En el marco del HAY Festival de Querétaro, que se celebró en la ciudad mexicana del 7 al 10 de septiembre, una entrevista exclusiva con la escritora catalana Irene Solá
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Un clan de mujeres muertas prepara una fiesta en una casona aislada en la sierra para recibir el espíritu de Bernadeta, una parienta lejana que está a punto de morir.
Este es el punto de partida de “Te di ojos y miraste las tinieblas”, la tercera novela de la escritora catalana Irene Solà tras “Canto yo y la montaña baila” —traducida a más de treinta idiomas — y “Los diques”, todas escritas originalmente en catalán.
La agonía de Bernadeta dura un solo día, pero en este caben casi 400 años de una historia familiar polifónica que partió cuando Joana, la matriarca de Mas Clavell, hizo un pacto con el diablo.
El resultado es un libro asombroso, cargado de claroscuros, en el que se mezclan la violencia con la sororidad, el recuerdo con el olvido y los vivos con los muertos.
¿Cómo surge la idea de esta historia de historias?
Tenía ganas de trabajar con fragmentos de folclore y de que entrara en esta historia todo un elemento de magia.
La premisa del pacto con el diablo —que es un tipo de historia que está muy presente en la gran mayoría de folclores y de culturas— me llamaba mucho la atención.
Así que supe como que en medio de esta historia habría un personaje, Joana, que en el siglo XVI decide venderse el alma al diablo a cambio de un marido que sea un hombre entero.
Pero a su marido le falta el dedo meñique del pie, así que Joana consigue romper el pacto y así puede conservar el marido, la casa y el alma.
¿Mejor acudir al diablo que a Dios?
Me interesaba esa premisa de vender el alma al diablo a cambio de algo que tú quieres. Y eso sólo funciona con el diablo.
En estos cuentos de folclore, los personajes creen que Dios no los escucha o que Dios no les quiere ayudar o bien les sale, sin querer, pedir ayuda al diablo y este siempre está atento.
Cabe decir que, desde una perspectiva del folclore catalán, este diablo está mucho más emparentado con las figuras paganas del duende o el follet.
Es un ser ridículo al que puedes engañar y nada tiene que ver con la figura de Satanás.
¿A qué se debe esa percepción?
Los historiadores lo achacan al pragmatismo de los catalanes.
Para el pueblo catalán lo importante es sobrevivir, tener un plato d’escudella (sopa) caliente y poder más o menos tirar para adelante.
Por eso se tiene la sensación de que “el gran diablo por aquí no va a venir”, entonces tiene que ser un pobre diablo, menos sublime y más humano.
¿Por qué cosas, metafóricamente hablando, crees que aún pactamos con el diablo?
No sabría hacer una analogía con el presente.
La idea del pacto con el diablo me interesa por las posibilidades que abre desde un punto de vista literario.
De hecho, hacer un pacto así es mala idea porque, aunque tú lo puedas engañar, él siempre va a intentar engañarte a ti.
Por ejemplo, Joana se sale con la suya, pero a raíz del pacto, se obsesiona con la idea de que a toda su familia le va a faltar algo.
Yo siempre digo que no estoy segura de que a todo el mundo le falte algo, o sea, depende de cómo tú mires el mundo, siempre vas a tener la sensación de que te falta algo o de que las cosas no están suficientemente bien.
Todo por un trato…
Sí, me interesaba mucho reflexionar alrededor de la idea del trato, porque en cualquier gesto narrativo existe también un trato entre el que narra y el que escucha, o lee un libro o ve una película.
Mientras se te cuenta una historia de ficción, tu apagas los sensores de incredulidad y te dices “me voy a sumergir en este mundo imaginario que tu estás construyendo para mí”.
Y este pacto se da aunque hayan pasado años desde que se escribió una novela hasta que se lee.
Cuando yo estoy escribiendo, en realidad, estoy reflexionando sobre cómo funcionan las historias, sobre cómo se estructuran y sobre qué poderes tienen aquellos que las cuentan por encima de aquellos que son contados en ellas.
Bernardí, el marido que el diablo le concede a Joana, huye de una guerra encarnizada entre los hombres y los lobos de esas montañas. ¿Cómo ves la relación entre el ser humano y la naturaleza?
La palabra naturaleza me parece una palabra muy complicada y poco definida.
A veces la utilizamos para dibujar una línea divisoria entre el ser humano y el resto de las cosas.
En mis últimas dos novelas me parecía interesante entender ciertos choques que se dan en lo que llamo contextos no urbanos.
Hemos olvidado muy rápido que hace no tanto tiempo, en un contexto como la sierra de las Guillerías —donde se sitúa la novela— que está muy cerca de Barcelona, coexistíamos con lobos y ahora han quedado como figuras de cuento, lejanas, parte del folclore.
Por otro lado, las violencias que se dan entre hombre y lobos depende de la perspectiva.
Cuando tu hablas de los lobos desde la mirada de los niños o de las personas que son atacadas, pues se ven como terribles.
Sin embargo, también es terrorífico si pensamos que a los lobos los extinguieron. De hecho, se dice que los envenenaron de manera tan masiva que acabaron matando a la mitad de animales de la zona.
¿Cuál crees que es el poder de esa magia que tu reflejas en el libro? ¿Para qué nos sirve la magia hoy en día?
Para muchas cosas. La magia es un concepto muy interesante porque es muy maleable.
Primero, tendríamos que ponernos de acuerdo en qué consideramos magia, porque será absolutamente diferente dependiendo de la persona, su edad, el momento histórico o los distintos contextos.
Pero precisamente dentro de la ficción, dentro de las historias, en nuestra contemporaneidad, hay mucho espacio para lo mágico.
La excusa de esta premisa me permite reflexionar sobre temas diversos como el olvido, la violencia, la maternidad, la sexualidad o el amor romántico.
Y hablando de magia, tuve que esbozar un árbol genealógico para seguir la saga del Mas Clavell, como cuando uno lee Cien Años de Soledad. ¿Bebes del realismo mágico de alguna manera?
Hay un guiño directo en la novela a “Pedro Páramo” de Juan Rulfo.
Sin embargo, el realismo mágico forma parte como de un momento, de un contexto y de un lugar que no es el mío.
Por lo tanto, no tendría sentido que yo quisiera relacionarme con este más de la cuenta.
Pero sí que bebí tanto como pude de todo lo que se escribe y que se está escribiendo ahora mismo desde América Latina.
En la novela, las mujeres que no están vivas están preparando una fiesta esperando que una de sus familiares se muera. ¿Es una visión celebratoria de la muerte?
Sí, totalmente. Decidí que la mayoría de protagonistas de esta historia estarían muertas y contarían la historia familiar desde su perspectiva.
Quería que fueran fantasmas porque clásicamente esta figura está estrechamente relacionada con la idea del recuerdo y del olvido.
Esta es una novela que reflexiona sobre qué recordamos y qué olvidamos, tanto a nivel individual como colectivo.
Cuando narramos las experiencias, los hechos y los recuerdos, también estamos manipulándolos.
Es decir, habla sobre la no objetividad de la Historia o de las historias y sobre quién ha podido contar su propia historia y quién no.
Por eso estos personajes son mujeres, aquellas que tradicionalmente no han protagonizado ni la Historia ni las historias.
Los hombres, en cambio, no salen muy bien parados…
Durante todo el libro nos quedamos en la casa ya que no deja de ser el lugar históricamente relegado a las mujeres.
En vez de irnos a conocer mundo, en vez de irnos a la guerra, pues nos quedamos en la casa con estas mujeres, que son las que se tienen que quedar ahí esperando y no pueden vivir este tipo de aventuras.
Si bien los hombres sí se pueden marchar y vivir esas hazañas, ellos nunca regresan, mueren de maneras violentas, lejos de esta casa.
Así que hay un juego constante en el que nunca sabrás qué es una suerte y qué es una condena.
Esto es una historia familiar contada desde distintas miradas. ¿Cuál es tu visión de cómo vivimos la familia ahora?
En este caso, de la familia me interesa la historia familiar. Nunca te van a contar la historia de tu familia de manera lineal y objetiva porque si alguien lo hiciera, sería la versión de esa persona.
Cada uno de nosotros va a ir construyendo su historia familiar a partir de fragmentos que va a ir colocando en su sitio y creando su propia idea que irá ligada a cómo cada uno entienda el mundo.
Esa historia, muy probablemente, va a ir cambiando a medida que uno vaya viviendo y vaya entendiendo con más profundidad ciertos momentos, ciertas personas de esa historia o quizás deje de entenderlas por lo mismo.
Si todos construimos distintos recuerdos, ¿cómo nos ponemos de acuerdo a nivel familiar? ¿Cómo unimos esas perspectivas?
Tal vez no tenemos que hacerlo. Quizás la familia se tiene que entender como un conjunto de individualidades o de personas que se quieren, pero que viven o entienden el mundo de manera distinta.
Cuando Margarida, la hija de Joana, quiere imponer a las demás su manera de vivir no le funciona.
Cada una de ellas es libre de vivir, de entender y de sentir como quiera. Y aún así, pueden compartir espacio, historia y vida, pero cada cual a su manera.
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