El fotógrafo colombiano Sebastián Pii descubrió una forma de tratar emocionalmente los complejos corporales que cargan sus espectadores
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Cuando el fotógrafo bogotano Sebastián Pii intentaba explicarle a su familia por qué decidió fotografiar cuerpos desnudos y no casamientos o bautismos, defendía su trabajo como citando un manifiesto. “La fotografía es la morfología de un producto”, les decía. “La fotografía es una narrativa, es un mensaje, es un concepto”. Lo interesante, sin embargo, es que el producto es él, la narrativa es él, el mensaje es él, el concepto es él. Sebastián Pii lleva 10 años exponiendo su propio cuerpo, desnudo, frente a la cámara. Y es su cuerpo autorretratado, más que su lente fotográfico, el lienzo que escogió para transmitir un mensaje sobre las heridas que cargamos en la piel.
“Usé mi cuerpo como un lenguaje conceptual”, explica Pii a EL PAÍS una mañana desde su estudio de fotografía, en el sur de la capital, que instaló en el altillo arriba del departamento de sus padres. Sebastián Pii es su nombre artístico ahora pero él nació hace 29 años como Sebastián Castillo y como uno de casi 150 personas en el mundo reportadas con una extraña condición genética llamada Hallermann-Streiff. La suya es una condición que genera, entre varios síntomas, malformaciones faciales y en el cráneo, dificultades para subir de peso, o subir en altura, o fortalecer la masa muscular. Pii es un joven con una cara muy delgada y anteojos gruesos que habla con mucha seguridad de sus dedos largos y de su espalda “reptiliana”.
Pero lo que para otros es anormal, o feo, para él fue un proceso de resignificar lo que significa la belleza. Y lo que para otros era muy atrevido—desnudar su llamativa morfología ante el público— fue un proceso de terapia para él y para quienes aprenden a observarlo.
Hace poco Sebastián Pii mostró su cuerpo desnudo en las pantallas grandes de los cines de Colombia. Lo hizo como el protagonista de Entre la Niebla, un conmovedor largometraje del director Augusto Sandino que se estrenó a principios de año y ganó un premio a mejor cinematografía en el festival de cine SXSW en Austin, Texas. Allí Pii interpreta a “F”, un campesino en las montañas de los Andes que está en un proceso de despedirse de su padre enfermo en medio de un cruel ambiente de guerra. “Es un poema visual”, dice Pii sobre este film con más símbolos que diálogos, y en el que el actor lanzó su cuerpo desnudo a una helada laguna andina.
“Cuando yo vi el guión y no había un desnudo, dije ‘acá no estoy yo’, debe haber un desnudo para que se vea que [en la película] está Pii”, explica él, hablando de sí mismo en tercera persona. “Pii es un man que se autorretrata, Pii es un man que se desnuda, y si lo vamos a hacer en pantalla grande, lo vamos a hacer con todos los poderes, vamos a desnudar a este man y lo vamos a meter a una laguna, desnudo, a muchos grados bajo cero, porque yo no voy a hacer un proyecto en el que mi concepto artístico no se vea reflejado”. Y así fue. Pii reveló ante el páramo andino, dispuesto a desnudarse ante toda Colombia.
El nacimiento de un concepto artístico
Pii, como es de esperarse, creció con comentarios crueles a su alrededor. Al nacer los médicos, desinformados, le dijeron a sus padres que su hijo no iba a sobrevivir más de unos meses y que mejor estaría en el laboratorio de un hospital. Al crecer, en el colegio, escuchó comentarios como “no lo toques porque esa condición genética se te pega”. Al subirse a un bus público sentía las miradas y los murmullos entre quienes lo miraban con sorpresa.
El concepto artístico de Pii nació hace diez años, cuando asistió a unos cursos de fotografía en una escuela que se llamaba Zona Cinco y un profesor le pidió a sus estudiantes que se autorretrataran desnudos. Quería que el que está detrás del lente pudiera experimentar lo que siente el que está frente al lente. Pii accedió al reto de mostrar su cuerpo pero se tomó el ejercicio casi como una terapia: aprendió a reconocer que no le gustaban mucho la forma de sus pies delgados ni las cicatrices en sus rodillas, pero sí le gustaban sus manos largas de pianista, los lóbulos grandes de sus orejas, y pensaba que su mirada era su verdadero sex appeal.
Los compañeros de clase no comentaron nada cuando Pii expuso su cuerpo ante ellos, un duro golpe al ego. Pero lo hicieron luego, discretamente y en secreto: querían contarle que ellos odiaban sus propias rodillas, o sus manos, o sus pies. Querían decirle que admiraban que alguien pudiera desnudar justo lo que ellos nunca se atreverían. “Entendí que algo estaba pasando en sus mentes”, cuenta Pii. Entendió que desnudar su cuerpo, lejano a los cánones de belleza sociales, no era una terapia solo para él.
“Era una fototerapia de la que yo muy en el fondo no era consciente”, cuenta Pii. “Me di cuenta que no era el único que sanaba, que la gente que miraba mi trabajo también sanaba...ahí está el valor mi obra, cuando la persona se queda en silencio, se autoanaliza, y empieza a ver qué no le gusta de sí mismo, empieza a chocar con su moral, con sus creencias, con su soledad”. Pii, al desnudarse, se convirtió en un confesionario sobre la belleza, logró apuntarle a los complejos que los espectadores cargan como cruces y en soledad.
En un país como Colombia que exporta fajas al mundo entero, es potencia mundial en cirugía plástica, y tiene entre sus dichos que sin tetas no hay paraíso, Pii encontró una forma de cuestionar la diversidad de los cuerpos al quitarse la ropa. Es algo parecido a lo que han hecho activistas del movimiento body positive, con la excepción de que Pii tiene una condición genética que tiene un grupo muy pequeño en el mundo. Al hablar de sus referentes menciona más bien al fotógrafo finlandés Arno Rafael Minkkinen (que fusiona partes de su cuerpo desnudo con paisajes naturales), la fotógrafa española Ángela Burón (que hace desnudos surrealistas con su cuerpo que puede aparecer con cuatro manos), y la pintora mexicana Frida Kahlo que sufrió de polio desde chica y tuvo un accidente de tránsito tan grave que pintó gran parte de sus cuadros desde la cama, muchos de estos autorretratos reflejaban sus heridas. “Solía pensar que era la persona más rara del mundo”, dijo alguna vez Khalo. “Pero después pensé que hay tanta gente en el mundo. Debe haber alguien como yo que se sienta extraño y tenga defectos de la misma manera que yo”, agregó.
Un superpoder en galerías
Pii habla de ese momento ‘eureka’ en la escuela de fotografía como un motor que guió sus siguientes pasos. Eventualmente subió sus desnudos a grupos de fotógrafos en Facebook, expuso en algunas galerías, y fue refinando y expandiendo su portafolio.
Experimentó, por ejemplo, con unos desnudos en los que fotografiaba sus genitales junto a dos bombillas, o dos frutas, o dos globos, para hablar de su esterilidad (otro síntoma del Hallermann-Streiff). Quería cuestionar ese “concepto del macho, y de la cultura machista, donde si uno ‘no tiene los huevos bien puestos no es hombre, y no llora’’. Entonces yo me dí el placer de ponerme los testículos que quiera”. Otro experimento fue fotografiar a algunas hermosas modelos en el momento en que no se ven perfectas. “Hago que la gente rompa su estética de belleza tradicional, para volverla real”, explica. Les toma tantas fotos en una sesión y les exige tantas poses que aparece eventualmente el desespero en la cara. “El desespero del ser, el querer volver a un lugar estable y confortable”, dice Pii. El desespero de querer fuera de la perfección.
Exposiciones o cine hicieron de este fotógrafo y actor una persona que piensa de manera constante en la belleza. Explica que él escogió Pii como su apellido artístico en parte porque ese símbolo matemático expresa “la perfección que es imperfecta, que es tan infinita que nunca es completamente perfecta, pero que encaja perfectamente en la circunferencia”.
Otro momento en que piensa sobre la belleza es cuando trabaja como fotógrafo comercial, tomándole fotos a comida o familias o productos, para sobrevivir. “Mi fotografía artística es muy transgresora, no tiene retoques”, dice Pii. “El otro lado, comercial, es perfeccionista: una piel perfecta, un producto increíble, el plato bien cuidado y bien plantado que se ve divino. Domino las dos técnicas, pero obviamente hay una que me da de comer y hay otra que me llena el alma”.
“La belleza no te llena, el ser lindo frente a los cánones de belleza establecidos por la publicidad, por la sociedad”, sostiene. La familia, los amigos, la publicidad, la cultura o la narco-cultura establecieron algún ideal de belleza, pero Pii quiere romper todos los cánones. “No todas las flores son iguales, ¿me entendés”, pregunta Pii. “Si la gente no se da cuenta que una flor no tiene que ser bonita, cerradita y perfecta, entonces le acompleja vivir su sexualidad o su deseo. Y sentir deseo debería ser un derecho, no una opción”.
Pero quizás lo más transgresor de Pii es intentar darle la vuelta a lo que intentamos categorizar como normal, como su cuerpo; y desnormalizar lo que hemos normalizado, como la violencia física, o la pobreza. “Me parece injusto que normalicen la indigencia, normalicen a la persona en un puente pidiendo plata con un niño”, dice. “Yo, en cambio, no siento que debería ser motivo de lástima”.
Por Camila Osorio
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