El estudio de la Universidad de Yale (EE.UU.) ayuda a entender a quienes viven con esta condición; la tecnología con la que se registró podría ser usada para analizar avances en los tratamientos
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Investigadores de la Universidad de Yale en New Haven (EE.UU.) han identificado cuáles son las áreas específicas del cerebro que evidencian la manera en la que una persona con autismo reacciona en una situación de interacción social. La identificación de esas regiones se logró gracias a una tecnología que permite obtener imágenes simultáneas de la actividad cerebral de dos personas en el momento en el que interactúan en condiciones naturales y en vivo.
El estudio, publicado en la revista Plos One, encuentra que estas respuestas neuronales al contacto directo con la cara y los ojos pueden proporcionar un índice biológico relevante para la clasificación clínica y la evaluación del autismo.
Una característica común del trastorno del espectro autista, TEA, es que quienes tienen esa condición suelen no establecer contacto visual con el otro, no responder a una sonrisa o no reaccionar a la mención de su nombre en condiciones naturales.
Aunque el contacto visual es una parte críticamente importante de las interacciones cotidianas, los científicos se han visto limitados en el estudio de la base neurológica de la interacción social en vivo con el contacto visual en personas con TEA debido a la incapacidad de obtener imágenes del cerebro de dos personas simultáneamente.
“Nuestros cerebros están hambrientos de información sobre otras personas, y necesitamos comprender cómo funcionan estos mecanismos sociales en el contexto de un mundo real e interactivo tanto en individuos típicamente desarrollados como en individuos con TEA”, dijo la coautora del estudio, Joy Hirsch, del Elizabeth Mears and House Jameson Professor of Psychiatry and Professor of Comparative Medicine and of Neuroscienc.
El equipo de Yale, dirigido por Hirsch y James McPartland, profesor en el Yale Child Study Center, analizó la actividad cerebral durante breves interacciones sociales entre pares de adultos.
Uno de los pares estaba conformado por una persona con TEA y otra sin esa condición. El segundo par estaba conformado por dos individuos sin TEA.
Ambos pares fueron analizados con una tecnología innovadora denominada espectroscopia funcional de infrarrojo cercano que es un método no invasivo de neuroimagen óptica.
A los participantes se les colocaron gorras con muchos sensores que emitían luz en el cerebro. Así, se registraron cambios en las señales de luz con información sobre la actividad cerebral durante la mirada a la cara y el contacto visual.
Los resultados del estudio
Los investigadores encontraron que durante el contacto visual, los participantes con TEA tenían una actividad significativamente reducida en la región del cerebro llamada corteza parietal dorsal en comparación con aquellos individuos sin esa condición.
Además, gracias a este estudio, las características sociales del TEA se asociaron con la actividad en esta región del cerebro.
La actividad neuronal en estas regiones fue sincrónica entre los participantes sin TEA durante el contacto visual real, pero no durante la mirada a una cara de video.
En tanto, en los individuos con TEA analizados, no se dio un aumento de la actividad neuronal, lo cual es consistente con las diferencias en las interacciones sociales.
“Ahora no solo tenemos una mejor comprensión de la neurobiología del autismo y las diferencias sociales, sino también de los mecanismos neuronales subyacentes que impulsan las conexiones sociales típicas”, explicó Hirsch.
LA NACION