Los pinos romanos aparecen como manchones verdes por la ciudad y sus alrededores; los pinus pinea son una especie milenaria originaria del norte de África
- 5 minutos de lectura'
Todos, cuando niños, hemos sido enviados a buscar piñas. Para empezar el fuego de un asado, el de una chimenea o para avivar una fogata. Un encargo que no se sabía si era una verdadera necesidad o simplemente una forma de inventarnos una distracción, asignarnos una tarea y alejarnos por un rato para vivir sus vidas de gente grande.
Como fuera, allí partíamos con canastas en búsqueda de las piñas en una suerte de caza de huevos de Pascua, salvo que estas no estaban tan escondidas: solo había que detectarlas. Es sabido que son buenas con el camuflaje y se pierden un poco entre las espinas secas que se acumulan en la base de los pinos donde nunca crece bien el pasto: suelen anidar en esos manchones amarronados en medio del verde. Casi como la pisada de Othar, el caballo de Atila, rey de los Hunos, salvo que aquí se trata de una sustancia que producen los propios árboles y se convierte en un herbicida natural que no permite que germinen las semillas de otras especies.
Las piñas secas se apilan en el centro (dos o tres serán suficientes), alrededor, dejando espacio para que entre aire y el fuego no se ahogue, irán maderas secas y palitos. Una vez encendidas y con el fuego ya ardiendo, habrá que esperar un rato a que el fuego despida ese clásico perfume de las piñas quemándose.
Si alguien me pidiera lo primero que me viene a la mente frente a la palabra Roma, podría responder con el Coliseo, o tal vez con el Panteón (mi lugar favorito en toda la ciudad), acaso algún maravilloso plato de pastas. Pero no: si pienso en Roma, lo primero son sus árboles, sus emblemáticos pinos. Los pinus pinea también llamados pinos piñoneros, pinos sombrilla en algunos idiomas o simplemente pinos romanos son una especie milenaria originaria del norte de África y, gracias a los etruscos que los trajeron, con residencia permanente en Roma desde hace siglos.
A ambos lados de la Vía de los Foros Imperiales, adornando la Vía Appia, en la plaza con forma de estrella donde está emplazado el Castel Sant’Angelo o revelando entre sus ramas la cúpula de la basílica de San Pedro en el Vaticano, los pinos romanos aparecen como manchones verdes por la ciudad y sus alrededores.
Locales y extranjeros se han detenido en su belleza desde siempre. El pintor británico J. M. W. Turner decidió, por ejemplo, colocar un pino en su obra Roma desde el Aventino, que es justamente eso: una vista de la ciudad desde una de sus siete colinas, con el río Tíber haciendo una “S” que se pierde en el horizonte en un atardecer, y a la derecha de la composición, un pinus pinea contemplando la escena como un protagonista. Algunos expertos sostienen que el árbol no era parte del paisaje original que estaba retratando Turner, pero que quiso colocarlo allí para que nadie tuviese dudas de que se trataba de Roma. Imaginario o no, el árbol con su largo tronco, que puede superar los cincuenta metros de altura, y una copa de una forma tan particular que el hijo de una amiga asegura que se parece al brócoli, ha sido por siglos marca registrada de la ciudad eterna.
Entre sus copas se esconderán piñas que al tercer año madurarán unos piñones carnosos repletos de sabor a los que el poeta romano Ovidio en su Ars Amatoria (una compilación de consejos didácticos para, como su nombre en latín indica, el “arte de amar”) les ha atribuido propiedades afrodisíacas. Sin extenderse en asuntos de la carne pero sí en el placer, los italianos, que todo lo que tocan lo convierten en delicia, agregarán los piñones a un tradicional pesto genovés junto a cantidades de albahaca fresca y perfumada, oliva extra virgen, unos dientes de ajo, parmigiano reggiano y pecorino sardo. Todo con una pizca de sal gruesa y trabajado a mano en un mortero. El amasado de las pastas es otro asunto.
El propio Benito Mussolini también les rendirá tributo a los pinus pinea y hará que los planten a ambos lados de la Vía de los Foros Imperiales, la avenida que lleva desde Piazza Venezia al mismísimo Coliseo. Pero también aparecen como pinceladas de verde en el paisaje color tierra del Foro Romano y en el Palatino, uno de las rincones más antiguos del Imperio que albergaba la cueva del Lupercal donde la mitología cuenta fueron encontrados los gemelos Rómulo y Remo, amamantados por una loba y fundadores de la ciudad.
Desde 2018 Roma libra una batalla contra un parásito mortal (no se trata del turismo) que amenaza con arrasar con los pinos centenarios. Los árboles, famosos por su capacidad de supervivencia para crecer en terrenos áridos y castigados por el sol como la capital italiana, han sido infectados por la cochinilla tortuga, una vil plaga norteamericana fácilmente transportable por el viento que llegó desde la vecina región de Campania y penetra la madera hasta matar al árbol en apenas dos o tres años.
Confío en que Roma sabrá defenderse y en que sus pinus pinea seguirán de pie para que podamos refugiarnos del sol ese día que tengamos la suerte de regresar. Y si no, como lo hizo Turner con su árbol imaginario, los colocaré uno a uno en el paisaje que recreo en mi cabeza cada que vez que quiero soñar con Roma y volver a verla.
Otras noticias de Roma
Más leídas de Salud
Caminata Central Oeste. Una jornada solidaria para toda la familia
Día Internacional del Cáncer de Pulmón. La importancia de la prevención y detección temprana de esta enfermedad
Horóscopo. Cómo será tu semana del 17 al 23 de noviembre de 2024
Para fanáticos de la diversidad marina. La isla holandesa que muestra otra cara del Caribe