El estrés permanente impacta en la salud física y psíquica de los argentinos; hay más consultas por enfermedades psicosomáticas, problemas para dormir e irritabilidad
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CÓRDOBA.- Vivir en la incertidumbre, con alta inflación, sin un horizonte claro de cuál es la salida, con una “luz al final del túnel”, tiene impacto en el bienestar físico y emocional. Más allá de que los médicos y psicólogos consultados por LA NACION coinciden en que los argentinos tienen “gimnasia” en surfear crisis, admiten que el estrés permanente hace mella en la salud.
Gustavo González, doctor en Psicología y titular del Observatorio de Psicología Aplicada (OPSA) de la UBA, describe que transcurre la vida “encerrados en un medio ambiente que poco tiene que ver con cómo se mira la vida desde otra latitud; es muy único, muy sui géneris. En otros países, no importa si desarrollados o no, no están hablando todo el día de política y economía, no es conversación permanente”.
Hace la pregunta inversa para tratar de encontrar la respuesta, ¿es posible tener cierto equilibrio en un ambiente así; es posible tener cierta felicidad y calidad de vida en un contexto como el argentino? “No. Sería un milagro”, sostiene.
Desde una mirada holística, el médico clínico Abelardo Yrigoyen, plantea que el hemisferio izquierdo del cerebro -que es el de la supervivencia- usa el miedo para garantizar su función: “El inconsciente no diferencia lo real de lo imaginario, por lo que ante cualquier idea o posibilidad que se genera se produce la misma emoción que si sucediera en verdad y, produce cortisol y adrenalina en exceso”.
“Si se mantiene 24 horas el estrés y la descarga de estas hormonas nos terminamos enfermando -agrega-. Vemos, entonces, muchas enfermedades psicosomáticas porque descompensamos el sistema de nuestra salud que está integrado por los sistemas psicológico, inmune, endocrino y neurológico”.
La pandemia del Covid-19 generó ansiedad y temor y, a ese escenario todavía caliente -y muchos en tratamientos por el impacto que les generó- se le agregó la vertiente emocional que implica que el dinero no alcance, que sea más difícil llegar a fin de mes. Los especialistas coinciden en que es más palpable la pregunta de “para qué”, los cuestionamientos de quienes tienen trabajo, dedican más horas, pero no logran cubrir los objetivos que tenían.
El psicólogo Diego Tachella marca una diferencia entre la actual crisis y la del 2001. En aquella, interpreta, el pedido era el que “se vayan todos” y ahora lo que ve es la “necesidad de descarga catártica que no arregla el problema pero es una forma de volcar el enojo”.
Señala que los argentinos en general tienen “varias crisis encima” y, por eso, aunque la inflación es un estresor a veces se gestiona mejor desde lo emocional porque “hay una dinámica aprendida”. De todos modos, entiende que es palpable la “necesidad de encontrar algo a lo que aferrarse y decir ‘esto sí funciona’”. A modo de ejemplo, menciona la condena a los asesinos de Fernando Báez Sosa: “Es tener, al menos por un rato, la certidumbre de que algo anda aunque lo disruptivo no tarda en reaparecer”.
El organismo “llora”
Alejandro Hershson, presidente de la Sociedad Argentina de Cardiología, sostiene que bajo condiciones de estrés permanente el organismo “llora por algún lado; puede ser gastritis, hipertensión, una taquicardia”.
Explica que hay quienes tienen una condición que los predispone a problemas cardíacos y, ante un factor que actúa como “gatillo”, registra un problema. Apunta que problemas como el de la inflación “no le tocan igual a todo el mundo; tiene que ver con las expectativas de cada uno; hay muchas subjetividades que entran en juego” pero advierte que -en el caso del corazón- un stress agudo permanente puede desencadenar inconvenientes. En línea con su especialidad, Hershson, define en que la Argentina el problema de la inflación y sus derivados ya constituyen un “cuadro crónico, no agudo. En todo caso, un crónico progresivo”.
El último informe sobre la salud mental de los argentinos realizado por el OPSA da cuenta de que 75,95% de 2295 consultados en los principales centros urbanos del país dice padecer alteraciones del sueño y el 54,55% considera que se encuentra atravesando una crisis. La económica, con 49,4%, quedó en el primer lugar, seguida por crisis caracterizadas como familiar, de pareja, vocacional, duelo, de identidad, por violencia de diferentes tipos. Los datos son similares a los del 2021 y siguen muy por arriba de los del 2020, en la pre pandemia.
Para tratar de mejorar, 40,4% afirma que dialoga con amigos; 22,6% reza; 22% busca asistencia psicológica 21,5% toma medicación; 18,2% hace deporte y 8,8% consume alcohol. Algo más de la mitad de quienes no realizan terapia afirman que la necesitarían pero tres de cada diez no pueden pagarla.
“Los argentinos estamos muy ‘terapizados’ -sostiene Tachella-. Tenemos incorporada a la terapia como un recurso, pero también aparecen cada vez más consultas a diferentes alternativas”. Plantea que “aparece la aceptación” de que hay cosas de que ya no serán iguales, de que hay objetivos que no se alcanzarán, y eso “angustia, descoloca”.
El malestar psicológico es multidimensional, insiste González, no solo se ancla en la marcha de la economía, sino en la inseguridad, en la imprevisibilidad y -especialmente en los segmentos medios y medio-altos- en la idea de que los hijos no alcanzarán el grado de desarrollo de sus padres. “La sensación de que no hay futuro”, sintetiza.
Para el psicólogo a ese combo en los últimos tiempos se le agregó “la anomia; la falta de reglas; la percepción de que los dirigentes están en otra cosa. La pregunta es ¿cómo nos van a poder ayudar, señalar un horizonte, sacar de esta incertidumbre si están todos peleándose? No es solamente enojo, es desilusión, desazón”.
Coincide con Tachella que, a medida que aumenta la frustración aumenta el enojo. “Bajan los mecanismos de freno respecto de las conductas agresivas; se pierde el eje con un cúmulo de preocupaciones y angustias que no se puede manejar”.
“La irritabilidad y el enojo permanente son síntomas que pueden reemplazar a la tristeza -aporta Tachella-. El que está deprimido perdió algo, real o imaginario; se puede perder una ilusión, una expectativa, una certidumbre”.
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