En la zona sur de la provincia de Buenos Aires, cerca de Tres Arroyos, San Mayol es una sorpresa en un desvío de la RN 3
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Que las apariencias engañan bien podría aplicarse a San Mayol. Años atrás, sorprendidos visitantes comprobaban que no era un pueblo abandonado como suponían y que su pequeña comunidad atesoraba una centenaria y particular arquitectura con aires catalanes. Con el empuje de sus residentes hoy se impone “con marca propia”, entre las propuestas turísticas del municipio de Tres Arroyos, en el sur provincial, a 526 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires.
En apenas unas dos o tres manzanas, que no son tales en San Mayol, porque su diseño es atípico, los visitantes pueden recorrer las construcciones levantadas a lo largo de las vías de un ferrocarril que ya no circula por allí: la esquina catalana con sus comercios, las casas inversas, el ex hotel Mayol y los museos. Además, la iglesia que está en las afueras.
Esta localidad “mayolera”, como la definen sus vecinos, fue fundada en 1907, cuando se creó la estación ferroviaria para el transporte de cargas y de pasajeros, en las tierras que había adquirido en 1865 el estanciero catalán Felipe Mayol, para desarrollar una colonia agrícola. Casado con la argentina María Luisa Cramer, sobresalió en la familia la gestión de sus hijos Jorge y Arsinda, encargados de urbanizar el pueblo, al cual imprimieron un estilo europeo.
Jorge Mayol se especializó en ingeniería civil en Francia, y una de las creaciones relevantes que dirigió en este poblado bonaerense fue el imponente hotel Mayol, donde se instalaban los trabajadores rurales en tiempos de cosecha. Actualmente, es uno de los establecimientos preferidos de los mayoleros para celebrar sus fiestas tradicionales.
También construyó las llamadas casas inversas, un bloque de tres viviendas de dos plantas con un gran patio de uso común. Fueron bautizadas así porque al ceder sus propietarios una parte de ese patio para diseñar la calle por donde pasaría el tendido eléctrico, los contra frentes pasaron a ser las fachadas.
Cada una de esas fachadas conserva características de distintas regiones de Cataluña, con atractivos balcones y amplios portones. En una de esas casas vive Carolina Goicoechea, su esposo Javier Campo y sus pequeños hijos. Convencida de que su pueblo natal tenía “mucho potencial”, junto a su pareja y a su colega Ezequiel Lanza (los tres especializados en Turismo) impulsaron en 2012 un plan de desarrollo turístico y recreativo.
A esa iniciativa, que apuntó a brindar diversos servicios para los visitantes, como restaurantes y el alojamiento El Roble, sumaron luego el centro de recepción turística al que Ezequiel apodó con el nombre de Espardenya, que en catalán significa alpargatas, “por relacionarlo de alguna manera con el andar recorriendo el pueblo, característico del turismo rural”, explica.
Para Carolina, San Mayol “tiene características identitarias genuinas que pueden atraer visitantes exigentes. Por eso seguimos trabajando en generar una estructura que consolide esa cultura en nuestra comunidad”.
Parte de esa identidad la configura otro bloque de casas ubicadas en la esquina catalana, también de dos plantas, que fueron construidas por Arsinda y su marido catalán, Francisco Masferrer, también protagonistas activos en la historia del pueblo.
“La familia tenía mucha afinidad con vivencias compartidas en Cataluña y en Francia y todos esos relatos acompañan la intimidad de la arquitectura que compartimos con los visitantes, entre los que suelen llegar algunos catalanes cuando vienen a recorrer los destinos turísticos de la Argentina”, comenta Ezequiel.
Una historia en la que se destaca el empuje y apoyo económico de María Luisa para construir la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, a cargo de su hijo Jorge, ubicada en uno de los laterales del pueblo, en medio del campo. “La iglesia es el llamador de San Mayol“, subraya el director de Turismo de Tres Arroyos, Pablo Ledesma. Debido a su trascendencia fue declarada monumento histórico por ordenanza municipal. En ella se destacan sus tejas españolas, techos ondulados y en su interior luce en el altar un Cristo tallado en madera, traído de París.
Una preponderante estatua de Saint Mayeule –originario de la abadía francesa de Cluny– ubicada en el interior de la iglesia, remite a la fiesta patronal que celebra la comunidad mayolera cada 11 de mayo, con la presencia de descendientes de sus fundadores, y marca su vinculación con el santo que le da nombre al lugar.
Ledesma cita que, en este pueblo “eminentemente rural, hay emprendedores que tienen huertas, viveros y elaboran dulces, licores, tortas y alfajores, entre otros productos y artesanías que los visitantes pueden apreciar y adquirir durante la feria abierta” que funciona los domingos y feriados.
Todas sus singulares construcciones permanecen en pie y los mayoleros les abren sus puertas a los visitantes con orgullo. “Alcanza con golpear o aplaudir. No usamos timbres y nuestras calles, que son de tierra, no tienen nombres”, señala Carolina y pone como ejemplo que a San Mayol “se accede desde Tres Arroyos por una ruta que tampoco es asfaltada”.
Esta localidad, que presenta un escenario “digno de ser conocido, y que no se encuentra en otro pueblo de la provincia, porque tiene su marca propia”, como sostiene Ledesma, cuenta con un jardín de infantes y una escuela primaria, biblioteca y un club social y deportivo. No tiene transporte público y los vecinos utilizan autos o camionetas “que en muchos casos son además de movilidad, herramientas de trabajo “, señala Carolina.
“Muchos de los pobladores –poco más de cincuenta actualmente– viven en San Mayol desde su infancia; otros se han radicado al formar familia con alguien del lugar y últimamente han llegado familias de otras ciudades de Buenos Aires en busca de tranquilidad”, destaca el director de Turismo.
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