El área protegida del sur de Alaska es el mejor lugar del mundo para ver y fotografiar a estos animales, uno de los depredadores más grandes de Norteamérica
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Cuando te vas metiendo en el mundo de la fotografía de naturaleza, es probable que muy pronto comiences a soñar con ver y fotografiar a las especies de fauna más emblemáticas del planeta. En mi caso fue así: yo soñaba con ver a un oso en su hábitat natural alguna vez en la vida, como seguramente debe ser el anhelo de muchos.
La primera vez que lo intenté fue hace varios años, en un viaje por Canadá. La idea era ir al encuentro de osos negros, pero aquella vez fue difícil, solo logré ver a tres, pero tras quince días de búsqueda.
Por eso, cuando llegué al Parque y Reserva Nacional Katmai, en el sur de Alaska, lo que vi fue increíble e inesperado: allí, frente a mis ojos, a unos pocos metros de distancia, tuve la suerte de ver 22 osos pardos. También llamados grizzli, estaban intentando pescar salmones, uno al lado del otro, en la cascada del río Brooks.
Efectivamente, la llamada Brooks Falls es, probablemente, el mejor lugar del mundo para ver a un oso pardo en estado salvaje. Y no solo uno, sino decenas de ellos.
Ocurre que es ahí, principalmente en julio, cuando millones de salmones llegan desde el norte del océano Pacífico y remontan lagos y ríos para desovar en el mismo lugar donde nacieron. En esa cascada, que mide casi dos metros de altura y es una especie de barrera natural que les dificulta el paso río arriba, los osos aprovechan para pescarlos y recuperar todas las proteínas y grasas que perdieron durante los seis meses que pasaron hibernando en sus guaridas, por entonces cubiertas de nieve.
Pero cuando llega el verano, todo lo que antes era un paisaje frío y nevado se convierte en un hermoso bosque de ríos cristalinos, con días más cálidos y luminosos que son el escenario de un auténtico festín para el depredador más grande de Norteamérica.
No es fácil llegar a Katmai. No solo porque se encuentra en un lugar remoto de Alaska, con acceso principalmente a través de hidroaviones, sino porque la demanda de visitantes es muy alta y la capacidad del parque para recibirlos es reducida: en su interior solo hay un lodge de 16 cabañas y una zona de camping para 60 personas.
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Las reservas se agotan con un año de anticipación: hoy, por ejemplo, ya está todo reservado para 2025. Además, si uno quisiera quedarse en una de las habitaciones del lodge, debe participar en lo que allá llaman lotería: hay que inscribirse en un formulario online, el cual está disponible durante un mes (para 2025 fue desde el 1° de diciembre hasta las cinco de la tarde –horario de Alaska– al 31 de ese mes) y, luego, con todas las postulaciones recibidas, los encargados del lodge hacen un sorteo y eligen a los ganadores.
Yo viajé con un amigo fotógrafo y, en nuestro caso, no nos quedamos en el lodge, sino en el camping, pero tuvimos la suerte de conseguir una reserva para cinco días. Así tendríamos muchas opciones de encontrarnos con osos pardos, que es lo que buscábamos.
Volamos a Los Ángeles, y de ahí a Anchorage, la ciudad más grande de Alaska. Allí tomamos una avioneta hasta King Salmon, el pueblito más cercano al Parque Katmai, donde tomamos un hidroavión que, tras una hora de sobrevuelo por paisajes muy verdes, con lagos y montañas, acuatiza en pleno lago Naknek, donde desemboca el río Brooks: de hecho, ahí se produce una escena muy bonita, que es esta fila de hidroaviones estacionados uno al lado del otro, muy cerca de donde están los osos.
Al bajar del hidroavión, se camina hacia la entrada principal y la zona del camping, y ya es posible tener los primeros avistamientos de osos, que merodean en la orilla de la playa. Por esta razón, existe un cordel electrificado que rodea los sitios de campamento: la posibilidad de que se acerque un oso es cierta. Es más, en las cabañas y en el lodge ese cerco eléctrico no existe, y a veces se los puede ver incluso desde la ventana.
Los osos pardos de Katmai son enormes: los adultos llegan a pesar 400 kilos, y cuando están de pie alcanzan los dos metros de altura. Son animales salvajes, uno de los mayores depredadores de Norteamérica y, como tales, la posibilidad de que ocurra algo siempre está latente. Por eso, por razones de seguridad, al llegar al parque a uno le muestran un video donde se indica qué se puede hacer y qué no. De partida, en la zona del camping existen dos instalaciones de bodegas donde se deben dejar todos los alimentos que se llevan, y en otra, las cosas que podrían atraerlos, como el desodorante. Son bodegas ‘antiosos’, hechas para que no puedan abrirlas.
Encuentro cara a cara
En Katmai la probabilidad de encontrarse con un oso en los senderos es alta. A mí me ocurrió un par de veces, mientras caminábamos o volvíamos de las tres plataformas de observación que hay sobre el río Brooks, que se cruza por un famoso puente controlado por los rangers o guardaparques. Ellos te explican que, en caso de encontrarse con un oso, lo primero que hay que hacer es contar hasta tres y respirar profundo, para mantener la calma. Nunca salir corriendo ni darles la espalda, y mantener siempre la vista baja ante ellos, como en señal de sometimiento.
Tampoco se debe llevar nada de comida en la mochila, solo una botella de agua, porque el más mínimo olor puede atraerlos: los osos tienen siete veces mejor olfato que los perros. Además, siempre hay que ir haciendo ruido durante las caminatas, para que el oso escuche y evitar que se sorprenda con la presencia de uno. De hecho, en Katmai es divertido ver cómo mucha gente se pone unas campanitas en los zapatos, u otros van aplaudiendo o cantando Hi, dear bear (Hola, querido oso).
Desde el camping salíamos dos veces por día. Íbamos temprano en la mañana, volvíamos a almorzar en el lodge y luego salíamos nuevamente en la tarde. Los días eran muy largos, casi sin noche. Además, contrario a lo que uno podría pensar de Alaska, no hacía nada de frío: andábamos con remera.
Los trayectos eran cortos, pero de verdad llenos de adrenalina: los osos podían cruzarse en el camino en cualquier momento. Tanto así que llegar a las plataformas de observación era un alivio: tienen unas puertas que impiden el paso de los osos, así que una vez dentro te sentías segura.
El Parque Katmai está tan bien regulado que no se siente, para nada, como un parque de diversiones hecho para ver osos y otros animales silvestres (también habitan alces, linces, zorros, lobos, nutrias de río, castores y distintas aves rapaces, como el águila calva, entre otros).
Tampoco está lleno de gente. No hay wifi ni señal de celular y no hay electricidad en los sitios de camping, solo en el lodge.
Es un lugar para disfrutar de la naturaleza y además hay mesas grandes donde la gente comparte en torno de un fogón. También van muchas familias con niños y adultos mayores.
Varios meses antes de viajar a Katmai me entretenía mirando las cámaras online del parque, que transmitían lo que estaba pasando allá y podía ver cuándo aparecían osos pardos.
Cuando finalmente llegamos a la plataforma sobre la Brooks Falls y tuvimos nuestro primer encuentro con estos animales fue muy emocionante. Ahí estaba yo, en el lugar que ya había visto tantas veces, frente a 22 osos pescando y comiendo, y de repente nos miraban y mostraban sus patas y sus uñas impresionantes, en un entorno verde, natural, realmente salvaje. Todo era tal como la película Tierra de osos, de Disney. Todavía lo recuerdo perfectamente: cuando vi todos esos osos juntos por primera vez, se me pararon los pelos.
Mi amigo me decía que sacara fotos, pero yo no podía. Solo quería disfrutar ese momento.