Ana Ibáñez, experta en neurociencia, asegura que se pueden reprogramar las conexiones neuronales para vivir mejor
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¿Se puede entrenar el cerebro para vivir mejor? ¿Puedo modificar mi humor y eliminar mis inseguridades? ¿Puedo dejar de ser tímido cambiando la manera en la que gestiono mis emociones? Con estas preguntas Ana Ibáñez, experta en neurociencia y entrenadora cerebral, inició su presentación del ciclo de charlas Aprendemos Juntos 2030, la plataforma de contenidos inspiradores del BBVA. Su respuesta a todos los interrogantes fue un rotundo y enfático sí. “Claro que podemos. Nuestro cerebro se entrena y podemos cambiar sus conexiones neuronales. Los medios para lograrlo ya están al alcance”, asegura.
Autora del libro Sorprende a tu mente: entrena tu cerebro y descubre el poder de transformar tu vida (2023), Ibáñez se dedica desde hace 15 años a la neurociencia aplicada, ayudando a las personas a entrenar su cerebro para mejorar su rendimiento, combatir el estrés y la ansiedad y afrontar mejor los cambios y desafíos propios de la vida.
“Existen entrenamientos cerebrales para cambiar cómo pensamos, cómo nos sentimos, qué hacemos y, en definitiva, para vivir mejor”, indica. “El comprender que nuestro cerebro tiene un grado de evolución menor al que nosotros necesitamos hoy en día es un punto de partida importante para saber que nosotros tenemos que programar nuestro cerebro para que nos de aquello que de manera natural no nos da”.
Ibáñez explica que, biológicamente, el cerebro del hombre está formateado con una prioridad por sobre todas las demás: “defendernos de las amenazas”, lo cual impide que uno pueda aprovechar las múltiples oportunidades relacionadas con el crecimiento personal, la novedad y la satisfacción plena.
“Nuestro cerebro está programado para hacernos sentir miedo ante cualquier situación cuyo resultado no sea identificable. En el día a día nos pasa todo el tiempo: con la entrega de un proyecto, un cambio profesional, exámenes, una situación personal. Todos son ejemplos de amenazas para nuestro cerebro, porque le exigen hacer algo cuyo desenlace no puede anticipar”, dilucida, y cita a Aristóteles para concluir la idea: “El miedo no es sino la anticipación del sufrimiento por que algo salga mal”. Sin embargo, continúa, “La mayoría de las veces, las cosas no salen mal”.
Miedo y recompensa
Ibáñez expone que existen dos grandes circuitos cerebrales: uno tiene que ver con el miedo, que defiende a uno frente a posibles amenazas; y el otro relacionado con la recompensa, que visualiza los beneficios de intentar cosas. Este último, amplía, se activa una vez que uno adquiere la capacidad de calmar el cerebro y desactivar –por lo menos parcialmente–, el circuito de alarma. “De esta manera se pueden conectar las áreas de nuestro córtex prefrontal, que es donde está el circuito de las oportunidades”.
Para esto, la neurocientífica desarrolla en el concepto de la incomodidad. “La incomodidad hace que el cerebro genere una neuroquímica que facilita atravesar el miedo”, dice. En otras palabras: el estrés es necesario para hacer algo nuevo o fuera de la regla.
“Nuestro cerebro se reprograma y desarrolla cuando lo forzamos a ir a un lugar incómodo. Es ahí en donde empiezan a pasar cosas”. Ibáñez hace referencia a un estudio de la Universidad de Harvard mediante el cual se demostró que, cuando uno le da un significado positivo a síntomas naturalmente asociados con sentimientos negativos –como una respiración acelerada o un corazón latiendo fuerte– el cerebro, en lugar de interpretarlos como un acto de supervivencia, los entiende como un acto de poder. “Es una forma de reprogramar el cerebro y darle un significado distinto al estrés”.
En este sentido, Ibáñez habla de dos tipos de estrés: el estrés positivo, llamado “eustrés”, y el estrés negativo, llamado “distrés”.
“Hay dos variables que es necesario que estén presentes para que nuestro estrés se mantenga positivo, para que sea eustrés. La primera es tener en claro cuáles son los beneficios detrás del estrés que estamos sintiendo”, dilucida. “¿A dónde me lleva? ¿Qué gano poniéndome fuera de mi zona de confort?”.
La segunda, por su parte, es la limitación del tiempo en el que uno se somete al estrés. “No hay ningún estrés positivo que alargado en el tiempo pueda seguir siéndolo”, advierte la especialista. “Pero si mantenemos el estrés dentro de un periodo determinado de tiempo y el cerebro lo sabe, entonces el estrés sí puede ser positivo. Necesitamos saber que la situación incómoda va a durar una determinada cantidad de horas, días o meses, pero saber que va a tener un fin”.
Para Ibáñez el entrenamiento cerebral es, en muchos sentidos, el futuro del desarrollo humano. “Cada uno de nosotros es capaz de hacer algo a nivel cerebral –mediante ejercicios– para poder brillar con las habilidades que tenemos pero que quizás no demostramos tener”, finaliza.
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