En lugar de poner al otro como un mero receptor pasivo de las propias ilusiones es conveniente valora a la persona en sí
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No hay dudas de que la gente se sigue enamorando, más allá de que no sabemos si lo hace más o menos que en épocas pasadas. Si bien muchos le cambian el nombre pretendiendo bajarle la intensidad (lo llaman “engancharse”, por ejemplo) y con una sexualidad que no pide demasiada emocionalidad para ejercerse, igual no son pocos los que andan por ahí con mariposas en la panza por causa del arrebato emocional que apareció en sus vidas.
Mucho se ha hablado de manera negativa acerca del enamoramiento. Es que ese estado exaltado que motiva palpitaciones, insomnios y embelesos ha sido acusado, injustamente, de bobera, cuando de hecho lo malo no es que exista sino la mala gestión y los desatinos que suelen cometerse en su nombre.
El lunfardo ha llamado “bobo” al corazón porque dicho órgano representa al territorio del “metejón” (palabra antigua, pero igualmente linda) que hoy nos ocupa. Por suerte, la validación generalizada de la inteligencia emocional permite sacar al enamoramiento del territorio del mero entontencimiento y reivindicarlo como una posibilidad anímica que tiene su sentido.
Podemos decir entonces que el corazón no es bobo, sino que “tiene razones que la razón no entiende” y, más que pelearlo con cinismo o blindajes emocionales, hay que ofrecerle algunas referencias para que no se salga de pista. En otras palabras… quizás venga bien aprender a enamorarse de forma tal que, sin perder su frescura, no se lo confunda con el mero atolondramiento desatinado.
En ocasiones el enamoramiento viene ya hecho y otras veces se va forjando con el tiempo. Están los team “enamoramiento fulgurante” y los team “enamoramiento paso a paso”. Ambos sirven a los fines de pasarla bien y prosperar en una relación.
Hay enamoramientos que son producto de una intuición profunda e inmediata acerca de la entidad de la relación y otros que van llegando, de a poco, mientras el vínculo va generando hondura a partir del compartir el tiempo y las vivencias. Como decíamos antes, ambos valen y son maravillosos cuando encuentran su rumbo. Como los motores de un avión que despega y se aleja del suelo antes de alcanzar altura y velocidad de crucero, el enamoramiento, en sus diferentes versiones, cumple con su cometido.
En general, la modernidad se maneja entre el cinismo respecto del “metejón” y la idea de que el enamoramiento viene o no viene, y, si viene, aparece en clave de pasión incendiaria estilo “vayamos a casarnos a Las Vegas”. Así es que muchos, de tanto fuego que le ponen a la cuestión, terminan con el rancho incendiado. La contracara, según el modelo que marca la época, es el frío descreído y especulador. Allí no es que se queme el rancho, sino que se genera un frío desangelado con encuentros que tienen un dejo melancólico propio de los que perdieron la frescura afectiva. Obviamente, no se trata ni de una y otra opción, sino de mantener el fuego para que ofrezca calor, sin incendiar nada.
Sumar en la ecuación
Consejo: si una persona parece cumplir con todas las cualidades soñadas, conviene tener en claro si lo que se valora de esa persona es que encarne circunstancialmente esos sueños o es que se valora a la persona en sí, con su nombre, historia y encarnadura. ¿Por qué decimos esto? Porque hay quienes se olvidan de percibir de manera directa a quien está con ellos. Ese tipo de acercamiento llama al apuro y a la ansiedad por “atrapar” tamaña maravilla, lo que es una invitación a hacer macanas.
Es muy diferente decir “encontré a la persona que cumple con mis sueños” que decir “encontré una persona que me maravilla”. En la primera opción el “otro” es un mero receptor pasivo de las propias ilusiones (se valoran los sueños, no la persona) y en la segunda opción, el “otro” también juega y suma en la ecuación desde su singularidad y no solamente como pista de aterrizaje de sueños proyectados.
Otro consejo: en el amor no hay que desconfiar, hay que confiar mejor, agregando lucidez a la confianza sin pasarse al equipo de los desconfiados crónicos. La idea no es dejar de tirarse a la pileta, sino mirar antes qué hay en ella, valorando a las personas por lo que son y no tanto por lo que se supone que serán cuando cambien.
Borges decía: “He pensado alguna vez que quizá una persona que esté enamorada vea a la otra tal como Dios la ve, es decir, del mejor modo posible”. El punto no es desdeñable. Cuando el enamoramiento surge de la percepción de “eso” que el otro es y genera (y no solamente de la proyección de los propios ideales), se puede quizás ver la verdad de la persona. Luego se decidirá si da para seguir el viaje pero, “eterno mientras dura”, el enamoramiento tiene su lugar y no es tonto sino todo lo contrario, cuando se lo vive con la sabiduría que se merece.
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