¿Son malcriados? ¿Cuesta más ponerles límites? ¿No aprenden a gestionar la frustración? Especialistas aclaran algunas de las dudas que invaden a diario a los padres
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Justina Lucas tiene 20 años, estudia comunicación periodística y es hija única. “Nunca fue un tema no tener hermanos. Pude desarrollar una relación muy fuerte y muy íntima con mis papás y puedo hablar con ellos de lo que sea”, confiesa. Y aclara que según le cuentan algunas amigas que tienen varios hermanos, la relación con sus padres no es tan cercana y sí lo es con algún hermano.
Justina nunca sintió que le faltara algo: “Me gustó crecer como hija única. ¿Si me hubiese gustado tener hermanos? No puedo decir sí o no porque no conozco otra cosa. Pero sé de personas que tienen una relación muy buena con sus hermanos. Y también otros que se llevan muy mal. De chiquita si tenía algún hermano, genial. Pero, no pasó y no me lo cuestiono porque no siento que me falte nada”, afirma.
Dice que logró tener el balance perfecto entre su mundo interior porque le encanta estar sola, poder reflexionar en silencio, tocar la guitarra y escribir. Por otro lado, tiene un mundo social con sus amigas.
Sus padres fueron claves en impulsar el desarrollo de sus vínculos más allá de su casa: “Siempre fomentaron que me involucre en actividades fuera del colegio, para que sea abierta, para conocer otras personas. Me enseñaron a preguntar siempre por el otro”, cuenta.
Ser hijo único es una tendencia en aumento. Cuando se trata de una elección, los motivos son tan personales como variados. Hay que tener en cuenta que las mujeres tienen su primer hijo cada vez más grandes: según la Dirección General de Estadística y Censos (Ministerio de Hacienda y Finanzas GCBA), en el 2009 la edad promedio de las madres primerizas era de 27 años. Este número fue subiendo y en 2022 llegó a 31 años. El Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2022 contabilizó que cada mujer, de entre 14 y 49 años, tenía en promedio 1,4 hijos. Es un hecho la caída de la natalidad en el país, ya que nacen 260.000 bebés menos por año que hace una década. Esta información surge de un relevamiento de la Universidad Austral y se basa en el Censo de 2022.
Además del desarrollo profesional de la mujer que la lleva a retrasar la llegada de su primer hijo, hay otros motivos por los que crecen las familias con un solo hijo, como el deterioro económico del país y numerosas cuestiones personales.
El push de los de abajo
“Hay que pensar cuál es la historia de esa familia, si fue una elección tener un solo hijo o si fue una realidad con la que se encontraron. Quizá tuvieron un primer hijo, buscaron un segundo y no vino. Entonces eso también presenta una situación distinta para elaborar y para duelar como proyecto familiar”, sostiene Malena Murga, psicóloga clínica (M.N. 22870). En estos casos, es bueno reconocer que se hubiera querido tener más hijos pero que llegó uno solo.
En cuanto a la crianza, la psicóloga considera que hay diferencias entre hijos con hermanos o hijos únicos. “Evidentemente, la presencia física en el territorio de la familia hace que se mueva un poco más rápido el cambio de etapas. Porque el hermano más grande pasa a hacer determinadas cosas y porque el hermano más chico lo viene empujando por debajo. A veces esas etapas de evolución, de ganar autonomía se dilatan un poco más en el caso de familias con un único hijo porque no tienen ese push, ese empuje de los hermanos menores”, señala.
Respecto a la dinámica familiar, la psicóloga hace alusión al subsistema de hermanos que se crea en una casa con varios hijos. “En la familia hay varios sistemas. Uno es el conjunto en general, otro es el matrimonio y otro es la comunidad de hijos. El que es único tiene que transitar el ser hijo de una manera diferente porque no puede hacer alianzas, porque no tiene los hermanos para poder plantear cosas a los padres”, continúa.
Según Murga, el hijo único se pierde de contar con ese volumen y se enfrenta a lidiar con la soledad. “Ahí los padres influyen en que ese hijo solo también pueda aprender a llevarse bien con esa soledad. Es una realidad que tocó. El chico tiene que aprender a llevarla bien y a poder desarrollar vida propia”, agrega.
Es común que un hijo único pida hermanos o pregunte por qué no los tuvo y los padres tengan que dar respuestas, siempre acordes a la edad. “Esto lo preguntan, lo piden porque les divierte. Después quizá se quejan, pero tienen la ilusión de tener un hermano. Un par dentro de la casa es la expectativa que todo niño tiene”, agrega.
Zona de confort y de seguridad, el seno familiar es el lugar donde se aprenden muchas de las cosas importantes de la vida. “Que te quiten el lugar, que tengas que esperar, perder, ceder, que hoy te toca y mañana no, la empatía, qué le pasa al otro cuando yo me quedo con todo… Es más fácil aprender todo esto en tu zona de máxima seguridad y con los padres como referentes que pueden ir guiando (’fijate cómo se puso tu hermano cuando te quedaste con los bloques; ¿qué te parece si le compartimos un ratito?). Los adultos podemos ir ofreciendo herramientas”, señala Alejandra Mignani, licenciada en Psicología (M.N. 40071), neuropsicóloga especializada en crianza y neurodesarrollo. La experta reconoce que los chicos van a la guardería cada vez más temprano, donde, finalmente, esa instancia se da, aunque no haya hermanos esperando en casa.
Según una publicación de Alice Goisis, profesora de Demografía y subdirectora de investigación en el Centro de Estudios Longitudinales de la University College de Londres, es una realidad la preocupación de los padres de hijo único por el hecho de que crecer sin hermanos pueda afectar sus habilidades sociales. Sin embargo, asegura que las investigaciones han descubierto “que los hijos únicos no son diferentes de sus compañeros que tienen hermanos en lo que respecta al carácter y la sociabilidad”.
En busca de pares
El consejo de Murga es que los padres de hijo único se propongan ofrecerle variados contextos de socialización, más allá del colegio. A estos papás “les toca moverse más y llevarlo al fútbol, al rugby. No por un exceso de actividades sino por ocasiones de socialización”, aclara. Murga destaca aquellos deportes donde se desarrollan el trabajo en equipo, la empatía, la mirada y el tener en cuenta a los demás. “Me parece que ofrecerle cualquier alternativa de deporte en equipo es algo que ayuda porque se le enseña, desde otro lugar, a tener en cuenta a otras personas, cómo mejorar y hacer una buena jugada entre todos”, apunta.
Ante la falta de hermanos, es bueno rodear a ese hijo de pares. Más allá de los compañeros de colegio, si hay primos, de edad similar, es conveniente que comparta momentos y que establezca lazos con ellos.
Este es el caso de Romina Mancini, de 32 años, que decidió tener un solo hijo para poder dedicarle el mayor tiempo posible a Joaquín, que ahora tiene 8 años. Su esfuerzo en la crianza se centra en cómo rodear a su hijo de chicos de su edad, por fuera del colegio. “Lo resuelvo con karate, boy scouts y actividades sociales. Invita muchos amigos y yo frecuento amigas con hijos de las mismas edades”, cuenta.
La misma situación atravesó a Marta Álvarez, psicóloga de 49 años y mamá de Liam de 8, que junto a su marido desde un principio se esforzaron en armar una red con los padres de la escuela. “Su colegio hace mucho hincapié en lo humano, en los vínculos, en la solidaridad y en el compromiso con el otro. Nos gusta ese enfoque para pensar en el crecimiento de Liam, sobre todo en esta época, donde todo es compu y play. Armamos una comunidad con otros padres para colaborar con la idea de que Liam no tiene hermanos”, asegura Marta.
Con respecto al desarrollo de la independencia y de la autonomía, es aconsejable investigar qué cosas le hace bien al nene empezar a aprender a hacer, aunque se equivoque. “Un poco de incomodidad, de ansiedad o de incertidumbre para ganar en una habilidad o para conquistar el saber hacer algo es parte del crecimiento”, señala Murga.
Cuando los padres, por miedo a que sus hijos sufran, los sobreprotegen , “evitan que el chico tenga esa zona de aprendizaje, de ensayo, de acierto y error, que es necesaria para el crecimiento”, explica. Lo importante, dice, es revisar qué pasó para que el chico aprenda.
¿Hijo único, hijo malcriado? No tiene por qué ser así, y esto depende del estilo de crianza. Hay casos en los que los padres, al tener un único hijo, deciden darle todo. “Puede generar un efecto negativo el hecho de que siempre tuvo todo y que nunca le hicieron faltar nada. No tuvo que esperar, que desear, que gestionar la frustración de que todavía no llega. Son chicos que después se vuelven muy autoexigentes”, explica Mignani.
En estos casos, indica, les faltan herramientas para lidiar con la frustración. “No a todos. Hay un poco de biología, de carácter, de personalidad y también se puede tener un hijo único y criarlo con conciencia, sin sobrerregalarlo”, aclara.
Pero, por algo se usa en psicología la expresión “su majestad el bebé”. En algún momento, es aconsejable “salir de ese lugar de que estamos todos bailando al compás del chiquitín. No es mito que sean malcriados”, afirma Mignani. En esto es determinante la postura de los padres: o le dan todo lo que quiera o le enseñan a esperar, a que le falte algo.
“Tolerar el azar, si toca o no, y esperar va generando estrategias de afrontamiento para la vida. Hay un montón de habilidades que se las tapás si les regalás todo, si llenás todo”, explica la profesional.
La exmodelo y comunicadora Florencia Florio, mamá de Cata de 24 años, considera que cuando se tiene un solo hijo se le pueden dar mayores gustos, mejor educación, más atención y más tiempo para compartir que si fuesen muchos. “No le vi la parte negativa a su crianza. Quizás no tener alguien con quien entretenerse cuando era chiquita en casa. Pero yo no trabajaba y me dedicaba a estar con ella, a jugar. E invitaba muchas amigas. Para mí son fundamentales la familia, los primos y los amigos. Fomentarle la amistad es primordial”, dice.
También reconoce: “Uno tendía a malcriarla. Pero nosotros somos malcriadores natos y si hubiésemos tenido cinco hijos hubiese sido lo mismo con todos”.
Sobreprotección y fortalezas
El tema de los límites es a veces más difícil en familias con un solo hijo. En consulta se advierte que si el niño es hijo único a los papás les cuesta más generar criterio. “Una debería ser una madre lo suficientemente buena para acompañar, para consolar, para sostener, para alojar con la mirada, para desarrollar un apego seguro y lo suficientemente mala para poner límites, para contener y decir hasta acá. Eso también forja seguridad, identidad. Cuando hay un solo niño a veces es más fácil que las madres no consigan ser lo suficientemente malas. Con dos o tres se hace más fácil”, afirma Mignani.
Ser único no tiene por qué tener connotaciones negativas. Con padres atentos y que acompañan el crecimiento del hijo, es posible sacar provecho de la situación. Estos chicos, por ejemplo, “tienen más posibilidades de tener momentos de juego solo, habilidad que, a nivel emocional y psicológico ayuda, estructura y desarrolla”, apunta Murga.
Por otra parte, por el ritmo de vida, la sobredemanda a la que se enfrentan los padres no siempre deja espacio a tiempo de calidad para pasar con los chicos. Sin embargo, cuando se trata de uno solo, es más fácil estar atentos a lo que necesita y a su desarrollo. “Con un solo niño se agudiza la mirada y se está atento al desarrollo para detectar también fortalezas, para explorar cosas: tiene talento para el arte, tiene oído musical, es hábil en este deporte… Estas cosas, cuando hay muchos hermanos se suelen perder o se llega más tarde para poner energía en esa fortaleza”, considera Mignani.
En el proceso de crianza de este único hijo es importante tener cuidado de no sobreprotegerlo y no quitarle independencia. Cuando no hay hermanos, no hay sobre quién más posar la mirada y es ahí donde los padres deben estar atentos a no crear una relación simbiótica con el hijo. “El vínculo sano sería aquel en el que los padres están a la par, sosteniéndolo, pero entendiendo que es otra individualidad y puede no querer y desear lo mismo que uno”, continúa la psicóloga.
Lo recomendable es, entonces, que la madre, trabaje o no, se ocupe de otras cosas además de la crianza. “Si no, se empieza a generar este sesgo secundario de sobreprotección, de anular la identidad o formar una simbiosis. Siempre es deseable y muy saludable que la figura materna y paterna tengan algo más de qué ocuparse: un hobby, arte, lo que fuera para que su vida no sea solo criar al niño”, finaliza Mignani.
Un hermano, un compañero de vida
¿La importancia de tener hermanos? “Es no estar solo. Un hermano es un modelo, es una guía, te lleves mal o te lleves bien, sea mucho más grande, sea mucho más chico. “Estamos los dos en esto”. “¿Papá y mamá se van a separar? Nos quedamos juntos””, señala Alejandra Mignani. La psicóloga remarca que la ley dice que en ningún caso un hijo se va con un papá y el otro se va con el otro: los hermanos se mantienen unidos. “Y unidos afrontan todo: las mudanzas, el duelo de la mascota, el duelo del abuelo. Definitivamente, tenés un compañero de vida. Es la mejor definición”, apunta.
Cuando hay un reto “es distinto si hay un hermano ahí, dando vueltas. O defendiendo, o en el molde tomando nota de que esto no se hace. Estamos juntos”, define la psicóloga.
El hermano también colabora en la formación de la identidad. La importancia de lo aprendido en familia es que sucede en la zona de máximo confort y de máxima seguridad. “Cuando sos chiquito no dudás de lo que sucede en tu casa. Entonces, cualquier cosa que se aprende en el seno familiar comienza a formar la propia identidad, valores y se graba a fuego”. Otro aspecto importante de lo aprendido en familia, entre hermanos, es la cantidad de tiempo en el que esto transcurre. “La falta de hermano se puede compensar yendo a guardería o a jardín. Pero, cuando todo el tiempo, 7x24, hay que confrontar con compartir, tomar turnos, respetar el espacio del otro, en tu zona de confort y de seguridad emocional, sin dudas, no se cuestiona cuando sos chico”, agrega.
Tendencia mundial
Ser hijo único no es una excepción en un mundo en el que es tendencia la baja de la población. En Taiwán las mujeres en edad fértil tienen, en promedio, 1,11 hijos; en Corea del Sur, 1,12; en Singapur, 1,17. Los países asiáticos encabezan la lista de países con índices más bajos de natalidad.
En tanto, en Europa, Malta es el país con menos hijos por mujer (1,08), seguido de España, donde el número alcanza el 1,16 e Italia, con 1,24. Estas cifras se desprenden de los datos elaborados por Eurostat (Oficina Europea de Estadísticas), en 2022.
En todo el mundo se registra un progresivo descenso de la tasa de natalidad. Pasó de 2,56 hijos por cada mujer en 2005 a 2,27 en 2021. Según un estudio publicado en The Lancet, en 2100 el 97% de los países tendrá tasas de fertilidad por debajo de lo necesario para mantener su población. Tal vez anticipándose a este escenario, varios países europeos desde hace algunos años ofrecen beneficios a quienes tienen hijos. Una publicación de BBC Mundo cuenta que, por ejemplo, en Finlandia, según cada municipio, los padres pueden recibir entre 200 y 11.000 dólares por bebé nacido.
En Francia, la subvención por hijo ronda los 1000 dólares.
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