Cuentos, canciones y juegos tradicionales los ayudan a aprender, establecer relaciones sociales, experimentar, investigar, crear, ensayar temas de grandes y repetir cosas que los angustian
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Hace muchos años los temas se transmitían oralmente con juegos, cuentos y canciones, a veces dibujos, en los que se expresaban cuestiones importantes, valores culturales, espirituales y morales de cada época. Así hoy tenemos un bagaje riquísimo de juegos, cuentos, mitos, fábulas, obras de arte, canciones, celebraciones tradicionales y rituales que en muchas ocasiones siguen usándose para destacar momentos vitales, o para entender o procesar problemas. Nuestra cultura actual, que tiende a descartar el valor del pasado, puede desperdiciar ese material para nuestro desarrollo y el de nuestros hijos.
Con el avance de la escolarización más temprana, de la competencia en el juego, y de las pantallas en las casas, los chicos cada vez juegan menos y durante menos tiempo, incluso dejan de hacerlo a edades cada vez menores. Y también leen menos, y les contamos menos cuentos.
¡Las pantallas atrapan tanto! y además son niñeras de lujo: los chicos están entretenidos, no se pelean entre ellos, no nos reclaman que pasemos tiempo con ellos, se quedan quietos, no corren riesgos. Pero salen de ellas muy alterados; solemos creer que es porque su adicción los hace enojarse cuando les pedimos que las apaguen, pero eso es solo una pequeña parte de la verdad. Frente a la pantalla dejan de moverse, de elaborar los hechos vividos, se estresan, compiten, ya sea entre ellos o con ellos mismos, y no juegan de una forma que los ayude a elaborar.
Al igual que muchos animales, prácticamente desde que nace, el cachorro humano juega: así se divierte, aprende, establece relaciones sociales, experimenta, investiga, crea, ensaya temas de grandes, repite cosas que lo angustian “haciendo activamente lo que quizás sufrió pasivamente”, como nos enseñó Sigmund Freud; así el niño convierte en juego una experiencia dolorosa y la repite poniéndose él en un rol activo.
Todos los niños poseen esa potencialidad. Sólo hacen falta un ambiente que lo favorezca, tiempo libre, confianza y seguridad.
Es tarea adulta el facilitar el juego cuando no ocurre. En generaciones anteriores no era tan necesario, los estímulos externos eran pocos, la escolarización empezaba a edades mayores, no había tantas pantallas y los chicos se aburrían por lo que ellos mismos tenían la iniciativa de jugar, dibujar, leer y descubrir distintas formas para entretenerse.
Nuestros padres no jugaban mucho con nosotros, estaban ocupados con temas “difíciles”, “serios” y “de personas grandes”, pero los chicos teníamos varios hermanos, o vivíamos cerca de primos, y seguramente estábamos rodeados de otros chicos, porque la calle era el lugar de los chicos, y no el lugar peligroso a donde ya no pueden salir solos. Los más grandes les enseñaban a los más chicos, y así fueron pasando y enriqueciéndose juegos, historias y canciones de generación en generación.
En otras generaciones los adultos antes leían mucho, ¡y contaban cuentos a los chicos!, tenían más tiempo libre, sin tantas horas de trabajo ni teléfono inteligente. Ellos acompañaban a sus hijos a la cama y les leían… y así favorecían la lectura. Y mucho más los abuelos, que tenemos una agenda muy activa que pocas veces nos permite hacerlo.
Vamos dejando de leerles cuentos, siempre ocupados con cosas “importantes”. Además a ellos no les resulta atractivo el libro en comparación con la hiperestimulación que ofrecen las nuevas tecnologías o el deporte competitivo. Aunque por suerte el libro suele venir acompañado –y esto lo hace muy tentador– de un adulto muy querido, ya sea mamá, papá o una abuela, que ofrece pasar un rato con ellos entrando a ese mundo mágico de los cuentos, un ofrecimiento que sigue resultando fascinante a muchos chicos.
Busquemos encontrar un equilibrio, de modo que los chicos puedan aprovechar la sabiduría ancestral que está en cuentos, canciones y juegos tradicionales. No es por casualidad que perduraron a lo largo de los años y sumemos también juegos, historias y canciones nuevas. No le quitemos a la infancia esa magia tan especial en la que todavía nos sumergimos los adultos cuando empieza el “había una vez”, ante el grito de “pido” o “piedra libre”, “juguemos a la maestra” o “¿dale que éramos princesas?”.
Con Sofía Chas publicamos el libro Un ratito más, en el que hablamos de estos temas y también les enseñamos a las familias a hacer sus propios cuentos “a medida” para resolver problemas o entender cuestiones difíciles para los chicos. Cuántas veces dijimos “¿me puedo quedar jugando un ratito más?” o “¿me podés leer un ratito más?, mágica frase que nos lleva en un viaje instantáneo a nuestra propia infancia y al placer que sentíamos al jugar, dibujar, leer, armar un teatro y vender entradas a tíos y abuelos. ¡Y qué bien lo pasábamos!
*Por Maritchu Seitún, psicóloga especializada en crianza