Amplían las posibilidades terapéuticas, en especial en casos leves a moderados; la enfermedad afecta al 4% de los mayores de 65 y es la primera causa de ceguera irreversible
Cuando en 2014 Bono confesó que sufría glaucoma desde hacía 20 años, también hizo dos revelaciones: 1) que ese era el motivo por el que usaba anteojos oscuros y 2) que sin el tratamiento hubiera perdido la vista. En efecto, la enfermedad, que suele caracterizarse por un aumento de la presión intraocular, es la segunda causa global de ceguera (después de las cataratas) y la primera irreversible. Aqueja al 4% de los mayores de 65 y se proyecta que ese número crecerá de 76 millones en 2020 a 112 millones en 2040.
Uno de los agravantes es que, según la Asociación Mundial de Glaucoma, del 50 al 90% de los afectados ignora que padece la condición. "Es un ladrón silencioso de la vista. Por lo general no produce síntomas. Es como el sapito en un recipiente con agua que no reacciona al aumento gradual de temperatura" y muere cuando el líquido hierve, compara el cirujano oftalmólogo argentino Tomás Grippo, profesor asistente y exdirector del Departamento de Glaucoma de la Universidad de Yale, en Estados Unidos, que en los últimos años comenzó a introducir o aplicar en el país una serie de procedimientos mínimamente invasivos que permiten personalizar los tratamientos y expanden las posibilidades de control de la patología.
"Es una revolución", asegura Grippo, y lo grafica con otra analogía: "Antes, lo único que teníamos era el martillo. Y lo usábamos para clavos... y también para tornillos".
En la mayoría de los casos de glaucoma, falla el sistema de drenaje del ojo y el exceso de producción de humor acuoso no se puede liberar. Esto es lo que sube la presión intraocular, afectando el manojo de fibras del nervio óptico que comunica el globo ocular con el cerebro. Los antecedentes familiares, la diabetes mal controlada, el uso prolongado de corticoides y un trauma son algunos de los factores de riesgo.
El abordaje inicial más extendido son las gotas oftálmicas, por ejemplo, con análogos de prostaglandinas y/o betabloqueantes. "Un problema es la adherencia: hay que ponérselas hasta tres o cuatro veces al día", puntualiza Grippo. El tratamiento a largo plazo produce efectos adversos como engrosamiento de las pestañas, ojeras u ojo seco.
Una alternativa es el láser, que mejora el funcionamiento de la malla trabecular o "rejilla" por la que drena el líquido. Pero no siempre es efectivo y, aun en los casos donde hay buena respuesta, los beneficios son temporarios. El último recurso son las cirugías convencionales, como la trabeculectomía, que según la Asociación Argentina de Glaucoma "crea un canal que comunica el interior del ojo con su superficie, a través del cual luego el humor acuoso puede filtrarse y absorberse".
"Es la cirugía que más logra estabilizar la enfermedad -dice Grippo-, pero a cinco años la tasa de infecciones y otras complicaciones llega al 50%". Los resultados también dependen mucho de la experiencia del cirujano. Para ampliar el abanico de opciones, se desarrollaron y aprobaron varios métodos que se empiezan a ofrecer en la Argentina, y que se conocen como "cirugías mínimamente invasivas de glaucoma" o MIGS, por su acrónimo en inglés. En apenas cinco minutos, en una intervención que se puede combinar con la cirugía de cataratas, el oftalmólogo remueve la malla trabecular o la perfora con un diminuto implante de titanio para restaurar el drenaje. También existe un nuevo procedimiento de "micropulsos" de láser diodo que actúa sobre la zona del ojo que produce el humor acuoso. "Lo hermoso es que ahora podemos individualizar el cuidado, reduciendo riesgos y efectos adversos", sintetiza Grippo, que dirige un centro en Buenos Aires dedicado solo a glaucoma y cataratas. El posoperatorio es mínimo.
Según Julián García Feijóo, presidente de la Sociedad Española de Glaucoma y expositor sobre el tema en el próximo Congreso Mundial de Glaucoma, que se celebra a fines de marzo en Australia, las MIGS están indicadas especialmente en glaucomas incipientes. "Son menos eficaces, pero más seguras, y pueden mejorar la calidad de vida de los pacientes al hacerlos menos dependientes del tratamiento crónico (con gotas)", destaca.
Las MIGS tienen menos complicaciones y son eficaces para un nicho de pacientes con grados leves a moderados de la enfermedad o que no pueden exponerse al riesgo de una intervención convencional, coincide Daniel Grigera, jefe del Servicio de Glaucoma del Hospital Oftalmológico Santa Lucía y expresidente de la Sociedad Latinoamericana de Glaucoma. "Ahora tenemos armas muy diversas", celebra. Como contrapartida, por lo general estas intervenciones no son cubiertas por prepagas u obras sociales, requieren de una curva de aprendizaje del profesional y faltan más datos sobre resultados a largo plazo.
Algunos ya se beneficiaron. Irma Arditi, una exempleada bancaria de 66 años, tiene glaucoma desde los 22 y durante décadas controló el cuadro con gotas. El estrés del corralito agravó su condición, cuenta. Recurrió al láser, pero apenas le hizo efecto un año. Se operó el ojo izquierdo con una cirugía clásica, pero empeoró la visión. Y cuando ya pensaba que no le quedaban alternativas, se hizo una aplicación de "micropulso" en el ojo izquierdo y una operación de cataratas con una MIGS (Trabectome) en el derecho. Logró bajar la presión intraocular de 40 a 13 y 16 mmHg, respectivamente. "Fue rápido y sin ningún dolor", dice.
Dado que el glaucoma no produce síntomas, los especialistas recomiendan el examen de rutina, que incluya la toma de presión intraocular y en lo posible la evaluación del nervio óptico. "Si no hay antecedentes familiares, hay que hacer controles cada tres años entre los 25 y 40 años, y cada dos años después de los 40", aconseja María Angélica Moussalli, médica de la sección glaucoma del Hospital Italiano.
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