Guillermo Ibalo, pasó de trabajar catorce horas diarias como director de televisión a convertirse en terapeuta; en diálogo con LA NACION, cuenta sobre estas técnicas milenarias de sanación, y cómo se gestó la gran transformación que lo llevó a cambiar su propio rumbo
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“En el shiatsu y el masaje tailandés la esencia es estar vacío para poder ayudar al otro”, dice Guillermo Ibalo, terapeuta y maestro de masaje tailandés y shiatsu y creador y director de la escuela Shiatsunuad, donde enseña estas disciplinas desde 1996. Se trata de encontrar una apertura y una libertad que permitan al terapeuta aprender a dejar que sus manos se muevan sin que la cabeza trabaje. “Internamente el terapeuta, con su ritmo respiratorio y su estado meditativo, realiza el masaje con presiones y estiramientos de precisión, con una secuencia que es determinada por el estado del paciente”.
En cuanto a la técnica, Guillermo señala que el masaje tailandés es una terapia corporal de sanación vinculada a la respiración, la meditación y el movimiento. Externamente, puede verse como una danza, donde el terapeuta hace estiramientos y presiones rítmicas con palmas, pulgares, antebrazos, codos y pies de acuerdo a la posibilidad de recepción del paciente y según su estado energético. “Hay una forma de sanar que es personal, de cada uno. Esa forma de sanar es mirando hacia adentro, comprendiendo que a veces se trata de hacer un trabajo profundo de autoconocimiento”, señala.
Su propia historia tiene mucho de esto. Guillermo habla pausado y en calma, cuenta el gran cambio que se produjo en su vida al pasar de ser un exitoso director de televisión de programas icónicos como Los Machos, a terapeuta y maestro de masaje tailandés y shiatsu.
Habla de una “revolución silenciosa” para referirse a aquellas semillas que fue sembrando interiormente y que mantuvo de alguna manera dormidas durante sus más de dieciocho años de dirección. Esos en los que, según él mismo cuenta, descansaba poco, se alimentaba mal y se movía en un ambiente en el que el ego y la competencia tenían un rol central y en el que “todo se necesitaba para dentro de un rato”. Sin embargo, no reniega de esa historia, que recuerda con anécdotas alegres, y que muestra que el cambio es posible y las pequeñas decisiones van regando nuevos brotes.
Aprender a mirar hacia adentro, a observarse, son enseñanzas que fue adquiriendo en los primeros años de su vida en un camino trazado de a pequeños pasos. Sus estudios musicales junto a Edelmiro Molinari, con quien aprendía a tocar la guitarra, y su amor por la música lo llevaron hasta una nota en la revista Pelo donde se hablaba del disco “Historias desde océanos topográficos”, de la banda Yes. Así supo de la existencia del libro “Autobiografía de un yogui”, de Paramahansa Yogananda, que fue el puntapié inicial en su camino espiritual.
A través de la lectura de ese libro comenzó a trazarse la línea que lo llevaría, muchos años después a hacer el cambio en su vida. Luego vinieron grupos de estudio, clases de yoga y un camino espiritual trazado a la par de, primero, varios años de carrera en Ingeniería, luego otros tantos en Agronomía, y finalmente, en la carrera de Dirección de Cine.
Luego de sus “años locos” en televisión, cuando el canal comenzó a disminuir el espacio para las ficciones, con su salida de ese ambiente volvieron a despertar esas enseñanzas, y vendrían viajes a Tailandia, lecturas y estudios en los que su formación se expandió profundamente.
El equilibrio para sanar
Hoy Guillermo suele viajar frecuentemente a Tailandia, donde sigue nutriéndose de estas enseñanzas. Desde ese conocimiento, aporta contexto acerca de este tipo de masaje, y explica que dentro de la medicina oriental, que cuenta con miles de años de historia, hay diversas disciplinas que coinciden en que el cuerpo contiene una serie de líneas energéticas: en China se denominan meridianos, nadis en India, y líneas sen en Tailandia. Cuando una línea está en desarmonía, dice Guillermo, comienzan a manifestarse los malestares, los dolores y los accidentes. Tanto el masaje tailandés como el shiatsu se abocan a equilibrar estas líneas, recorrerlas, identificar cuál está bien, cuál está mal y cuál hay que trabajar. Se trata de desbloquear para que la energía comience a circular y el cuerpo sane.
“El taoísmo dice que el hombre es una unión entre el cielo y la tierra. Que la energía del cielo baja al hombre, se procesa en los órganos internos y se irradia a todo y a la tierra. Es decir, cada uno de nosotros es parte de lo que sucede a la tierra. En el abdomen, en los órganos internos y en los pulmones, se procesan todas las toxinas que llegan. Algunas de estas toxinas el organismo las puede expulsar y otras quedan dentro y van a estas líneas energéticas, que están vinculadas a ciertos tendones principales. Así, los tendones y los músculos se rigidizan”, explica.
Cuando los órganos están demasiado exigidos es donde empiezan las enfermedades y cierto tipo de emociones. “Si un órgano está mal hay cierta emoción que va a prevalecer. Si yo toco, por ejemplo, una persona, y su vesícula está mal, le voy a preguntar cómo está con su enojo. Este desequilibrio puede relacionarse también con los proyectos, una persona puede estar mal del hígado o la vesícula porque tiene demasiados proyectos a la vez y eso hace que estos órganos trabajen demás. Esto es algo que le pasa a muchísima gente en las grandes ciudades”, dice Ibalo.
Cuenta que algunos practicantes pueden reconocer en los estiramientos de masaje tailandés ciertas posturas de yoga asistidas por el dador del masaje. Enseguida explica que, a diferencia del yoga, cuyo significado es “unión del alma individual con el espíritu”, el masaje tailandés puede percibirse como una unión entre dos, donde al realizar los estiramientos y masajear los puntos, tanto receptor como dador entran en un estado de paz y armonía que aporta grandes beneficios a la respiración, la circulación y al estado físico y espiritual. “Los trillones de células que hay en tu cuerpo están de acuerdo. Tu mente calla, comienza la sanación. Sólo falta que te enteres de que podés ser conciencia para todas tus células, ser uno”, concluye Guillermo.