Capilla del Señor, a 90 Kilómetros de CABA y de apenas unas pocas cuadras, conserva el encanto de otros tiempos: museos históricos, negocios de antigüedades y sabores bien caseros
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Es uno de los pueblos más antiguos de la provincia de Buenos Aires. Fundado en 1735 y declarado Bien de Interés Histórico Nacional en 1994, Capilla del Señor, cabecera del partido de Exaltación de la Cruz, mantiene el encanto de pueblo chico con una población de poco más de diez mil almas, a 90 kilómetros de Buenos Aires.
Ubicado a 14 kilómetros de la ruta 8 (la Panamericana), por la ruta provincial 39, está rodeado de campos que presentan un suave declive. No se escucha el rugido de tránsito, sino relinchos y cantos de pájaros y la visita por su casco antiguo puede combinarse con posadas de campo, estancias de polo y viveros que rescatan las plantas nativas.
El pueblo comienza una vez cruzado el puente sobre el arroyo de la Cruz que corre paralelo al viejo puente Brigadier Mitre de 1861, pintado de fucsia, junto al camping municipal. Este arroyo nace en un bañado en San Andrés de Giles y desemboca en el río Paraná de la Palmas, 70 kilómetros después.
El pueblo propiamente dicho son ocho cuadras por ocho cuadras. El corazón es la plaza San Martín, donde en una esquina está la Casa de la Cultura, excelente punto de partida del recorrido. Allí desarrollaron una app que lee códigos QR en 20 placas en edificios históricos y atractivos turísticos.
Uno de ellos es el Museo del Periodismo, donde además del escritorio de Félix Luna, célebre vecino de Capilla, está la imprenta francesa Marinoni que llegó en barco desde Francia en 1871 al puerto de Buenos Aires y en carreta hasta el pueblo. Con ella se imprimió el primer periódico de la provincia, El monitor de la campaña.
Frente a la plaza también están la escuela, el palacio municipal, la iglesia de 1866 y un curioso edificio de 1926 de estilo italiano, hoy clínica privada, con una torre mirador con la inscripción “Miralejos”.
Los fines de semana, la plaza se llena de motos de alta gama que vienen a Trevi, ya sea al restaurante o al segundo local de café y heladería en la esquina sin ochava. Otras propuestas gastronómicas son Pampa Capilla y Los Naranjos, con una cocina elaborada y de autor. La Dominga ofrece riquísimas tortas en una casona antigua reciclada con buen gusto por las hermanas Maricel y Agostina Guida Bocca.
1862 es hoy un lugar para tomar café, pero en el siglo XIX fue casino, sala de juegos, almacén, corralón y dormitorios. Los vecinos llegaban en carroza, de levita y galera. La casa tiene una torre con cúpula recubierta de mayólicas que remata en una veleta.
Y si la gastronomía es uno de los atractivos, los negocios de antigüedades y decoración, es otro. Tole Tole Home es un laberinto de objetos, muebles reciclados, mapamundis y relojes. Hace poco sumó un restaurante con mesas en dos salones y en el patio.
En La Farola compran y venden antiguos tarros lecheros, herramientas, riendas, recados, cabezales, bastos y otros elementos de campo. Antiguo y Moderno, frente a la universidad, es un enorme galpón donde encontrar vajilla, cristalería y platería antigua, además de muebles y tapices.
En el Paseo Arco Iris, junto al arroyo de la Cruz, funciona los fines de semana una feria de productos artesanales donde se destacan los cuchillos y mates. En días de semana es el lugar elegido por muchos locales para hacer actividad física y recorrer el sendero que bordea el arroyo.
La calle Belgrano termina en un pasaje peatonal que muere en el arroyo. Allí está la casa asentada en barro de Marciano Montalvo, músico y organista de la iglesia desde 1887 hasta su muerte.
Otro edificio centenario, en la esquina de Irigoyen y Fahy, era una cancha de pelota vasca donde se jugaba por dinero.
Tienda La Mar lleva cien años vendiendo bombachas de gaucho, botas, boinas y sombreros, ponchos, fajas y camisas. En sus orígenes el abuelo armenio recorría los campos con su hatillo de ropas al hombro. En los cordones de muchas veredas aún se ven las argollas metálicas para atar los caballos. Y cada tanto algún gaucho deja su pingo mientras va al banco o se toma un aperitivo en La Fusta, un clásico abierto en 1964 en la esquina de Urcelay y Casco, a una cuadra de la plaza. Su propietario, Javier Curone, segunda generación al frente, es testigo mudo de miles de copetines servidos en la vereda a vecinos anónimos e ilustres, como Félix Luna. El salón hace honor a la historia, de La Fusta y del pueblo, con una galería de fotos antiguas para espiar entre los ravioles con estofado y revueltos gramajo.
Frente a La Fusta hay un edificio emblemático con la figura de un león, hoy en restauración. Habla de la rivalidad de su antiguo propietario con otro local que tenía un tigre.
Como muchos otros pueblos de la provincia, Capilla vivió su momento de esplendor con el movimiento que traían dos líneas de ferrocarril, la Mitre y la Urquiza.
La estación Capilla, ubicada cerca del cementerio, pertenece al ramal Urquiza que conectaba la estación Federico Lacroze, en la ciudad de Buenos Aires, con Posadas, Misiones. Sus primeros viajes a fines del siglo XIX contaban con lujosos vagones y el último tren pasó en 2011. También contaba con un servicio internacional que iba de Pilar a Paso de los Toros, Uruguay, y funcionó hasta 2012. Hoy es parte del recorrido turístico y lugar de pastura de caballos.
La estación Capilla del Señor, del ramal Mitre, es una bifurcación del tramo Retiro Tigre, que nace en la estación Victoria. Antiguamente conectaba con ciudades de Santa Fe, Córdoba, Santiago del Estero y Tucumán. Hoy las vías están en reparación y el proyecto es que el tren comience en Victoria, pase por Capilla y termine en Pergamino, enhebrando entre otros pueblos, a Gaynor, San Antonio de Areco y Tres Arroyos.
Las afueras del pueblo es campo puro: lujosos haras, huertas, cría de ganado, estancias centenarias como La Argentina, que perteneció a Julio A. Roca, y otras actualmente dedicadas al polo como La Carona, donde se jugó el último mundial de Arena Polo, posadas de campo como La Martineta o La Reserva Arte+Naturaleza con una gran laguna. La calle Viejo Vizcacha, marca el ingreso de la estancia Martín Fierro donde vivió José Hernández y donde posiblemente tomó inspiración para su literatura gauchesca.
La Teófila no es un vivero tradicional. Es un campo donde Guillermo Benitez Cruz armó un showroom con pastizales y plantas nativas. El visitante puede recorrer senderos entre flores silvestres y después comprar o no, plantines.
Cuando los turistas se van, sus habitantes siguen disfrutando de la tranquilidad y silencio que mantienen hace casi tres siglos.
Diego Gaynor, el irlandés
Los inmigrantes irlandeses fueron una corriente importante en la zona. Uno de ellos fue Diego Gaynor quien en 1852 adquirió 2800 hectáreas a 15 kilómetros de Capilla del Señor. Al poco tiempo lo siguieron otros, entre ellos los Lennon, Duggan y Culligan que se dedicaban fundamentalmente a la cría de ovejas.
Elena Gaynor de Duggan, hija de Diego, donó las tierras para la construcción de la estación del ferrocarril que llevan su nombre en su honor. El poblado se fue desarrollando alrededor de la estación y hoy los habitantes no llegan a las cuatrocientos.
Entre los atractivos de Gaynor están la estación de tren, el bosque Paseo de los Buenos Vecinos, el restaurante La Materina, abierto sólo sábados y domingos, y una pequeña capilla dedicada a San Cayetano.
En el camino rural de 15 kilómetros desde Capilla se divisa un antiguo puente ferroviario donde se cruzan los ramales de los trenes Urquiza y Mitre.
El pueblo ya se prepara para los festejos patronales del 7 de agosto, la fiesta gaucha más importante del partido, con desfile, jineteada, puestos de cuchillería, mates, ropa y accesorios gauchescos y, obviamente, un tremendo asado.
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