El procesamiento de las cosas vividas sucede en los niños fundamentalmente a través del juego. Como cuando la madre llega a casa del hospital con el bebé que acaba de nacer y el hermanito o hermanita mayor pasea a su propio bebé de juguete por la casa, o le da de mamar (¡sí, los varones chiquitos no saben que sólo las mujeres pueden dar de mamar!) y le cambia los pañales. Vemos en ese ejemplo cómo va identificándose con el adulto y empezando a descubrir por ese camino de qué se trata ser madre o padre. En otro momento reta a su muñeco y lo pone en penitencia, en ese caso toma el lugar del adulto que reta, y se convierte él en "victimario" procesando todas las veces en las que sus padres lo retaron a él. En otros casos lo tira al piso o lo deja abandonado en otro cuarto: le hace a su bebé de juguete lo que por momentos tiene ganas de hacerle al hermanito nuevo. Aunque parezca absurdo, hacérselo al bebé de juguete protege al hermanito real porque se saca el enojo jugando y después puede acercarse con amor (o con menos enojo) al bebé.
Varones y niñas juegan: la mayor parte de las veces lo hacen sólo por placer, por diversión, para experimentar, investigar, aprender. Pero también al hacerlo procesan, se alivian, repiten para entender, se curan a sí mismos haciendo aquello que les hace bien sin darse cuenta de que se están autocurando.
Hoy la sociedad no favorece ese juego de representación -simbólico, de roles- que resulta tan sanador. Desde muy chiquitos los niños están metidos en las pantallas; muchos padres, muy ocupados, no tienen conciencia de la importancia para el desarrollo sano de sus hijos de favorecer ese tipo de juegos. Por otro lado, en los últimos años, por la temprana escolarización, se adelantó el juego de competencia. Muchos niños no "descubrieron" el juego de roles o la etapa de ese tipo de juegos fue muy corta. Hoy veo en las consultas que esa falta está teniendo consecuencias durante la cuarentena, porque carecen de ese recurso increíble para aliviar o curar sus enojos, preocupaciones, miedos, ansiedades.
A esto se suma otro tema que quizás sirva para entender lo que se ve en las consultas: que los varones en general lo pasan peor que las niñas durante la cuarentena. Desde pequeños, se perfilan algunos niños como más activos y otros como más reflexivos. A los más activos (muchos varones, pero también niñas) les gusta estar afuera, patear una pelota, correr, transpirar, y cuando entran prefieren los jueguitos de la computadora al juego simbólico o de representación. Incluso muchos varones fueron dejando de hacer esos juegos, que sí les gustaban de más chiquitos, por alguna burla o comentario de un compañero, o hermano, incluso de algún adulto que lo inhibió para seguir jugando. El problema es que durante la cuarentena no pueden salir y descargar no sólo energía sino también emociones a través de esa acción. Estos niños "de acción" al crecer a menudo siguen conectándose a través del hacer y no tanto del tan terapéutico conversar.
En cambio, en general las niñas empiezan -¿o les enseñamos?- desde muy chicas a jugar a la mamá, a la maestra, al doctor, y hoy vemos a muchas de ellas felices procesando a través del juego y la charla los temas que las inquietan. Al crecer, cuando dejan de jugar, las chicas tienden a usar las pantallas para interactuar y conversar, y necesitan menos los juegos electrónicos como intermediarios. Pasan de procesar a través del juego a hacerlo a través de la conversación.
Paradójicamente, esto que en la infancia facilita el proceso para muchas niñas, en el caso de las mujeres mayores suma más estrés, porque tenemos un compromiso personal mayor con las tareas de sostén del hogar. Y las estadísticas empiezan a mostrar que estamos más estresadas en la cuarentena. Qué importante es entonces que estimulemos tanto a varones como a niñas para jueguen a juegos de roles y para moverse y jugar a juegos más físicos.
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