El surf de alta competencia es una práctica con múltiples enseñanzas y tiene decenas de puntos de contacto con la agenda de la innovación y del bienestar
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Fue el 29 de octubre de 2020 en una de las playas de Nazaré, en Portugal: ese día el alemán Sebastian Steudtner, por entonces de 37 años, entró al libro Guiness de los Récords por surfear la ola más alta jamás aprovechada en este deporte, de más de 26 metros de altura. El video de la proeza se viralizó pronto en las redes sociales y muestra a un Steudtner diminuto en el medio de una masa gigantesca de agua: si se llegaba a caer, hubiera sido muy difícil sobrevivir ante semejante impacto.
El surf de alta competencia es un deporte de elevadísimo riesgo, como el alpinismo, y que requiere un nivel de fortaleza mental al que pocos atletas de elite llegan. Por este motivo, y también porque la “ola” es la metáfora más potente del “tsunami disruptivo” o de la innovación, aparecen múltiples enseñanzas para la agenda del bienestar.
Por historia, filosofía y apertura a la creatividad, el surf tiene decenas de puntos de contacto con la agenda de la innovación. Empezando por su tasa de cambio y de reinvención única: en los últimos años, la difusión del “tow surfing” (surf por remolque, donde una persona traslada en moto de agua al surfista cientos de metros mar adentro, imposibles de alcanzar sólo a través del nado con la tabla) permitió multiplicar varias veces la altura de las olas surfeables.
El fenómeno está bien explicado en varios libros y documentales. En “Take Every Wave” (Netflix), se cuenta la vida de Laird Hamilton, nacido en 1964 en San Francisco pero criado en Hawaii, una leyenda del deporte pero ante todo –según lo describen sus colegas- un innovador nato, que piensa permanentemente en nuevas técnicas, materiales y tecnologías para superarse.
Hamilton, que continua haciendo este deporte a los 60 años (como muchos colegas) cuenta que la idea del surf por remolque se le ocurrió un día relajado, en el que hacía esquí acuático con un amigo que manejaba una moto de agua, mientras exploraba mar adentro.
Las ocurrencias suelen venir en estos momentos donde el filtro de la atención se abre, pero a partir de un proceso previo donde se piensa mucho –a veces obsesivamente- en el desafío en cuestión. Había un problema de base que desvelaba a Hamilton y que deseaba solucionar: las playas de Hawaii, que fueron el patio trasero de su infancia y adolescencia, se habían superpoblado de surfistas, y había que buscar alternativas para descongestionar estos lugares.
El surf de olas grandes es un deporte de altísimo riesgo, que se lleva varias vidas por año. A Hamilton le preguntaron si se le había roto el termómetro interno para evaluar riesgos. El deportista estadounidense contestó que desde chico había sentido tantas veces terror en el mar que de alguna manera aprendió a relacionarse con el miedo, y a usarlo en su provecho.
En su libro “Peak Performance”, Brad Stulberg conversó con el campeón mundial de surf Nic Lamb, quien le contó que una de sus claves mentales pasaba por aprender a “sentirse cómodo en la incomodidad”, al igual que le sucede a Hamilton. Esta zona no es naturalmente agradable para nadie, pero puede entrenarse “estirando” la rutina deportiva más allá de los preconceptos, “eligiendo decir que ‘sí’ cuando nuestro cuerpo y mente dicen que ‘no”, sostiene Lamb. Hay mucha evidencia científica en psicología que muestra cómo el autocontrol se puede ejercitar como un músculo, y que esto puede empezar con la rutina física pero se traslada en forma muy directa a nuestro trabajo cognitivo.
Los relatos de surfistas y los de alpinistas extremos son los favoritos de los estudiosos del proceso psicológico que se conoce como “flujo”, o el “entrar en la zona” para el deporte de alta competencia. Un estado donde el ego se suspende, el foco se vuelve extremo y la creatividad y la performance se multiplican. El motor de Hamilton fue su pasión: él y sus amigos pasaron años sin decirle a nadie sobre el surf con remolque –con un costo de oportunidad de millones de dólares- para poder disfrutar a solas de las olas de decenas de metros mar adentro.
Uno de los posteos más exitosos del divulgador e inversor Sahil Bloom habla justamente de “la mentalidad del surfer”. “Cuando un surfer agarra una buena ola, disfruta plenamente el momento, aunque sabe que inevitablemente se va a terminar. Y saben en su rutina que más del 90% del tiempo que están en el mar no se subirán a olas, sino que bracearán y flotarán con mucha paciencia y sabiduría: paciencia y buen posicionamiento es lo que importa”, sostiene Bloom, en una lección que vale para el surf y para cualquier actividad.
Stulberg llama también a enfocarse más en los procesos que en los resultados. “Los logros suelen ser un combustible motivacional, pero a menudo ponemos demasiado énfasis en ellos –que pueden incluir una cuota de azar importante- y no en los pasos incrementales que conllevan el proceso”, sostiene. Ello lleva a tolerar mejor el fracaso y a mantener las pasiones en estado de armonía y no de forma obsesiva.
Hamilton siempre estuvo consciente de esta dinámica y huyó de la competencia de alta exposición y de los flashes comerciales: sólo aceptó un contrato de modelaje y participar en una película icónica del género, “North Shore” antes de los 20 años, para ganar algo de plata que le permitiera seguir surfeando tranquilo. Hoy a los 60 es toda una leyenda, y sigue disfrutando más que nada de nadar mar adentro para surfear las olas más altas y peligrosas que jamás haya domado un ser humano.
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