Aprender a postergar, no correr y revisar las expectativas y las creencias, entre las sugerencias
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Los seres humanos pasamos momentos claves en el ámbito de la familia pequeña, en el que se gestan y fortalecen los vínculos, y la seguridad, la confianza y la autoestima de los hijos. Ese tiempo que pasamos juntos es tanto una oportunidad maravillosa como una enorme responsabilidad para los adultos a cargo.
Para lograrlo es fundamental que predomine en nuestras casas el clima de bienestar, que intentemos que nuestro hogar sea un lugar seguro donde todos nos sentimos cómodos, donde podemos pedir ayuda, mostrarnos vulnerables, confiar, y también descansar, disfrutar, aprender.
No significa que los integrantes de la familia nunca nos enojemos, o discutamos, sino que eso no ocurra todo el tiempo, y que en cambio predominen el respeto, la confianza, la empatía, el agradecimiento, el buen humor, la sonrisa, y nuestra disponibilidad y amor incondicional adulto, en lugar de los retos, el miedo, las amenazas, las críticas, la desilusión, la irritación, los reclamos, las comparaciones o las acusaciones.
El bienestar de la familia entera depende del de los adultos a cargo y a menudo, en aras de nuestras responsabilidades, urgencias, y problemas, nos cuesta encontrar un equilibrio y tomar decisiones adecuadas, que no vengan de la frustración, el agotamiento, o la culpa. No siempre se puede, por lo que hay que cuidar energías de modo de tener reservas para los momentos difíciles.
Aprendamos a cuidarnos a nosotros mismos y a nuestra pareja para poder seguir cuidando y para llegar a las últimas horas del día con energía disponible y deseos de estar en casa.
Eso significa aprender a decir que no, tomarnos ratos cortos para reponernos y llegar mejor al final del día. En nuestro afán de cumplir y hacer todo lo que es importante podemos olvidar que somos prioridad para nosotros mismos y que lo mejor que les puede pasar a nuestros hijos es que sus padres estén bien y contentos.
Algunos cambios
¿Qué podemos hacer para lograrlo?
Elijamos nuestras prioridades, de acuerdo a la edad y maduración de nuestros hijos: a veces resolvemos automáticamente, o por costumbre, o sin estar atentos al contexto o a nuestras reales posibilidades del momento; y entonces hacemos, o exigimos, cosas que podríamos dejar pasar: por ejemplo, pretender tener la casa o nuestra ropa impecable con chicos chiquitos es agotador… ¡e innecesario!
Revisemos nuestras expectativas, y exigencias, tanto las personales como hacia nuestros hijos, viendo a cuáles podríamos renunciar y cuáles podrían ser para otro momento de la vida.
Aprendamos a postergar: la época de crianza no es larga (aunque en el momento lo parezca) y ya volveremos a tener tiempo para otros temas como estudiar, hacer mucha vida social o deportes.
En las pequeñas cosas de todos los días tratemos de no correr y de hacerlas con tiempo: es preferible dormir un rato menos para no estar a las corridas y a los gritos a la mañana, ya que con el sello de ese rato compartido es que nos despedimos para salir al mundo exterior y no volveremos a encontrarnos hasta varias horas más tarde. Lo mismo pasa en las últimas horas del día: es más fácil irnos a la cama en un clima cordial y a los chicos les cuesta menos conciliar el sueño.
Creemos hábitos y rituales para que las cosas sean iguales, o parecidas, todos los días y no tengamos que discutir tanto por cada tema, por ejemplo, los horarios de tareas, de baño, de pantallas y las responsabilidades de cada uno. Los primeros días cuesta instalarlos, hasta que después solo queda recordarles sin enojarnos (son chicos y se olvidan, o tratan de zafar, igual que nosotros de chicos). Así ellos saben a qué atenerse y lo que esperamos de ellos, y créase o no ¡piden menos!
Hagamos comentarios sobre las acciones de nuestros seres queridos (“tené cuidado cuando caminás con un vaso de vidrio en la mano”) en lugar de juicios sobre las personas (“sos torpe”).
Estemos atentos a resaltar lo bueno de cada momento en lugar de, por lo menos antes de criticar, lo que no está bien.
Ofrezcamos todos los días encuentros cortos de calidad a nuestros hijos, tiempo y presencia que les dan seguridad y confianza en nuestro amor por ellos.
Estas propuestas seguramente impliquen hacer cambios en relación con la forma en que nosotros fuimos educados, para lo que tendremos que recordar, revisar, evaluar, de modo de poder sostener algunas prácticas y cambiar otras que, mirando hacia atrás, nos damos cuenta que no nos gustaban de nuestra casa.
Así no sólo logramos un clima de bienestar en casa sino que además con nuestro ejemplo les enseñamos a nuestros hijos a cuidarse y respetarse ahora y también cuando crezcan, que llegar a ser adultos es una meta deseable y no una pesadilla.