El alemán Bert Hellinger realizó en Buenos Aires una demostración de su singular terapia familiar
Somos unas cien personas, participando de un encuentro con el terapeuta alemán Bert Hellinger. Este ex sacerdote católico, de 73 años, trabaja con constelaciones familiares, una modalidad terapéutica que implica ubicar virtualmente en un espacio a cada integrante de una familia -abarcando, incluso, varias generaciones- para que entre ellos brote casi sin palabras ni acciones la claridad de un amor sanador, que los alivie del dolor, la culpa, la enfermedad y el desencuentro.
La mujer, de unos 50 años, sube al escenario. Expresa preocupación por sus dos hijos varones.
En la visión de Hellinger, muchos hechos trágicos ocurridos en una familia (muertes prematuras, accidentes, graves patologías, suicidios, exclusión o marginación de algún integrante) quedan grabados en lo que él llama el alma grande, que reúne a esa red familiar, y es posible que futuros descendientes intenten expiar esos infortunios, sufriéndolos de alguna manera en carne propia. Estos enredos inconscientes, que a menudo se transmiten a través de varias generaciones, originan según Hellinger mucho del sufrimiento y la incomprensión, a veces inexplicables, en el seno de las familias.
La mujer cuenta que una tía suya se suicidó muy joven, dejando dos niñas pequeñas, y que un hermano de su esposo también murió joven, en una operación. Hace un tiempo, su marido sufrió un problema cerebral, y ha quedado con lesiones. Los dos varones llegaron luego de 6 embarazos perdidos (uno de mellizos) en el sexto mes de gestación. Eran 7 niñas.
Bert Hellinger escucha con atención el testimonio, traducido del castellano al alemán por la amable Ruth. Entonces, invita a la mujer a elegir a cuatro personas entre los asistentes (a quienes no debe conocer), para que representen sobre el escenario los papeles de sus dos hijos, su esposo y a ella misma. Una vez seleccionados, el terapeuta le solicita que los acomode de la manera que desee, guiándose simplemente por su intuición. Y a partir de allí algo casi mágico y difícil de comunicar sucede entre quienes realizan y observan la constelación.
Lugares y sentimientos
Nadie tiene un libreto que debe repetir. Lo único importante es la percepción que cada uno tiene en el lugar que se le asignó.
Hellinger se limita a preguntar a cada persona cómo se siente. Así, quienes hacen de hijos manifiestan que la presencia de la madre cerca de ellos es muy fuerte. Quien representa al marido, en cambio, afirma que la distancia de su esposa lo tranquiliza, pero que está triste y tiene frío.
El terapeuta alemán advierte que en esta familia faltan más integrantes. Entonces elige al azar 7 mujeres. Se ubican frente a la mujer y a quien representa a su marido. La pareja, que en realidad no se conoce, llora, se abraza y consuela. El trabajo del terapeuta hizo que delante de ellos estén las 7 hijas que perdieron. El muchacho que hace de hijo menor empieza a temblar.
Por primera vez, la mujer, el marido y los 9 hijos se encuentran y hablan. Son frases cortas y sencillas, que Hellinger les hace repetir como si fueran oraciones sagradas. Son palabras que sanarán el amor que se sienten. Porque, según el terapeuta, hay un amor que enferma y un amor que sana.
Así, surgen sentimientos hasta ahora no expresados. La mujer ha muerto un poco con cada hija perdida, y su aparente temor por sus hijos vivientes no es más que la secreta necesidad de seguir a esas niñas que se fueron. Pero el terapeuta le hace repetir palabras nuevas, que la alivian. Los hijos sienten culpa, convencidos de que ellos llegaron al mundo porque sus hermanas no lo hicieron.
Ordenes del amor
El sentimiento de culpa, en la visión de Bert Hellinger, es parte del amor que daña. El terapeuta da distintos ejemplos de familias inmovilizadas por un amor negativo. Por ejemplo, familias con un hijo discapacitado, en cuyo seno quizás el resto de los hermanos no se atreve a vivir una vida a pleno; hijos que han visto morir de dolorosas enfermedades al padre o a la madre, secretamente repitieron ese ojalá fuera yo en lugar de vos y terminaron enfermándose; hijos que ven sufrir a los padres y no pueden ser felices.
El terapeuta alemán estudió filosofía, teología y pedagogía. Durante 16 años, mientras era misionero de una orden católica, dirigió escuelas secundarias zulúes, en Sudáfrica. Luego se alejó de la religión ("fue un ciclo cumplido", justifica escuetamente), y se dedicó al psicoanálisis, la dinámica de grupo, la terapia primaria, el análisis transaccional y la hipnoterapia.
Después, llegaría su trabajo específico con familias. Para Hellinger, muchos comportamientos y sentimientos no se explican a través de la situación actual de una persona, sino que se remontan a sucesos en su familia de origen, a vivencias de sus padres o antepasados aún más lejanos. Luego de muchísimos años de observación, Hellinger asegura haber descubierto las leyes que explican las identificaciones e implicancias trágicas entre los miembros de una familia, que él llama órdenes del amor . Si esos órdenes, alterados, son restablecidos, los integrantes de una familia pueden encontrar caminos para liberarse de muchos problemas.
Escribió 14 libros en alemán, todos traducidos al inglés, y este año se editó su primer trabajo en castellano, Felicidad dual (Editorial Herder).
En su país, trabaja en el nivel privado. Generalmente son reuniones intensivas que duran 3 días; los asistentes abonan 120 dólares. Algunos solicitan una constelación, otros comparten y miran. Ligados o no por las historias que se muestran, de todas maneras algo se moviliza y cambia.
En su experiencia, el trabajo con constelaciones familiares es especialmente útil en aquellas familias donde existen enfermedades como anorexia, depresión, cáncer, esquizofrenia, distintos tipos de discapacidad. También ha probado su eficacia en casos de adopción y de víctimas del Holocausto. El método es útil además luego de divorcios, cuando se forman familias nuevas y a menudo cuesta ubicar en un lugar a los cónyuges anteriores. Casado y sin hijos, él dice que un desafío que todos debemos realizar es ser capaces de honrar a los padres."Los hijos no deben juzgar a sus padres -dice-. Convertirse en padre o madre no depende de cualidades morales. Desde este punto de vista no hay padres buenos o malos. Honrando a los padres, algo se arregla en las profundidades del alma. Debemos poder honrarlos porque ellos nos han dado la vida."
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