Mujeres que dan amor de manera incondicional y están convencidas de que ser mamá es la misión más importante de sus vidas
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Hay tantas maneras de ser madre. Está la madre biológica o la espiritual, la adoptiva, la madre soltera o la multípara. Sin embargo, todas a la vez son lo mismo: mujeres valientes que se animan a gestar vida, regalar amor incondicional y criar niños que, al sentirse queridos y valorados se convertirán luego en buenos ciudadanos. Y harán de este país un lugar más habitable.
No hay una buena o una mala manera de ser mamá. El camino que cada mujer emprende cuando decide lanzarse, no sin cierta inconsciencia, a la aventura de traer un hijo a este mundo es de por sí heroico y digno de ser honrado.
Basta con mirar la historia de Catalina Hornos para confirmarlo. Esta psicopedagoga de 39 años se instaló a vivir en Añatuya (Santiago del Estero), en 2009, donde fundó –conmovida por las necesidades materiales y emocionales de tantos niños–, una organización que trabaja en el fortalecimiento familiar y prevención de la desnutrición, llamada Haciendo Camino.
Estando allí le pidieron que se hiciera cargo provisoriamente de siete chicos que habían sufrido lo indecible: abusos, golpizas, violencia de género. Los tiempos se extendieron y el vínculo y afecto entre Catalina y los menores crecieron. “Empecé a sentirlos como hijos y ellos a mi como su mamá. Los conocía, sabía cuánto habían sufrido y quise ayudarlos a elaborar y sanar sus dolores, a que se sientan amados y construir juntos otra historia”, cuenta. Sabía que se enfrentaba a un gran desafío, pero tenía lo más importante: el amor mutuo que ayuda a enfrentar cualquier obstáculo. Fue así como Celina, Carmen, Patricia, José, Guanda, Abigail y Antonella (entre 4 y 16 años), se convirtieron naturalmente, en sus hijos adoptivos. Seis años más tarde, ya en Buenos Aires, con su pareja decidieron tener tres más.
“Nuestra familia tiene la particularidad de incluir diferentes orígenes que se unieron para transitar un mismo camino. Los más chicos disfrutan a sus hermanos grandes que los malcrían y les tienen una paciencia infinita. Es muy gratificante verlos crecer juntos y saber que se tienen entre ellos”, comenta.
Buscar tiempo de calidad
“Atender las necesidades de todos es lo más difícil, poder dar tiempo de calidad y generar espacios individuales. O estar cerca acompañando lo que cada uno está atravesando según la edad. Siempre hay reclamos”, comenta Hornos. Pero se esmera en tratar de realizar propuestas por grupos. Con los más pequeños va a la plaza, con los del medio se sienta a ver películas y con los mayores sale a comer afuera de vez en cuando. “Busco un equilibrio. Pero obviamente a veces siento que no llego”, se sincera.
Aixa Ezcurra, psicóloga especializada en psicoprofilaxis y puerperio, le respondería a esta admirable mujer que se conforme con ser una madre suficientemente buena. “No existe la perfecta. De los errores aprendemos, y es inevitable equivocarnos. Pero con el amor y el perdón es posible reparar lo herido”, explica. Incluso lo ocurrido en los primeros cinco años (cruciales para consolidar la autoestima). “Sirve el lenguaje constructivo, hablar de lo que ocurrió, de lo que uno se arrepiente y quiere remendar”, agrega. También prefiere poner el foco en el milagro de traer a ese ser indefenso a este mundo. “Ser madre es una oportunidad para crecer, para aprender lo que significa la entrega sin límites. De ensanchar el corazón, pues el amor no es como la torta que se reparte en “x” pedazos. Con los hijos es multiplicador. Y da plenitud”, explica.
Eso experimentó Belén Royo, cuando a sus 38 años se convirtió en madre. Belén siempre tuvo claro que ese era su principal anhelo. Pero de joven sus noviazgos no prosperaban. Vivió muchos años enfocada en su trabajo destacándose en varias empresas. Y finalmente a los 37 conoció a Martín, su marido. “Nos subimos al último tren”, se ríe. En la luna de miel se quedó embarazada de su primera hija, y en cuatro años tuvo otros tres. No perdió el tiempo. La maternidad, dice, le proporciona una alegría inigualable. “Dejé el trabajo embarazada del tercero. No me costó nada. Quería poner pleno foco en mi familia. Veo mi camino y tengo claro que fui una afortunada. Logré lo que más deseaba. Me siento en paz, no me quedan temas pendientes”, concluye.
Carmen Delfino también describe su maternidad como la misión más importante de su vida. Desde pequeña, percibió esa vocación cuando jugaba con sus muñecas y disfrutaba de cuidarlas, bañarlas y alimentarlas. “Siempre imaginé mi futuro enamorándome de un hombre con el que pudiera proyectar una vida juntos y poder concebir muchos hijos. Estoy casada hace 40 lindísimos años y me impresiona como se escurrió la vida casi sin darme cuenta”, reflexiona. Con Pancho tuvo 9 hijos a lo largo de 20 años. Dice haber puesto toda su energía en su familia casi de manera natural, con la convicción de que estaba eligiendo algo muy valioso. “Hoy que los he visto crecer haciéndose hombres y mujeres independientes, siento una satisfacción honda en el alma. Por supuesto hubo momentos difíciles, peleas, encuentros y desencuentros. Pero tantos años de desvelos y disfrute (sobremesas, charlas, risas), de poco sueño, de bastante sacrificio, llantos, festejos y corridas realmente valieron la pena”, sintetiza.
Cecilia Broto, 54, podría decir lo mismo, pero luego de haber transitado tiempos oscuros. Cuando nació su primer hijo Nicolás a los 34 años se mudó son su marido lejos del lugar donde nació, se sintió sola y tuvo que dejar su trabajo por ser incompatible con su nueva realidad. Si bien cada paso fue elegido, cuenta que cayó en una depresión y profunda soledad al soltar la profesión que tanto le había costado construir. Es consciente de que no pudo estar plenamente disponible para su bebe como él lo hubiera merecido (“yo lloraba por los rincones de la casa”). Nicolás mordía sin parar en el jardín de infantes. Consultó una terapeuta tras otra que le confirmaban que el problema era de ella. “Siento que dañé a mi chiquito, estuve muy encerrada en mi dolor y no pude atender del todo sus necesidades y eso hasta el día de hoy me pesa”, afirma.
Maldita culpa
“Toda mamá siente culpa. Pero no hay que quedarnos estancados allí. Podemos reparar lo que no estuvo bien”, insiste Ezcurra para quien, además, ser madre implica necesariamente habitar la contradicción de que, en muchos momentos adorás a tus hijos y en otros los querés matar. “Como madres inevitablemente nos preguntamos: qué está mal conmigo”, escribe la psicóloga norteamericana Harriet Lerner en su libro La danza de la maternidad. Lerner subraya la importancia de no compararnos para no caer en desvalorizaciones. Es tan frecuente sentirse menos porque nuestra amiga dio de mamar un año y nosotras elegimos no amamantar; o aquella juega horas con sus niñitos mientras yo no logro patearles una pelota.
Ezcurra, que acompaña mujeres a transitar el puerperio, es testigo del agotamiento y los límites que implica ser mamá. Por eso, señala algo crucial: la importancia de criar en comunidad para que mujeres como Cecilia se sientan menos solas y más sostenidas. “Antes los hijos nacían cerca de sus abuelos, y eran calmados o alimentados por tíos o vecinos. El rol materno estaba compartido por eso la carga era menor”, sostiene. El estilo de vida actual, más individualista, con madres que viven lejos de sus propias madres hace que la maternidad se vuelva más pesada.
Por eso alienta a cada madre que pasa por su consultorio a que organice un grupo de crianza con vecinas, madres del colegio, (grupos de puérparas, por ejemplo) para sentirse apoyada y contenida. Y por supuesto, más contenta.
Valentía para seguir adelante
Seguramente si esa red la hubiese tenido Florencia Díaz (38) no hubiera estado a punto de abortar a la bebita que se estaba gestando en su panza en 2020. Con una relación de pareja rota, un hijo de 11 años a cuestas, luego de soportar violencia psicológica, esta mujer se sintió tan sola, tan triste, tan nada y quebrada que, cuando quedó embarazada, se convenció que no iba a poder sostenerla y que lo mejor era interrumpir el embarazo. “Claudio me decía que no valía como mujer, que era un desperdicio y eso fue minando mi cabeza y corazón. Caía en una gran depresión y sentí mucha vergüenza de enfrentar a mi madre, mi trabajo y mis vecinos. ¡Otra vez era la madre soltera y fracasada!”, cuenta.
Pero, por esas gracias de la vida, una conocida la contactó con el Centro de Ayuda a la Mujer (CAM). Fue pensando que era un sitio donde la ayudarían a abortar. Ocurrió todo lo contrario. Voluntarias le mostraron el video de un aborto y, con mucho cariño, le aseguraron que la ayudarían a tener su bebe. Y eso pasó.
Florencia salió del CAM con la decisión tomada: no abortaría. Y lo que le prometieron se hizo realidad. Contó con una madrina que estuvo cerca suyo dándole aliento y esperanza durante los 9 meses del embarazo y luego, en estos 2 años de vida de Moira. Hoy incluso hace terapia de manera individual. “Tantos abrazos y palabras de aliento me hicieron sentir valiosa. Empecé a disfrutar el embarazo y me relajé. Y lo mejor: hoy creo que puedo criar a mis dos hijos, trabajar y mantener mi hogar. Somos una familia de tres; y somos felices así”, dice.
Cinco historias, cinco mamás que representan a todas las que luchan y disfrutan, sufren y gozan. Que descubren fuerzas que no conocían para acompañar con fidelidad a ese hijo que se gestó en sus entrañas y que hoy quizá ya miran a lo lejos. Que son sus hijos, pero que saben que no les pertenecen, porque son en definitiva hijos de la vida.
A todas ellas va la honra y la gratitud. Alcemos la copa para felicitarlas: “Que tengan un merecido feliz día”.