El reconocido explorador noruego, autor de best sellers, asegura que su mayor hazaña ha sido encontrar el poder transformador del silencio en la ‘nada blanca’
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Para él, el silencio es una condición para maravillarse, acallar los pensamientos rumiantes y disfrutar de una nueva dimensión del lujo. “Es gratis -dice Erling Kagge-. uno de los exploradores noruegos más famosos y el primer hombre en completar el “desafío de los tres polos”. “Cruzas el mar en un velero y al volver descubres que lo que buscabas estaba dentro de ti”, afirma.
Charlotte Bronté, la ingeniosa escritora inglesa autora de Jane Eyre, solía decir que el silencio es de diferentes clases y respira distintos significados. Esa es una de las frases que sedujo a Erling Kagge (1963, Oslo) hace más de cuatro décadas. “Como muchos noruegos, leí en el colegio algo de las hermanas Bronté -relata en una charla exclusiva con LA NACION-, porque hay en sus obras una sombra de nuestras leyendas más tradicionales. Siempre me quedó esa idea de encontrar en lo que las personas consideran ausencia, una gama de variedades”. Sin embargo, su amor por el silencio quedó guardado por mucho tiempo.
Se define a sí mismo como un nuevo hombre renacentista. Desde siempre, ha expresado decenas de intereses que, en vez de dispersarlo, ha tomado paulatinamente a fondo, con una paciencia, hondura y pasión extraordinarias, para llegar al climax de todas ellas.
Su primer gran paso lo llevó a las portadas de todos los medios del mundo al convertirse en la primera persona en alcanzar los tres polos: el Norte, el Sur y la cima del Everest. En 1990, junto a Børge Ousland, explorador polar noruego que estrenara el cruce de la Antártida en solitario, encararon el primer viaje al polo Norte sin apoyo exterior. Iniciaron su trayecto en la isla Ellesmere y llegaron a la meta luego de 58 días: recorrieron unos 800 km en esquíes arrastrando sus víveres en un trineo. Dos años más tarde, se embarcó solo y sin contacto de radio, hacia el Polo Sur. Caminó 1310 km en 52 días. Un par de años después, en 1994, hizo cumbre en el Monte Everest.
Recibido de abogado, concurrió a la Universidad de Cambridge a su regreso para profundizar en las ideas que habían emergido durante sus trayectos. Se apuntó a filosofía, y cursó allí tres semestres. Luego fundó su propia editorial, Kagge Forlag, que más tarde absorbería a la más antigua de su país, convirtiéndose en líder del segmento, además de un escritor prolífico con 5 obras que superaron los 100 mil ejemplares vendidos.
Su interés por el arte, según dice, “nació de la contemplación, empecé a ver cosas que no veía. Me entrené en el silencio de la naturaleza. Aprendí de la abstracción y del detalle. De cómo la belleza se abre ante tus ojos y habitualmente te pasa desapercibida”. Su actual casa, Villa Dammann, donde vive junto a sus tres hijas, reúne sus pasiones. Fue diseñada a medida por los arquitectos Arne Korsmo y Sverre Aasland en 1932 y es uno de los ejemplos mejor conservados del funcionalismo noruego de Oslo.
–¿Qué es un hogar para usted?
–Es el sitio físico que elegimos dotar de algunas de esas piezas inspiradoras que nos ayudan a la introspección. Es el fin del mapa. Ese lugar que cuando viajo sé que me espera, como para reencontrarme con quien soy, pero además, la pizarra donde me puedo reescribir con las nuevas experiencias de cada viaje.
–Imagino que la medida de adrenalina de alcanzar los tres polos es una meta difícil de repetir.
–En Noruega tenemos un dicho que dice que “se debe saltar la valla en su punto más alto”. Me gusta jugar en ese escenario. Me atraen los desafíos complicados y me seduce tomarlo como un sentido de vida. La capacidad de aprender es infinita. Experimentar todo lo que me interesa alrededor es muy tentador. Desarrollar todos los potenciales es una forma muy afortunada de caminar por la vida. Me tomo cada hito como lo hice como explorador. Tal vez llegar a los tres polos en la filosofía, no es tan visible como los polos y el Everest, pero he intentado dejar la filosofía que aprendí llegando a ellos.
–¿A qué estación del año le remite el silencio?
–Al invierno. Es un tiempo nórdico de quietud, nos volvemos más caseros, encendemos velas en nuestras ventanas y contemplamos las llamas de la chimenea. Los interiores crujen a su modo en los contrastes de temperatura dentro y fuera, hasta los pocos rayos de sol que atraviesan alguna ventana alumbran las motas de polvo. En estas latitudes, hibernamos como los osos. Esos tiempos de lentitud y quietud resetean nuestra cognición. Cuando somos capaces de hablar menos, ahorramos recursos que colaboran en la reparación de nuestro interior, y también potencia nuestra imaginación y optimiza la concentración.
–Cuando habla de silencio no se refiere al ruido del ambiente, sino más bien a la propia palabra y a la mente, ¿verdad?
–Exactamente. El ruido exterior es un recurso inmanejable la mayoría de las veces. Pero en muchas ocasiones, somos nosotros mismos los que rompemos el silencio. Son pocas las personas que pueden pasar tiempo a solas o con otras, sin hablar, sin poner música o sin conectarse a sus dispositivos. Hay una aventura temeraria en la idea de blanquear el aire de ondas y dejar que emerjan los pensamientos propios.
– ¿Por qué cree que le tenemos tanto miedo al silencio?
–Porque es una experiencia que te involucra. Se trata de ti mismo y de quién eres. El ruido es vivir a través de otras personas, dispositivos y expectativas y huir de uno mismo. Tenemos mucho temor a lo que está dentro de nosotros. Sin embargo, si se ejercita la idea de la atención plena, de concentrarse en el aquí y el ahora, es posible trabajar el silencio interior. En él es posible enfrentar los pensamientos y darles cauce. Una mente tranquila no se expresa fuera del silencio. El bienestar emocional y físico requieren de esa mente en paz.
–Durante sus expediciones, su mente debió atraer ideas nefastas…
–Muchas veces. No podía eludirlas. Ahí me di cuenta que para acallarlas o acogerlas, comprenderlas o desestimarlas tenía que escucharlas. Sin silencio, nunca sucede. Si la mente está repleta de palabras y sonido, no queda espacio para nosotros mismos. Ese miedo al silencio me suena a cobardía: a cierto temor a descubrir que no somos eso que mostramos, o eso que deseamos.
–Es una constante en sus textos y en sus dichos la vinculación del silencio con el asombro. ¿Podría ahondar en la idea?
–Es que es imposible asombrarse con la interferencia del ruido. Los secretos del mundo están escondidos en el silencio.
Como decía Charlote Bronté, no es solo ausencia de sonidos, hay una gama de experiencias en el no ruido. Ahí se entrena la capacidad de detectar las maravillas en lo cotidiano.
– No todo el mundo puede acceder a experiencias como la suya. ¿Cómo se puede encontrar la quietud en la vida cotidiana?
–En la escuela aprendí sobre las ondas sonoras. El sonido es físico y se puede medir en decibeles, aunque no me resulta tentador mensurarlo con una tabla numérica. Se trata de un silencio que cada uno debe crear y buscar en su interior.
–Es un aventurero en muchos sentidos con ganas de buscar nuevas experiencias. ¿No es eso un exceso de ruido espiritual?
–Sí, puede ser que sea cierta inquietud espiritual. Pero depende de nosotros. Cada uno tiene su propio silencio.
–¿Ha encontrado diferentes silencios? ¿Podría clasificarlos?
–Creo que es posible que todos descubran este silencio dentro de sí mismos. Está ahí todo el tiempo, incluso cuando estamos rodeados de ruido constante.
En lo profundo del océano, debajo de las olas y las ondas, puedes encontrar tu silencio interno. Estar de pie en la ducha, dejar que el agua te lave la cabeza, sentarte frente a un fuego crepitante, nadar en un lago o dar un paseo por el campo: todas estas también pueden ser experiencias de perfecta quietud. Me encanta eso. La calma interior puede ser mucho más potente que el tráfico o el exceso de estímulos de las pantallas.
–Hoy todos tenemos dispositivos, incluso más de uno, el futuro parece estar en la inteligencia artificial. Hay mucho ruido tecnológico. ¿Cómo lo silenciamos?
–Creo en ser personales. Es preciso que encuentres tu propio camino. Sva marga, como se dice en sánscrito, “el camino al cielo”, a tu propio cielo. Mi disparador del silencio fueron esas experiencias estremecedoras, pero en una de ellas estuve acompañado, en otra, en la montaña, las cosas no eran tan silenciosas. Pero cada uno debe trabajar la ruta del modo que pueda. Y, por favor tratemos de ser optimistas. Hay demasiado pesimismo en el mundo, y lo más fácil en la vida es ser pesimista.
–Para usted el silencio es un lujo. ¿A qué se refiere?
–Precisamente al privilegio de no tener que estar obligado al teléfono que suena o a los mensajes que ingresan. La condición de poder tomar distancia de los dispositivos que nos conectan a un tipo de autopista de ruido sin interrupción es un índice que determina diferencias sociales.
La gente con mejor nivel socioeconómico vive en sitios más silenciosos y con aire menos contaminado, sus vehículos son más silenciosos, lo mismo que sus electrodomésticos. Cuentan con más tiempo libre y consumen alimentos más orgánicos y saludables. El silencio se ha convertido en parte de esa brecha que otorga a algunos la posibilidad de una vida más larga, más sana y más rica.
–¿Qué herramientas se pueden dar o qué actividades realizar con los hijos para que experimenten el silencio de forma positiva?
–Hay que llevarlos a dar un paseo. Caminar por un parque o si tienes la suerte de vivir cerca de un bosque, un lago, una colina o en el campo en plena naturaleza. De alguna manera, se trata de encontrar tu propio Polo Norte.
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