Julieta Rubinstein, pareja del futbolista Diego Placente, vivió una vida de mudanzas, viajes intempestivos y de acompañar, mientras sembraba, poco a poco, su propio camino; hoy asegura que la clave es animarse a la incomodidad
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La sonrisa de Julieta Rubinstein es clara y pacífica, como su mirada, que refleja la templanza de quien sabe esperar y buscar su camino. Habla pausado, y cuenta emocionada sobre las vivencias profundas que surgieron en el taller que acaba de brindar sobre el método Wim Hof, donde más de una decena de personas se atrevió a sumergirse, bajo su guía, en el hielo.
Julieta es, entre otras cosas, instructora del método Wim Hof, que tiene como pilares fundamentales la técnica de respiración, la concentración y la exposición al frío, que se da sumergiéndose durante unos minutos en una pileta llena de hielo.
Se trata de un método que aporta múltiples beneficios a nivel físico, pero también mental. “Todos tenemos nuestra pileta de hielo, eso que sentimos que no podemos, que nos incomoda demasiado. Para alguno será tener una conversación difícil con su pareja, pedirle un aumento a un jefe o manejar en la Panamericana. Atravesar eso es ir corriendo las barreras del no puedo, las creencias limitantes. Al liberarse de eso uno vive más liviano”, dice, mientras repasa su historia, un largo viaje -literal y metafórico-, que la trajo hasta este punto.
Cuenta que creció en el Belgrano, y de su infancia recuerda los días jugando al hockey, un deporte que practicó hasta hace muy poco, con el mismo grupo de amigas de toda la vida con las que ahora comenzó a animarse al fútbol.
Dice que el deporte en equipo tiene algo especial y la ayudó a desarrollar un sentido de pertenencia, una conexión distinta con el otro, y a aprender que cada uno, en su rol, es sumamente necesario. Después de la secundaria, se lanzó a estudiar Derecho en la UBA, donde se recibió especializándose en derecho civil. “Entré por un sentido de justicia que tenía. Además, mis padres no habían podido ser profesionales, y yo dije “voy a ser profesional”. Ya a mitad de la carrera empecé a sentir que no me gustaba, no era lo que había imaginado, pero seguí, porque en ese momento creía que dejar era tirar por la borda los años que había hecho. Hoy sé que no es así, que todo se puede capitalizar”, dice, y destaca que, mirando hacia atrás, esa decisión, y el ímpetu de llegar hasta el final más allá de las dificultades, tal vez tiene que ver con el compromiso mental, tan importante en el método wim hof.
Spoiler alert: Julieta nunca ejerció como abogada. “Cuando me recibí ya estaba de novia con Diego, y a él le salió una oportunidad de jugar en Alemania y nos fuimos. En ese momento quedó un poco en pausa todo lo mío. Yo no sabía que iba a quedar en pausa, pero no tenía la posibilidad, sin hablar alemán, de hacer todo lo que hacía acá. Así que empecé a estudiar el idioma y jugué al hockey allá, eso me traía un poco de vuelta”.
Diego es el jugador de fútbol Diego Placente, su marido, a quien conoció en 1997 en unas vacaciones en Chile, cuando él estaba ahí jugando un torneo sudamericano sub 20. La pausa en la decisión de qué hacer con su carrera la llevó por nuevos caminos, y tal vez la salvó de la inercia de dedicarse por años a algo que no le gustaba.
“En Alemania me sentí bastante sola, Diego entrenaba mucho y fue difícil porque no conocía a nadie. Además, los dos veníamos de vivir con nuestros padres, y empezar a convivir muy lindo, pero también fue un momento de aprender muchas cosas, desde cómo organizarnos con la casa hasta cómo cocinar unos huevos revueltos, que yo no tenía idea”, dice, entre risas.
En Colonia, Alemania, vivieron durante cuatro años, y con la fortaleza de quien ya entró y salió airosa de varias piletas de hielo, cuenta que fue encontrando la forma de adaptarse y tejer redes: de ahí le quedaron amigos, un nuevo idioma, y una cultura de mucho respeto por los compromisos.
La vida en pareja con un futbolista profesional suele estar llena de mudanzas y movimiento, y la de Julieta y Diego no fue la excepción. Después de Alemania vivieron en España, donde nació su primera hija -tienen tres hijos-, luego estuvieron en Francia, y por último, en Uruguay, antes de volver a instalarse en Argentina, hace ya doce años.
La vuelta a la Argentina
Al regresar, durante los primeros años se hizo cargo de un salón de eventos que montaron junto a su marido, pero la pandemia en 2020 la llevó a modificar sus planes y cerrar el espacio. Inquieta y siempre activa, comenzó a trabajar en el emprendimiento textil de su madre, hasta que sintió que eso no era para ella.
¿Pero qué vas a hacer?”, recuerda que le dijo su mamá cuando le contó que dejaba. La pregunta fue, tal vez, un disparador hacia un nuevo click en su vida: el movimiento continuo podía frenar un tiempo para dar lugar a una pregunta más profunda, existencial. Y la respuesta fue tan honesta consigo misma que llevó a Julieta hacia un viaje, pero esta vez, interior, profundo, hacia sí misma.
Un camino hacia adentro
“Si están acá, sepan que el 99% del trabajo está hecho”, cuenta que le dijeron cuando llegó, con nervios y ansiedad, al último módulo del instructorado Wim Hof, que realizó en Los Pirineos en Suiza. “Claro, se trata de hacer el camino, de llegar hasta ahí, de aprender a lidiar con toda la incertidumbre y flexibilizarse”, dice, y todavía se emociona al recordar esa aventura, que comenzó cuando decidió estudiar coaching y se adentró en un mundo nuevo. Por azar -o destreza de los algoritmos- desde las redes le llegó una publicación sobre un taller de Wim Hof y decidió probarlo sin demasiada información previa.
“Yo ni sabía a lo que iba, pero ya cuando el instructor nos empezó a enseñar las respiraciones dije “guau, esto no me pasó nunca”. Estaba en paz conmigo misma, con las emociones a flor de piel, y no necesitaba nada más. Fue un click muy mágico”, cuenta. Este entusiasmo inicial, sumado a la nueva vitalidad que le aportó su experiencia sumergiéndose en el hielo, la llevaron a animarse a más y comenzó a organizar encuentros junto a unas instructoras del método, en los que ella conseguía el espacio y la gente. Después de varios encuentros, fueron las propias instructoras las que le sugirieron formarse ella misma en el método. ¿Y por qué no?, recuerda que pensó, y hacia ahí avanzó.
“El hielo tiene que ver con la idea de que enfrente hay una situación que se nos presenta muy adversa. Si intentamos luchar contra el frío perdemos, la única forma es encontrar nuestra comodidad en esa incomodidad, y ahí, más allá de la previa y las técnicas de respiración, cada uno va desarrollando sus propias herramientas para poder acompañar esa situación. Se trata de un estrés en dosis reducidas, que nos hace crecer, tener un reboost de energía”, explica Julieta.
Y cuenta que la primera vez que se sumergió no podía creer que lo había logrado. Sin embargo, más allá de la emoción, la experiencia fue decantando con el tiempo en su vida cotidiana, y comenzó a sentirse más segura y dispuesta a animarse a hacer cosas que en otro momento pensaban que no eran para ella. Así llegó a este punto, en el que comparte sus talleres para que otros vivan la experiencia. “El método tiene esto de sacar nuestra fuerza y este valor que no sabíamos que teníamos”, concluye, entusiasmada, con la mirada plácida hacia adelante.