen enormes esfuerzos de flexibilización para enseñar a sus alumnos, compitiendo contra los estímulos intensos y adictivos de las pantallas, acompañando a niños no siempre nivelados después de la pandemia, a otros que tienen dificultades de regulación, demoras en el lenguaje, problemas de atención o concentración, o de conducta. Y este año se suma la llegada de la inteligencia artificial que pone en jaque y obliga a revisar las formas conocidas de enseñar y aprender.
Los docentes no pueden solos, armemos equipo con ellos para acompañar a nuestros chicos en su etapa escolar.
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