La estimulación en los primeros años de vida es la clave para sentar las bases de una óptima y futura salud mental
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Diversas investigaciones han demostrado que, durante los primeros años de vida, se establecen las bases de la salud mental, el bienestar y el aprendizaje futuro de los niños. En esta etapa, los más jóvenes tienen la capacidad de incorporar con mayor facilidad distintos tipos de habilidades, con lo cual, el rol de padres, familiares o aquellos responsables de la crianza, es fundamental.
Las personas que están a cargo de la crianza son muy importantes para promover experiencias tempranas que enriquecerán las capacidades cognitivas, afectivas y lingüísticas de los niños. En los primeros años, especialmente entre los cero y tres, el cerebro infantil es como una arcilla moldeable, siendo este un momento ideal para generar todas las conexiones necesarias para un crecimiento saludable desde la niñez a la vida adulta.
Tal es así, que el desarrollo de los primeros años de vida tendrá impacto, por ejemplo, en el desempeño en la escuela o incluso en las posibilidades laborales en un futuro. Por ello es que se distinguen distintos tipos de desarrollo claves en esta etapa:
El desarrollo cognitivo, el cual incluye la consolidación de diversas capacidades de percepción, movimiento, pensamiento, organización, planificación y toma de decisiones. La evidencia científica demuestra que, para que estas habilidades se desarrollen propiciamente, los niños necesitan que los cuidadores les hablen, les canten, los miren, les respondan, contengan cuando lloran y jueguen con ellos. Un juguete es cualquier objeto con distintos colores, texturas y formas, que produzca sonidos, que pueda apilarse, agruparse, abrirse y cerrarse.
Además, los más chicos necesitan rutinas organizadas para las actividades principales de cada día, que se les dé instrucciones breves, claras y precisas, así como también, ser elogiados cada vez que hacen algo correctamente o por primera vez.
Por otro lado, el desarrollo afectivo y social se relaciona con la manera que los niños aprenden a expresar y controlar sus emociones, entender las de los demás y relacionarse con otras personas. La evidencia científica ha mostrado que, para potenciar este proceso, los chicos necesitan que se les demuestre amor, que se les brinde atención, comprensión, y que los adultos les muestren aceptación así desarrollan la confianza en sus fortalezas.
Por último, el desarrollo lingüístico y comunicativo abarca la adquisición de las capacidades para reconocer y producir sonidos del habla, comprender las palabras y producir gestos significativos. En este sentido, las investigaciones demuestran que mantener una conversación con el niño, que se les nombren los objetos y personas dentro y fuera del hogar, que aprovechen las situaciones cotidianas para decir palabras nuevas y conocidas, que los motiven y feliciten cuando usan correctamente una palabra, estimula el desarrollo del lenguaje con intención comunicativa.
Las experiencias científicas de diferentes comunidades demuestran que las poblaciones en las que no se ha puesto el énfasis en la comunicación, el desarrollo del lenguaje, la capacidad de comunicar el afecto, o de desarrollar pautas de juego adecuadas para cada edad, es decir que no invierte el tiempo y la energía en el desarrollo de los primeros años de vida, están desinvirtiendo en el futuro potencial cognitivo de esa población.
Investigaciones realizadas en distintos países del mundo mostraron que apoyar a los responsables de la crianza facilitando prácticas y herramientas es muy efectivo para favorecer el desarrollo de niños especialmente aquellos que poseen menos recursos o que crecen en contextos de pobreza.
Andrea Abadi es Directora del Departamento Infanto Juvenil de INECO