Transformar debilidades en fortalezas, aceptar el paso de la edad y vivir plenos
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A partir de los 40, en el promedio de las personas, la memoria empieza a ser mucho más frágil. Uno puede deprimirse por esto o reírse, como hace el cómico Roberto Moldavsky: es la edad en la que uno empieza a referirse a “la actriz rubia esa que actuó con el negro en una película que dieron hace unos años, de espías, que dirigió el director este tan conocido…”.
Otra opción es considerar su parte ventajosa: se pueden ver series enteras que ya vimos en décadas anteriores y disfrutarlas tanto o más que la primera vez. A mí me pasó en forma reciente con Breaking Bad: ya cerca de los 50, empatizo más con el protagonista Walter White, quien además puede ser un ejemplo (poco ortodoxo, eso sí) de reinvención en la segunda mitad de la vida.
“Lo bueno del deterioro de la memoria en la mediana edad es que no te acordás lo mala que era Lost”, bromeó en Twitter, días atrás, cuando se planteó esta discusión, Javier Rossi.
A los 55 años, Rossi se dedica a comprar y vender online libros antiguos y objetos de colección. Está casado y tiene dos hijos. En algunos fines de semana del año disfruta de una pasión que adquirió en su adolescencia: compite en torneos de armado de cubo rubik con los mejores “cuberos” de la Argentina. Y no le va nada mal.
Es toda una particularidad, dado que Rossi se mide con contrincantes que tienen un tercio de su edad, o a veces menos. La habilidad de armar un “cubo mágico” a toda velocidad suele hacer su “pico” en la adolescencia, y luego ya hay cuberos y cuberas que en sus veintes son veteranos.
Pero en estas competencias hay distintas categorías, y Rossi aprendió que en algunas modalidades la edad pesa menos. Por ejemplo, tiene muy buenos tiempos de “blind” (armar cubos a ciegas: se memoriza la solución y se la ejecuta sin ver y sin errores); allí juega más la memoria tradicional y no tanto la “memoria muscular” que hace que algunos cuberos puedan hacer un 3x3 tradicional (mirándolo) en poco más de tres segundos, o un 2x2 en medio segundo (algo que visto desde afuera parece magia).
“Acá todo es motricidad, mucho ojo, reflejos, combinar todas esas habilidades, la edad juega en casi todas las categorías en contra. Pero en algunas categorías zafamos. En otras es imposible estar de igual a igual con los pibes”, cuenta Rossi a LA NACION.
En su último libro “From Stregth to Strength: Finding Success, Happiness, and Deep Purpose in the Second Half of Life” (“De fortaleza en fortaleza: cómo encontrar el éxito, la felicidad y un sentido profundo de propósito en la segunda mitad de la vida”, aún no traducido al castellano), el profesor de Harvard y divulgador de la agenda senior y de bienestar emocional Arthur Brooks se explaya sobre los distintos tipos de inteligencias que cultivamos a lo largo de la vida.
Hay una “fluida”, que hace su pico a los 20-30 (resolución rápida de problemas, memoria, reflejos, etc.) y hay otra “cristalizada” que tiene más que ver con la experiencia, la sabiduría, y es la que hace que, por ejemplo, las personas de 60-70 o más años sean muy buenos enseñando. La clave está en saber “pasar de liana” de un tipo de inteligencia a la otra (en las actividades que uno hace) para que la transición de un proceso de reinvención sea exitosa.
Brooks dedica un capítulo entero a “hacer de las propias debilidades una fortaleza”. Su caso de cabecera es el del músico y compositor Beethoven, que produjo sus mejores obras cuando estaba completamente sordo. Brooks sugiere que la Novena Sinfonía fue posible justamente porque Beethoven fue capaz de formularla completamente dentro de su cabeza sin distracciones externas.
De componer una obra maestra a disfrutar de una serie que ya vimos como si fuera la primera vez: transformar una debilidad en una fortaleza.
Hay otra analogía deliciosa que aporta Brooks para referirse a las diferencias entre la primera y la segunda mitad de la vida. Tiene que ver con las distintas concepciones del arte entre Occidente y Oriente.
En Occidente, cuenta el autor, tendemos a pensar en el arte como un lienzo blanco que debe ser llenado: en la primera mitad de la vida nos ponemos a completarlo frenéticamente, hasta que casi no quedan espacios. En Oriente, en cambio se lo ve como un proceso en reverso: una roca o el tronco de un árbol “contienen” una obra de arte que debe ser descubierta o develada. En la segunda mitad de la vida, concluye Brooks, tenemos que recorrer el camino inverso: despojarnos de capas (lo que los demás piensan de nosotros, el ego, nuestra educación) para aproximarnos lo más posible a nuestro verdadero ser.