“Somos lo que hacemos repetidamente. La excelencia, entonces, no es un acto, sino un hábito”. Lo dijo Aristóteles para resaltar la importancia de la disciplina y persistencia para lograr algo. Por su parte el escritor John Heywood, en el siglo XI, dijo: “Roma no se construyó en un día, pero se ponían ladrillos cada hora”, planteando que cada gran meta, por más grande e inalcanzable que parezca, requiere de un montón de pequeños esfuerzos cotidianos. Y John Dryden, un dramaturgo inglés del siglo XVII, remató: “Primero formamos nuestros hábitos, luego ellos nos forman a nosotros”, refiriéndose a que, si bien lleva un tiempo afianzarlos, un hábito consolidado es tan poderoso como la propia personalidad.