Cerca de Saladillo, el pequeño Cazón, es un refugio verde ideal para los observadores de aves
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En los campos de Saladillo, y en los vecinos bosques de Cazón, es común verlo vestido con un tono verdoso uniforme y un extraño aparato en las manos. Es Bernabé López Lanús, uno de los mayores especialistas en aves argentinas, quien logró la increíble tarea de crear la biblioteca sonora completa de todas las especies que anidan, o están de paso, por las distintas regiones del país.
Lo que tiene López Lanús entre las manos es una antena parabólica portátil y casera, realizada con un grabador colocado en la base de lo que parece una ensaladera cubierta por la tela afelpada de una vieja campera, y todo ensamblado con cinta adhesiva. Heterodoxo, pero terriblemente eficiente, este artefacto capturó buena parte de la increíble suma de cantos de aves recopiladas a lo largo de años de investigaciones, de viajes y de salidas de campo. El ingenio argentino, una vez más, sirve de sustituto a las tecnologías alemanas o suizas más precisas y hasta hizo escuela, ya que muchos aficionados copiaron este modelo para sus propias salidas y grabaciones.
Cazón es una pequeña localidad bonaerense en busca de hacerse un lugar en el mapa del turismo de fin de semana y escapadas en la provincia de Buenos Aires. Ayuda que ese puntito en los mapas se pueda promocionar como el Pueblo del Millón de Árboles. Es algo que suele llamar la atención y atraer a los citadinos, pero que no entusiasma mucho al cazador de cantos, para quien “Cazón es un bosque artificial, plantado por el hombre. No es un paisaje natural y esto modificó también la distribución y el comportamiento de muchas especies de aves”. Reconoce, sin embargo, que es un refugio importante para la vida silvestre y un factor de atracción turística positivo porque, a fin de cuentas, un viejo adagio nos recuerda que uno ama y protege mejor lo que conoce.
Un rincón de Saladillo podría tener de nuevo algún día el mismo aspecto que tenía cuando las pampas entraron en la historia, un océano de gramíneas. Sería una buena noticia para las aves locales y sus protectores. Pero también para los fotógrafos, que tendrían un nuevo destino cercano a Buenos Aires. Al respecto, está dando vueltas un proyecto de parque nacional destinado a proteger uno de los últimos remanentes del pastizal pampeano y Bernabé Lanús es parte del equipo que puja para que llegue a buen puerto. En su opinión, sería un buen contrapeso a zonas totalmente intervenidas, no solo por los cultivos o la ganadería, sino por las forestaciones, como ocurrió en Cazón.
Mientras tanto, suele acompañar a grupos de observadores-aprendices hasta esta pequeña localidad de casitas esparcidas a lo largo de algunas cuadras de calles de tierra, en torno de una estación abandonada. Ese mundo rural tiene más actividades avícolas que humanas. Los cantos forman una sinfonía pastoral ininterrumpida. Un charco de agua cerca del tanque en desuso atrae a bandadas de aves, mientras que no muy lejos algunas lechuzas vigilan, en prevención de alguna hipotética intrusión.
Cazón –con su bosque frondoso y su pulpería de otros tiempos– es un refugio apreciado por los turistas, que vienen a visitar el Vivero Municipal Eduardo Holmberg. El millón de árboles creció a partir de sus 210 hectáreas, cuyos senderos se transforman a veces en túneles vegetales. Ese vivero es también sede de una escuela agropecuaria y sirvió de puntapié para emprendimientos individuales, transformando a Cazón, donde se cuentan 5000 árboles por cada habitante –son apenas 200– en una especie de capital verde de la provincia de Buenos Aires.
Ciertos fines de semana, la tranquila rutina del caserío se ve revolucionada por la llegada de visitantes de toda la región y hasta de Buenos Aires. Es cuando se organizan encuentros o fiestas en ese marco bucólico y fuera del tiempo. A diez kilómetros de distancia, Saladillo hace figura de metrópolis, en comparación, con su iglesia, su plaza, sus comercios y sus más de 20.000 habitantes. Allí se formó el Club de Observadores de Aves Pampas del Saladillo. Sus impulsores aprovechan los remanentes de pastizal, que quizás algún día serán protegidos como parque nacional y el gran bosque de Cazón para organizar regularmente salidas de observación y actividades en torno a la naturaleza.
El nacimiento de una vocación
Miguel Ángel Roda y Carlos Danti fueron los primeros en observar aves y compartir su hobby en Saladillo. Acompañan a avistadores confirmados o simples curiosos y van formando a algunos chicos que un día tomarán la posta.
Todos ellos caminan en las huellas de Guillermo Hudson, el primer protector de las aves argentinas, cuando recorrió la zona del Saladillo. Bernabé López Lanús es también un hudsoniano de ley, que suele participar en debates y coloquios en torno de la figura del creador de la muy británica Royal Society for the Protection of Birds, la institución que inspiró la formación de la Sociedad Ornitológica del Plata, en los comienzos del siglo XX.
El cazador de cantos recuerda que “mi vocación nació cuando tenía unos 12 años, recorriendo campos y lagunas que eran de mi familia y por donde había pasado Hudson un siglo antes. Todo empezó un día cuando avisté un jabirú, un ave que no había visto nunca y no suele aparecer por esta región del país. Seguramente se había extraviado en pleno enero, en busca de agua”, cuenta.
Comenzó anotando y dibujando observaciones en cuadernos. Fue el punto de partida de una aventura que ya lleva varias décadas y desembocó, por una parte, en la creación de un banco de grabaciones de cantos de pájaros que cobró relevancia mundial; y, por otra, en la fundación de la editorial Audiornis y la publicación de una guía, constantemente actualizada.
La observación de aves llevó a Bernabé López Lanús por todo el país y hasta América Central. Sin embargo, regresó a Saladillo, desde donde completa y mejora su guía, año tras año; y desde donde se lanza en nuevas cruzadas, como la creación del parque nacional.
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