Es necesario buscar la verdadera felicidad, que no sea una carrera para ganar cada vez más y darles a nuestros hijos cada vez más
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Todos los padres del mundo deseamos que nuestros hijos sean felices. El gran tema es cómo lograrlo. Muchas veces hablé de la importancia de que nuestros chicos se fortalezcan para tolerar situaciones difíciles y niveles de estrés más altos a medida que crecen, y del valor para lograrlo. De acompañarlos a esperar, a frustrarse, a esforzarse a buscar lo que quieren, y también en los inevitables dolores y contratiempos de sus vidas. Así tendrán un yo fuerte y recursos con el que podrán ser felices a pesar de circunstancias adversas y no porque nosotros les sacamos las piedras del camino. Porque no siempre vamos a estar junto a ellos.
Entre los factores que atentan contra esta tarea ineludible de los padres –y que puede distraernos de nuestro objetivo– está la sociedad de consumo, que a menudo digita nuestras decisiones y acciones como un titiritero a su muñeco. Si esto nos ocurre a nosotros, adultos pensantes y con experiencia de vida, ¡cómo no va hacer lo mismo con nuestros chicos! quienes por falta de experiencia compran con facilidad piedritas de colores creyendo que son diamantes.
Muchas veces se hace de forma subliminal, sin que nos demos cuenta de que está ocurriendo, por lo que tampoco podemos defendernos de ese silencioso “lavado de cerebro” que nos lleva a buscar la felicidad satisfaciendo necesidades que no son tales sino simplemente deseos. A creer que el hacer y el tener son fundamentales para lograrlo, distrayéndonos de nuestro verdadero ser. La sociedad de consumo nos seduce, nos invita, nos empuja a comprar y gastar lo que tenemos y también lo que no tenemos (con tarjetas de crédito o tomando créditos a largo plazo).
Su objetivo no es la felicidad ni el bienestar nuestros ni de nuestros hijos sino aumentar el consumo. Su influencia fue creciendo lentamente sin que fuéramos conscientes, con enorme apoyo de publicidades, pantallas y redes, los mejores socios posibles para alcanzarlo, y nos dejamos convencer de que sólo así se puede ser feliz.
A cada paso nos muestran objetos, viajes, y todo tipo de estímulos, e insisten hasta que nos atrapan. No es sencillo conservar el buen criterio ante ese bombardeo de estímulos estudiados y planeados con los que nos invaden.
Surgieron los adolescentes y niños como un nuevo mercado en el que los padres gastan mucho, más que en ellos mismos, por eso apuntan hacia ellos. Y para atraerlos usan todos los medios disponibles, que hoy son muy variados y atractivos.
¡Qué importante es no dejarnos llevar! Recuperar nuestro pensamiento crítico y nuestro criterio personal y despertarlo en los chicos. Estamos en la mejor posición para lograrlo porque somos un faro para ellos, confían en nosotros y en nuestra forma de pensar y actuar, por eso nos imitan y también nos preguntan.
Servidumbre voluntaria
Hasta la adolescencia tenemos tiempo de acompañarlos a reconocer las muchas formas en que la sociedad se ocupa de convencernos. Y más allá de la adolescencia seguimos influyendo con nuestras acciones y actitudes, pese a que los adolescentes prefieren creer que no nos escuchan y que son libres en sus pensamientos y decisiones. Se trata no solo de abrir sus ojos sino de no dejarnos embaucar por esa misma sociedad.
Dice Zygmunt Bauman: “En la sociedades opulentas el trabajo del maestro se desvaloriza con frecuencia porque, en los países más ricos esta inversión en los propios hijos, que es a largo plazo, requeriría una participación activa que los padres, demasiado ocupados y atrapados en la trampa del consumo, no están dispuestos a hacer. Y entonces hacen regalos a sus hijos para reemplazar su presencia, pero hace falta ganar más dinero para comprarlos y eso les lleva más tiempo y los aleja de sus hijos y se arma un círculo vicioso del que es muy difícil salir salvo que estemos muy atentos y dispuestos a hacer algo diferente”.
Bauman continúa: “La sumisión a las tentaciones de consumo es un acto de servidumbre voluntaria. Y esto es lo que, quizás, convierta la trampa en algo excepcionalmente difícil de resistir, y aún más difícil de desactivar. Después de todo una vida de consumo se vive como una suprema expresión de autonomía, de autenticidad y de autoafirmación. Y estos son los atributos sine qua non de un sujeto soberano”.
Estemos atentos para no entrar en ese “acto de servidumbre voluntaria”, elijamos para nosotros y para nuestros hijos una forma de buscar la verdadera felicidad, que no sea una carrera para ganar cada vez más y darles a nuestros hijos cada vez más, pero pasando cada vez menos tiempo con ellos. Ellos necesitan para fortalecerse nuestro acompañamiento y presencia y no nuestros presentes (regalos) pese a que ellos, por influencia del entorno, puedan creer lo contrario.