Relatos de situaciones cotidianas donde afloran emociones que ayudan a vivir mejor
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La cuarta es la vencida
Mientras yo bailaba, otro alumno del posgrado me dijo: “Conozco a alguien que baila igual”. “Nadie baila como yo”, contesté; además, en ese entonces estaba interesada en las mujeres. Pero el próximo semestre, cuando vi a Steve, un estudiante extremadamente masculino con un sweater de cuello alto, todo mi cuerpo se estremeció pasionalmente. Después, cuando lo vi bailar, me ofendí: “¡Yo no bailo así!”. Es gracioso, que justamente esa noche mi baile capturó su interés. A los cuatro meses de conocernos, yo le propuse matrimonio el fin de semana del 4 de julio. Meses después, dijo que sí. Ahora, casados desde hace mucho tiempo, seguimos bailando “parecido”. — Michelle Mood
No llores por mi
“Odio cuando la gente llora en los funerales”, me dijo un día mi mamá. “¿Cuándo deberían llorar?” le pregunté. Me miró como si estuviera loca. Sabía su respuesta: nunca. Pero lloró, cuando pensó que nadie la miraba, por mi padre muerto que era el amor de su vida y también por mi hermano, que se encontraba perdido en las calles. Organicé una fiesta en su honor cuando falleció. A ella le hubiera gustado. Algunos derramaron lágrimas, a pesar de que escribí “¡No llores!” en la torta y apoyé sobre esta una pequeña fotografía de ella en la nieve. —Susan Parker
Un sobre de fotos
Recuerdo que mamá te trajo a nuestro departamento de Moscú, eras una vida diminuta envuelta en una sábana blanca. Compartimos la cama durante años. De vez en cuando te tirabas al piso haciendo una rabieta: la abuela quería que te tomaras en serio el estudio en verano. Ambas extrañábamos a nuestros padres ausentes. Siempre expresabas lo que pensabas y yo envidiaba tu valentía. Yo siempre fui una niña buena: disciplinada, herida, inhibida. Luego me mudé lejos y nos distanciamos. Hasta que desenterraste fotos viejas y me las enviaste por correo para mi cumpleaños. Y en ellas estábamos como siempre: mi mano firme sobre el hombro de mi hermanita. — Gloria Novikova
¿Se ve la luz?
“Ayuda al abuelo a dejar el portador de oxígeno”, reza mi hijo todas las noches por mi padre. Antes de la hospitalización de mi papá por Covid-19, mi hijo había sido ingresado con neumonía. Con solo dos años sabe muy bien lo que son los pinchazos de agujas, las intubaciones y el cosquilleo del plástico en las fosas nasales. ”Eso te hace picar la nariz “, le dijo a mi papá con simpatía. El 4 de julio, evitamos los grandes espectáculos de fuegos artificiales llenos de gente para ver el show de pirotecnia de aficionados desde la puerta de la casa rural de mis padres en Virginia. El sol se puso, los pájaros volaron y el cielo estalló de color. Mi hijo y mi padre se abrazaron mientras se maravillaban de la luz en la oscuridad. — Anna Rollins
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